Comentado sobre las aspiraciones de los nuevos docentes de tiempo completo que se integran a la UAZ durante la década de los setenta, Eduardo Remedi en la página 260 de su libro “Detrás del murmullo” (Juan-Pablos-UAZ, 2008, México.) escribe que:
“…en la mayoría de estos casos, el ejercicio docente no será la fuente de mayor gratificación y estará planeado como un medio para encontrar bases de identificación en procesos y sujetos extrauniversitarios, perdiendo interés en la carrera académica en sí”. Unas pocas páginas más adelante (p. 293), ahora comentando sobre la reforma de 1971 en la UAZ, nos dice que: “…la Universidad Autónoma de Zacatecas no escapó a un movimiento de reforma que se emprendió en función de principios teórico-normativos y no a través de un proceso de reflexión e investigación de resultados, logros e insuficiencias del sistema institucional sujeto a reforma. Esta ausencia de indagación específica sobre los procesos vividos se evidenciaron a través del carácter de generalización, y a veces de la inviabilidad de muchas de las propuestas reformistas”.
Una conclusión de lo anterior es que los docentes que emprendieron la reforma del 71, debido a que subordinaban el trabajo académico al político, estaban imposibilitados para llevar adelante una reforma académica, por lo que esa reforma estaba condenada al desastre sean cuales fueren los resultados de sus acciones políticas. Sin embargo el aliento reformista no se extinguió del todo y sobrevivió como mala conciencia de los líderes universitarios, que volvieron la dicotomía “academia/política” parte de su vocabulario demagógico. Si damos un salto de la década de los setentas hasta la primera década del siglo XXI podremos apreciar que aquellos líderes que fracasaron en sus empeños decidieron, por razones similares, volver a fracasar, aunque ahora la composición de los sujetos extrauniversitarios con los que buscaban identificarse no estaba definida por “campesinos desposeídos”, sino por los partidos políticos.
A pesar de los años transcurridos seguía habiendo limitaciones para lograr sacar adelante un proyecto académico, y en la medida en que tales limitaciones no se tuvieron en cuenta, porque esos líderes seguían teniendo como paradigma de acción una serie de postulados normativos generalmente inviables, los resolutivos del Congreso de Reforma 1999-2000 se dejaron a la feroz crítica de los ratones. Debemos tener en cuenta, entonces, que en el ámbito universitario existen un conjunto de limitaciones estructurales, derivadas de una historia de subordinación del trabajo académico al político y de un marco cognitivo desde el que los líderes manejan, antidemocráticamente, la UAZ, que resulta en una fuerte resistencia al cambio. Las resistencias no son abstracciones, sino realidades que se manifiestan en sujetos que mantienen, reproducen y dan viabilidad al régimen existente. Entre los medios de darle viabilidad al régimen se cuentan las narraciones sobre el origen y fundación del orden social en el que vivimos, como se ejemplifica en la epopeya en prosa de Francisco García González “Los años y los días de una institución” (Cuellar, 1997, México) en la que se nos relata el difícil rescate de la universidad de manos de la recalcitrante derecha por la izquierda revolucionaria. Pero aparte de las narraciones formales, que los universitarios no suelen leer, están también las narraciones orales que los líderes imparten a sus acólitos, que, aunque menos coherentes, son más emotivas y coercitivas. Ahí no caben los disensos. Por eso es que una discusión reciente, y relevante, sobre el papel que debe tener la Unidad Preparatoria en el entramado universitario se desliza silenciosamente del ámbito de los argumentos razonables al de las consignas inapelables.
Los argumentos razonables sobre el lugar de la Unidad Preparatoria en la estructura del proyecto de universidad derivado del movimiento de reforma de 1999-2000 no existieron, porque al parecer no cabía en él. Se incluyó como “nivel educativo” por presiones políticas, en un ejemplo más del hábito de los dirigentes de ponderar primero los pesos políticos que los argumentos. Sin embargo es necesario establecer, sobre bases documentales e investigaciones fehacientes, cuál debe ser el lugar y el tamaño de la Unidad Preparatoria. Y debemos estar listos para asumir que – por ejemplo-, en el mejor de los casos debe reducir sus dimensiones porque no resulta necesaria en muchos lugares debido a la abundancia de oferta educativa. Muchos, en un ejemplo más de demagogia electorera, predican que si la Unidad Preparatoria se desvanece o se reduce se tendrá un serio problema laboral. No es así, el contrato garantiza la reubicación de todos los docentes cuando haya supresión de unidades o áreas. En todo caso, si hay un problema laboral reside en la debilidad del Spauaz ante la patronal, pero ese problema ya existe hoy debido a la permanente connivencia de los líderes sindicales con la rectoría.
Una crítica hecha por universitarios al libro citado de Eduardo Remedi no existe, y parece claro que el autor del referido libro estaba consciente de que esa crítica permanecería ausente debido que, para él, los docentes universitarios tenían un capital cultural muy pobre y estaban guiados por líderes aventureros ávidos de reconocimiento, que creían que la cultura se obtenía pasando 10 años en un doctorado en el extranjero y no junto a la leche materna. ■