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viernes, 26 abril, 2024
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Bordando ideas: la radicalización democrática

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Por: RICARDO BERMEO •

Es fundamental, crear -colectivamente-   herramientas útiles para elucidar el  núcleo central  del actual ciclo de luchas a escala global: la democracia.  Ese ciclo de luchas,  iniciado en Túnez,  Egipto (acampada en Plaza Tahir) y otros países árabes,  que sigue en España (15M, Plaza del Sol, Plaza Cataluña, etc.) -, y en Grecia (Plaza Sintagma) en Estambul, (Parque Gezi), y más recientemente, en  Brasil, entre  otros países. Es difícil definirlo con un solo término,  el movimiento de las plazas, de las acampadas, el movimiento de “los indignados”, etc. Como sabemos,  en  México surgió –antes- , tanto para los altermundialistas,  del ciclo anterior de luchas centradas en la justicia global, como para el actual ciclo  centrado en la radicalización de la democracia, un referente, el del  movimiento  neozapatista, (con los municipios libres, Juntas de Buen Gobierno, la escuelita, etc.), junto a otros movimientos, si bien,  emergen desde las propias tradiciones “comunalistas”, de las autonomías de los pueblos indios,  reinventando sus formas de autogobierno, etc.   Para la izquierda institucional, y  una parte de la izquierda social, la democracia real ya,  es sencillamente, un tema no fundamental de sus agendas. Una idea utilizada  a nivel discursivo. De ahí el bloqueo, o los limites, que como invariantes, surgen, en procesos, iniciativas (organizaciones e instituciones),  con las que se pretenden unir las “resistencias”, e iniciar  “procesos constituyentes”, capaces de articular a una mayoría social significativa, condición  necesaria (aunque no suficiente, como se puede constatar)  para cambiar -efectivamente- el rumbo  de  la hoja de ruta neoliberal, impulsada desde hace treinta años en este país.

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Se trata de un ciclo de luchas, donde los “movimientos”  apuestan  por la democracia real ya, ( “democracia participativa”, “radicalización democrática”, “revolución democrática”, etc.),  derivada, directamente,   del rechazo, la desafección, y la  crítica -lúcida- de la democracia liberal-representativa, del desgaste y la deslegitimación del sistema de partidos políticos, convertidos en maquinarias  electorales, aparatos de reproducción de una clase política, cuyos vínculos con la ciudadanía,  descansan –básicamente- en relaciones clientelares, asistencialistas, verticales, de subordinación,  o, en otros casos, en la instrumentalización de movimientos e iniciativas ciudadanas, que son cooptadas, y/o  re-encauzadas, para mantener y aumentar el poder de los dirigentes, que se autonomizan -por regla general-  de sus representados. En todos estos casos, la democracia efectiva, (“no la democracia representativa: que no es democracia”) es, olvidada, o relegada, desde la misma toma de decisiones sobre los asuntos -estratégicos-  que nos afectan a todos y a todas.  Se trata de una lógica sistémica, impuesta desde arriba,  que produce -entre otros efectos perversos- ese “déficit de ciudadanía”, al que se hace  continuamente  alusión,  en los diagnósticos, con los que pretendemos  dar cuenta del modo en que la sociedad que  somos, extravía su  plan de vida,  y se convierte, reforma tras reforma, crisis tras crisis, en un nuevo animal socialhistórico -de corte “heterototalitario”-.

Contra esa deriva, mortífera, surgen, desde el nuevo ciclo de luchas, creaciones humanas que apuntan a combatir  la autonomización  de ese imaginario neoliberal y autoritario,  a partir de un nuevo imaginario político democrático.

Pero ¿Cuáles son los elementos, sobre los que debemos articular nuestras acciones colectivas, sometiéndolos a prueba, para lograr reconstruir el tejido social  -desgarrado-  de nuestro dolor/país?

Pienso que, la única vía, es la  “resiliencia democrática”, la reinvención  del sentido profundo de la democracia, situándola como régimen –como forma de vida-,  pero, para ello, los movimientos ciudadanos  además de luchar por ampliar los derechos, el campo de las garantías, deben asumir como tarea fundamental, la posibilidad de una democratización radical de sus propios formas  de organización, y, también, junto con ello,  llevar  esa democratización  radical al interior del  Estado, especialmente a través de la creación de una nueva institucionalidad.  Los modos  en que se ha resuelto, la cuestión de la democracia,  por parte de los movimientos, visibles  en el  actual ciclo de luchas, no coincide ya con las formas de democracia liberal-representativa. Se requiere, entonces,  elaborar  -teórica y prácticamente-  tales consecuencias, sistematizando esas experiencias,  tanto en un sentido estratégico, y  operativo.

Debemos asumir también, otros  aspectos: por ejemplo  ¿cómo se articula la democracia en un territorio? tanto a nivel de las  alternativas municipalistas, devolviendo a los ciudadanos el control sobre sus vidas, como a nivel estatal y federal. Cómo podríamos  comprender que quienes, desde la izquierda, o desde los gobiernos progresistas,  consideran resuelto el problema de la democracia,  están errando el tiro, en la medida en que “se trata de una cuestión  no  resuelta históricamente”. La ¡democracia real ya! desdibuja el arriba y el abajo, y nos exige situarlos en un mismo plano,  resolviendo tentativamente  el problema estatal, mediante gobiernos abiertos. Si “no hay toma de decisiones sin participación en la toma de decisiones”  ¿Cómo podemos impulsar la radicalización democrática? ■

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