Para Ma. del Carmen
Hernández Martínez
Mi madre y yo hemos vivido diversas aventuras de vida, algunas de ellas tristes pero en gran medida, ella ha sabido encontrarle el lado bueno a las cosas por lo que en suma, mi vida ha sido muy buena a su lado. Creo que he llegado al punto de valorarla tal como es y por todo lo que me ha brindado. Ahora, los derroteros de mi vida han forjado mi carácter y la madurez que no simpre aparento, me motivan a verla tal cual es, con todo y sus limitaciones, con su no querer vivir conmigo y preferir estar lejos de mi, en su tierra, con su su familia y las hermanas que le sobreviven. Así, cada que puedo acudo a verla para volver a sentirme niño y hacerle travesuras, jugarle bromas, apretarle el chamorro y simular un ladrido para que ella asustada levante los pies o, para ponerme una máscara y salirle de pronto mientras barre o, para contarle chistes o cantarle acompañado con mi guitarra. Que diera yo por tenerla junto a mí, sin embargo, estoy consciente de que en esta plenitud de vida en la que se encuentra, prefiere vivir a su modo, acompañando a mi muy querida Tía Soledad (Chole) con la que comparte a carcajadas anécdotas divertidas y apodos impuestos a vecinas y amigas de por el rumbo donde viven allá en Celaya, Gto. Seguramente, también compartirán lágrimas por las penas que ya no son solo de ellas sino de los hijos ausentes y presentes, por los nietos y demás problemas que tal vez, ya no deberían de tener pues la crianza la han cumplido a cabalidad y más. Recientemente acudí con ella, me pasé de días de visita y no fueron suficientes, me pude haber quedado más tiempo muy a pesar de algunos. En el cuarto donde ella se queda, veo sus libros de oraciones, sus santos, sus pocas pertenencias y, advierto que todas las noches intenta rezar un rosario completo pero la vence el sueño pues se va agontando durante todo el día y ya en la noche, sucumbe para renacer por la mañana con esa misma alegría que la ha caracterizado desde que tengo uso de razón, aquella que atemperó nuestras difíciles temporadas que amenazaron con ser permanentes, así, mi mamá despierta y vuelve a rezar, le da gracias a Díos, le da de comer a los pájaros y comienza a cantar a la par de la música que emana de una bocina que le compré con sus dos memorias USB que no acaban de gustarle totalmente, pues quiere que le integre más canciones de Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Amalia Mendoza, los Cadetes de Linares y, en fín, la lista es todavía amplia y tendré que llevarle una tercera memoria con las últimas peticiones. De vez en cuando mi mamá nos visita y se turna para quedarse con mis dos hermanas y conmigo; el agraciado con la visita corre la suerte de tener comida buena y de buen sazón, pues mi madre se esmera siempre en tener la casa limpia y los alimentos a tiempo, no le gusta estar sin hacer nada, de lo contrario, la firma del programa 65 y más, es un excelente pretexto para regresar a su amado pueblo. Allá en su Jaral del Progreso, mi mamá visita a sus demás hermanas, una mayor (Jesús) y otra más chica (Lupe), se impregna de sus vidas y trata de darles ánimos ante las circunstancias adversas, siempre invoca al santísimo y envía buena vibra a todos, pero eso sí, también tiene su carácter y emite maldiciones si es necesario sobre todo cuando le tocan a su hijo consentido que soy yo o, a mis hermanas. Creo que todavía me falta por conocer mucho sobre mi madre, cuando intento recordar a manera de anécdota los momentos difíciles de mi infancia, me dice que estoy traumado y cuando ella evoca los suyos, le digo que está traumada y los dos reímos a carcajadas. Es complejo para el que escribe, disimular la necesidad permanente de estar junto a mi madre, lo que si puedo afirmarles es que estando a su lado, irradia una energía muy especial entre nosotros lo cual me reconforta a pesar de que no siempre le cuento mis problemas. María del Carmen se llama esa mujer mágica a la que amo con todo mi corazón y con la que estoy en deuda de muchas cosas, ambos esperamos tiempos mejores para estar juntos y reir a carcajadas, mientras tanto, acudirá con mi Tía Chole a su club de café allá en Celaya, saludarán a la vecina cejas de diablo y por las noches, rezará por sus hijos antes de dormirse. Gracias mamá, te valoro y te amo profundamente. ■
Álvaro García Hernández