La verdad es que no y en dado caso surge la interrogante ¿Hacia cual izquierda?
Europa disfruta mucho de las garantías sociales por las que ha luchado la izquierda, como la seguridad social, el seguro del desempleo, y los salarios o ingresos no tan diferenciados.
Pero se ha escondido que esos rasgos de izquierda provienen de las ideas de los socialistas utópicos y el triunfo de los sindicatos de principios del siglo XX, que reclamaban la valorización del trabajo y una mayor participación de los beneficios de las empresas.
Para evitar huelgas y movilizaciones los mismos gobiernos, comenzando con el de Estados Unidos, fomentaron algunas garantías sociales en forma progresiva.
El presidente Franklin D. Roosevelt, para restablecer la economía promovió la Declaración de Filadelfia, cuyos preceptos fueron «El trabajo no es una mercancía», «La pobreza constituye un daño para la prosperidad» y «Trabajo para todos y participación en los beneficios del progreso», y en los cuales se fundó un equilibrio económico mundial después de la gran depresión de 1929.
En 1932 para enfrentar la crisis del 29, Franklin D. Roosevelt instauró un aumento del 25% al 63% de impuestos sobre las ganancias de las grandes empresas. En 1936 el impuesto pasó a 79%, en 1941 pasó al 91%, en 1944 regresó al 70% y en los 50’s al 30%. A partir de esa imposición, la deuda se contrajo paulatinamente hasta llegar a su mínimo en los años 70’s y los multimillonarios no dejaron de serlo.
Pero los grandes consorcios y los grandes grupos financieros nunca estuvieron conformes con el estado de cosas, y sus ideólogos asumieron como un nuevo reto “el crecimiento económico ilimitado”. En 1974 Helmut Schmidt propuso lo que se llamó el Teorema de Schmidt que establecía «Los beneficios de ahora serán las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana».
El Teorema encontró promotores en los líderes de dos de las más grandes potencias de la época, Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido, quienes pusieron en práctica la reducción de los impuestos a los grandes monopolios y esta moda se extendió por el mundo, cambiando las reglas del equilibrio económico; el neoliberalismo salvaje comenzó a reinar en la economía mundial.
El sistema, con su bombardeo de publicidad, indujo a la gente desde entonces: a creer que a pesar de todo es medio rico o puede hacerse rico de la noche a la mañana; y a buscar por el medio que sea ampliar su esfera de confort, poseer cosas de lujo, de marca y de moda, el poder asistir a eventos selectos, viajar… El objetivo ideológico, fue desarraigar a los asalariados y pequeños empresarios de su clase social. Y de ahí surge el engrosamiento artificial de las filas de la derecha.
Lo dice muy bien la escritora Mary Shelley “para ser de izquierda hay que leer y pensar, para ser de derecha basta con estar orgulloso de tu propia ignorancia”.
Por supuesto que ha habido progreso en la sociedad moderna, incluso en el tercer mundo, pero gran parte de ese progreso se debe a programas sociales; los que los hay en el mundo entero incluyendo las cunas del capitalismo, justo por anticipar las exigencias de clase. Y por supuesto que el que la gente progrese le sirve al sistema capitalista, pues hay más circulación de dinero y a partir de ahí más actividad económica. Pero, sobre todo, es una pretensión desde la Declaración de Filadelfia.
Ser de izquierda no es aceptar la pobreza, es lo contrario. Es tener conciencia social o de clase; tener consciencia del valor del trabajo, de que el trabajo es el generador de la riqueza y por tanto es justo participar de los beneficios. Ser de izquierda es abrigar los principios libertad, igualdad y fraternidad, pilares del pacto político que reconoció los derechos humanos. Ser de izquierda es abrigar el humanismo e implícitamente el pacifismo.
Paradójico que ninguno de los partidos europeos -socialistas, social-demócratas, el partido Laborista en Reino Unido y los ecologistas- promueven el pacifismo en Ucrania.
Para justificar el envió de armas de la Unión Europea a Ucrania, se decía que, cómo no ayudar a alguien que está siendo agredido por un enemigo poderoso. Inna Afimogenova, resaltó que, sí había otra cosa que hacer; que era equivalente a ver un pleito en la calle de un niño grande que está golpeando a un niño más pequeño. ¿Qué hay que hacer? ¿Pasarle un bat o un cuchillo al pequeño para que se defienda? ¿o separarlos para que nadie se haga daño? ¡Obvio que separarlos! Pero en toda Europa y todo occidente predominó la idea, que perdura, que hay que armar al débil, sin importar el costo en vidas humanas y la destrucción.
Partidos de derecha, centro e izquierda, apoyan indistintamente el atizar la guerra en Ucrania, sin importar el promover la escalada a una guerra nuclear. Adoptan o reproducen la propaganda que ha construido la OTAN, de que Rusia quiere invadir Europa, cosa que es absurda. Cierto que Rusia ya tiene ocupada, digamos, la quinta parte del territorio ucraniano; pero a ese ritmo, está claro que no tiene capacidad de ocupar toda Ucrania, mucho menos va a poder invadir toda Europa. Lo único que quiere es una zona de seguridad, y esa se la pudieron reconocer desde antes del estallamiento de la guerra. En el fondo había que construir un enemigo para justificar el resurgimiento de una economía de guerra.
El problema de la izquierda en este momento, particularmente en Europa, es que el bombardeo ideológico ha sido tan implacable que la izquierda ha perdido la lucha ideológica. El termino izquierda ha sido satanizador, se utiliza en forma clasista, sinónimo de anticapitalista, comunista, amigos de Putin, promotores de la migración… sinónimo de todo lo que se rechaza. Y a los partidos de izquierda les pesa la connotación, y así han estado virando hacia el centro, mientras que los del centro hacia la derecha.
En Francia, solo el partido liderado por Jean Luc Melechon, la Francia Insumisa (LFI) y el Partido comunista (PC) son abiertamente pacifistas, pero tal vez por eso son fracciones minúsculas. Sin duda la propaganda occidental es dominante en la clase política y los medios, y pocos osan cuestionar el estado de cosa.
¿Debemos estar contentos por el resurgimiento de la izquierda en Reino Unido y en Francia? Sí, pero no ilusionados.