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miércoles, 15 mayo, 2024
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Ayotzinapa y despojo del petróleo: una misma causa

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

La economía del país está destruida, la seguridad devastada, la educación arruinada. Los actores afectados están, al igual que las políticas que las promueven, sectorizados. Durante la confección de las leyes de las llamadas reformas estructurales, coincidieron en el tiempo las protestas de los inconformes a las modificaciones en la política energética y los afectados directos de la Reforma Educativa, pero no se juntaron. Actuaron por aparte. Ahora vuelve a coincidir el horror de la ausencia de seguridad y el rechazo por parte de la Suprema Corte en el caso de la solicitud de consulta al pueblo de México en torno a la reforma que entrega los recursos energéticos al capital extranjero. La pregunta es, ¿tenemos la capacidad de entender que se trata de la misma causa en ambos casos? En todos los actos de protesta que hemos presenciado observamos que las demandas que se exhiben son de eliminar los  efectos, pero no de atacar las causas. En otras palabras: no hemos llegado a la articulación de Demandas Programáticas, lo cual define en mucho  la conversión de la protesta en movimiento social. Porque debemos no confundir el momento de revuelta o protesta social, a la circunstancia de Movimiento Social. Este último existe cuando hay gestiones claras del cambio, y para esto, es necesario que haya el proyecto de transformaciones específicas en la estructura del poder público que a su vez resuelva los problemas por los cuales hay inconformidad. Luego entonces, necesitamos que a estas alturas, la revuelta social que hoy vivimos, que por un lado exige aparezcan los normalistas desaparecidos, y que por otro lado pide que se consulte al pueblo sobre la reforma constitucional; ahora pase a demandar se atienda la causa común: la existencia de un Estado en manos de los poderes fácticos. En el caso de los estudiantes violentados es un poder fáctico el responsable: criminales colocados en las propias estructuras del Estado; y en el caso de la Reforma Energética es otro poder fáctico: capitales transnacionales funcionando como patrones de una buena parte de la élite política. Es el mismo caso en la reforma de telecomunicaciones: el duopolio televisivo manejando los hilos en los procesos sucesorios del poder político. Y un Estado en manos de poderes fácticos es sinónimo de corrupción, porque al eliminarse los controles sociales y legales de las decisiones estatales, se desencadena la corrupción como manada de lobos de invierno en busca de presas fáciles.

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Así como están las cosas de dañadas, con todo el andamiaje institucional carcomido, requerimos una Asamblea Constituyente para refundar el propio pacto que da origen al Estado. Sin embargo, debemos empezar por articular la gran demanda programática común de todos los sectores en efervescencia, y conformar un verdadero movimiento que pueda generar cambios sociales de cierto impacto. Por tanto, la acción de inicio deberá ser el llamado a una gran mesa abierta de concertación y diálogo entre quienes defienden la propiedad nacional del petróleo, quienes promueven la libertad de expresión y quienes estamos preocupados por los temas ingentes de seguridad y derechos humanos. Y así, llegar al fruto de unificar el diagnóstico para visualizar la causa común en la necesaria reforma o refundación del Estado. Todos los actores sociales, con excepción de los hijos de la peste (los  partidos políticos): hatos organizados de bribones, o como lo diría Erasmo de Rotterdam: “bellacos de malas mañas”. De ahí en más, requerimos tejer las Demandas Programáticas para resolver la crisis desde sus grandes causas. Una primer Mesa de Diálogo para juntar la indignación en los diferentes sectores sociales: educativo, comunicacional y energético. Sería muy importante que fueran los propios estudiantes quienes convocaran para evitar que hubiera en la convocatoria cualquier duda de ventaja política. Y que, por supuesto, no se invitara a los partidos políticos como tales, porque son parte del problema y no de la solución. La apuesta del gobierno es que la efervescencia se canse y con ello se diluya; la apuesta de las conciencias decentes deberá ser convertir la protesta en movimiento social, porque de lo contrario estaremos condenándonos a la impotencia o al escepticismo desmovilizante. Sólo si pensamos que las cosas pueden realmente cambiar, eso mismo nos va a movilizar aún más. Y esto último ocurre si la articulación social se perfila en el sentido del efectivo cambio social. ■

 

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