La Gualdra 661 / Libros / Novela
Por Mario Alberto Medrano
La obra de Fernanda Trías (Uruguay, 1976) la he leído con mucha atención desde la primera vez que me topé con su novela La azotea, allá por el año 2014. Leí No soñarás flores, La ciudad invencible, Cuaderno para un solo ojo y Mugre rosa, en ese orden. Cada libro tiene su propio universo, pero en todos hay una poética de la autora: Trías tiene una voz al escribir, el lector la identifica, intuye las intenciones líricas que hay en la maquinaria narrativa.
Este año, la uruguaya publicó El monte de las furias (Random House), novela narrada por una mujer aislada en una montaña, quien debe cuidar una malla electrificada que esconde no se sabe qué. Ella, quien suele tener momentos de furia, como si un veneno la habitara y necesitara justificarlo y explotarlo, viene cargada de un pasado violento, con una madre y una abuela que la sometieron, dos mujeres que marcaron su personalidad, una, la madre, añorante de la ciudad y su olor a plástico; la otra, la abuela, mujer con una cercanía a la naturaleza.
Su soledad se ve acompaña por diversos entes: el Celador, con quien convive de manera mustia, silenciosa, aséptica; un hombre que la visitaba y con quien tenía relaciones sexuales, pero al no quedar preñada, no volvió; un par de mujeres religiosas que buscan llevarla al camino de Dios; y con la montaña, de quien recibe dones y energía, de la naturaleza bravía y fiera. Cada una de estas relaciones está tejida con los hilos de la violencia y el perdón; de la sexualidad y la castidad.
El monte de las furias se vincula con la obra de Trías en dos aspectos: el tono poético a lo largo de la novela. La protagonista escribe su diario y alcanza momentos de mucha lucidez lírica, en medio de la soledad y oscuridad de una montaña y su bosque. El otro, el tema de la maternidad y la violencia contra la mujer. Tanto en La azotea y Mugre rosa se reitera en esta temática, se gira en torno a este conflicto, a la decisión de ser o no madre, y lo que conlleva, una pulsión violenta.
Y añadiré un aspecto más. El monte de las furias parece ser una extensión de Mugre rosa, la ambientación, el telón de fondo, el cuidado del medio ambiente son la escenografía de ambas, así como el uso de una mujer narradora, sola, en medio de un espacio hostil, en una soledad que las lleva a la locura, a la reflexión poderosa y compleja. Ambas novelas se parecen mucho, son, a su manera, el otro lado del espejo de la otra.
La vida de esta mujer comienza a dar un vuelco cuando halla al pie de su jardín cuerpos de personas muertas. Aquí es cuando la novela toma tintes negros, de misterios. Es en este punto donde se comienzan a tensar las cuerdas de la intriga, y la novela toma un envión. La mujer no sabe qué hacer y la trama se complica.
He dicho en diversos espacios que la obra de Fernanda Trías ha sido para mí un descubrimiento fascinante. Cada novela suya me aporta algo a nivel estructural, dramático o poético. Decía que su voz es reconocible, pues cuando leo a otras autoras contemporáneas encuentro su propio tono; por ejemplo, María Gainza entrelaza muy bien el ensayo y la crítica de arte con la narrativa; Mariana Enríquez siempre maneja en claroscuro del terror, una rendija donde se asoma el ojo del miedo y la sorpresa. Ampuero es pura violencia, castigo, dolor, un realismo muy poderoso.
Con Trías he logrado identificar el genio poético, sus personajes siempre deambulan entre la depresión y el sometimiento, con una voz suave, casi susurrada, y cuenta una tragedia y una historia de traspiés y furias. El personaje de esta última novela no es la excepción, con altos momentos de cavilación.
Se puede advertir en esta novela que el tema del feminicidio es central. El acecho contra las mujeres y su respuesta, de la cual los hombres no saben cómo lidiar. Este personaje, cuyo nombre no sabemos (y pienso que es totalmente intencional porque esta mujer puede ser cualquiera), es a su manera la bruja que fue aislada en un monte que no la dejará salir de su espacio, mujer que no dañará, mujer que servirá para ser atormentada.
Con El monte de las furias, Fernanda Trías cumple y cierra el ciclo del ecoterror, ese subgénero literario en el que ya incursionó. Esta novela, lo repito, camina a la par que Mugre rosa. La autora nos ofrece un universo ya conocido, lo amplía y profundiza en sus obsesiones, las desgasta hasta dejarlas en el polvo de la montaña. Creo que Fernanda Trías aporta con cada novela un engrane para ir confeccionando su propio territorio narrativo, nos enfrenta a espacios libres de tecnologías, donde la naturaleza del ser humano se colapsa y explota.