Los niveles de violencia continúan siendo (muy) alarmantes, y las víctimas no tienen clasificación política, la victimización es independiente de las ideologías, partidos o sector social: todos estamos vulnerables. No es gratuito que las mediciones seguridad subjetiva señalan cifras mayores al 80 por ciento de la población que se siente insegura en la calle o hasta en sus hogares. Y si 8 de cada 10 mexicanos, por lo menos, se siente vulnerable, significa que chairos y fifís, obreros y patrones, estudiantes y maestros, hijos y padres, creyentes y ateos, ricos y pobres, norteños y sureños, o mujeres y hombres, no tienen certeza de su integridad física y patrimonial. Son muy pocos los que viven sin preocupaciones de este tipo.
Por tanto, extraña sobremanera que la fracción política de simpatizantes del actual Gobierno Federal realice campañas de linchamiento político a las víctimas de la violencia que manifiestan no sólo la denuncia de la impunidad del caso que les aqueja, sino que ejercen su derecho a la crítica al gobierno que tiene la obligación de garantizar la seguridad de todos los mexicanos. Politizar o partidizar una manifestación de este tipo es altamente desafortunado. Por atacar a la crítica, ningunean el legítimo derecho al reclamo de justicia que hacen los manifestantes, que son al mismo tiempo, víctimas de violencias atroces. Descalificar a la familia LeBarón por hacer lo que todo ciudadano debe hacer: exigir justicia ante una acción de violencia que tuvo en sus efectos el asesinato de su familia, entre los que se encontraban niños, mujeres y jovencitos, implica perder el piso de la realidad básica que debe guiar la prudencia (y la decencia). Algunos coreaban que ‘eran extranjeros’, y otros (en las redes) afirmaban que ‘ellos tenían la culpa por haber salido cuando saben que los caminos son peligrosos’; y sobre Sicilia decían que su hijo era responsable ‘por andar en un bar de mala muerte’. Razones inconcebibles e inaceptables. ¿Qué (nos) está ocurriendo? ¿Las víctimas son culpables de su victimización? A los críticos les dejó de importar el dolor de esas personas, y eran únicamente culpables de un pecado político: exigir al presidente la justicia ausente.
No somos súbditos, somos ciudadanos. Y esto implica que no pedimos la caridad de la paz, sino que nos asumimos como sujetos de derechos. Y la persona que sabe que tiene derechos, exige al Estado que los cumpla y los haga cumplir, independientemente de quien ostente la conducción del Estado. Y la ciudadanía debe asumirse independientemente del color ideológico o la posición política que tengamos: izquierdas, centros, derechas, abajo o arriba. El dato esencial es que la delincuencia asesinó a la familia LeBarón, y aunque sean críticos del gobierno, tienen su íntegro derecho de que se les haga justicia. Y el resto de los ciudadanos debemos poner en el centro la circunstancia de esas personas como víctimas de violencia extrema, y como segundo dato, sus preferencias políticas. Antes que la política, está la humanidad de cada persona. Si dejamos de saber esto, entraremos a la selva incierta de la barbarie.