■ En México es la única montañista activa y madre dedicada a este deporte, asevera
■ La también triatleta busca “cerrar un círculo” al alcanzar la cima del monte Everest
“Inicié en el pico de Orizaba, tengo 34 montañas (ascendidas) a nivel internacional y dentro de las 34, siete ya escaladas del gran slam” al que se integran cimas de Africa, Indonesia, Europa, América del Norte, América del Sur y la Antártica, reseña Cristina Robles, única montañista zacatecana y quien se define a sí misma como “una mujer ordinaria haciendo cosas extraordinarias”, que consigue, exigiéndose un “poquito más de lo que toda mujer puede dar. Pero todas pueden hacer exactamente lo que yo hago”, afirma.
En México agrega, es la única (montañista) activa y la única mamá a nivel nacional activa, que ha escalado las siete cimas internacionales correspondientes a la lista Messner, ofrece como datos de su récord.
Recientemente, escaló el Mont Blanc, la montaña más alta de los Alpes, la única cima que le falta alcanzar de esta guía, es el monte Everest. Al que se propone conquistar desde hace 10 años, meta que sin embargo, no ha podido lograr por la falta de patrocinadores.
La también pionera en el estado del triatlón, disciplina en que se inició a los 15 años y en la que ha incursionado en su prueba más difícil: el Ironman, “hombre de hierro”, que combina recorridos 3.86 kilómetros a nado, 180 kilómetros en bicicleta y 42.2 kilómetros de carrera a pie, destaca que sólo el permiso para el ascenso a la cima más alta de mundo tiene un costo de 25 mil dólares.
Praticante desde hace 20 años de la escalada de alta montaña, Cristina Robles esperará activamente conseguir patrocinios para este ascenso en el que sabe no debe escatimar “ningún centavo”. “Un millón de pesos, eso es lo que cuesta un buen equipo de ascenso”, comenta, y resalta que de conseguirlo depende su integridad física.
“Yo tengo que regresar completa. 80 por ciento de los accidentes ocurren al descenso de la montaña, traes el éxtasis de la cima pierdes la cabeza, te sientes más relajado y no mides los errores y las consecuencias que puede tener eso”.
Y entre estas consecuencias se encuentra perder dedos de pies y manos, nariz u orejas por congelación, pues estas extremidades se exponen mayormente en alturas que implican para el cuerpo la prioridad de oxigenar y por tanto llevar la sangre a los órganos vitales para mantener el calor.
El riesgo extremo, la muerte, no es un problema para Cristina Robles, lo ha asumido y desea incluso que la vida le permita morir haciendo lo que ama. “¿Qué mejor, morir haciendo lo que te gusta? A mí me gustaría mucho en mi caso, la verdad”.
Para esta última cúspide de la vida “todos tenemos que estar preparados”. La presencia de la muerte en un deporte extremo como el montañismo es perenne, así se aprende a sacar lo mejor de sí, dice, “he estado en contacto con ella porque he visto gente que se ha muerto, ha tenido accidentes, son factores latentes y que no puedes excluir”.
Enfrentarse a estas moles “titánicas” en donde la majestuosidad se hace evidente y se asume la comprensión de que “Dios es grande y tú eres pequeño (…) sí le da valor a mi vida”, afirma.
Espiritualmente, comenta, tienes que estar bien con Dios, con la naturaleza y las montañas, pues considera “te abren el espacio, tienen vida, te dan permiso” para poder escalarlas.
“El montañismo tiene algo (…) ese inter de estar siempre en riesgo te hace sentir que estás vivo, a mí me ha hecho valorar infinidad de cosas. Hay muchas situaciones en las que aprendes muchos valores de actitud, de conducta”.
Cristina considera su actividad puede constituir un legado para los jóvenes, a fin de que sepan que “pueden llegar hasta donde ellos quieran rompiendo límites”.
Este testimonio quedará asentado en Las Montañas de mi vida, libro en preparación en el que hace un recuento de las cúspides alcanzadas y los sucesos que ha implicado el ascenso a cada una de ellas con sus historias “buenas y malas”, también un medio para expresar su agradecimiento a los amigos que han formado parte de este proyecto de vida.
El texto, que será breve, anuncia, espera por su último capítulo: el ascenso al Everest. “Tengo 10 años tratando de subir la cima del Everest, tratando de buscar el recurso. Y me decían que el Everest llama. Algún día en la vida iré. Sí voy a ir porque tengo que cerrar ese círculo y es parte del proyecto”.
Esta espera añeja para conseguir el dinero necesario, hace surgir otro tema en la conversación: “Creo que en México sí tenemos todavía esa concepción del machismo, es algo cultural. Y creo que si hubiera sido varón a lo mejor ya hubiera obtenido el recurso, ya hubiera ido al Everest”, comenta.
Sobre su condición de mujer dentro del montañismo, las dificultades se remontan hasta la infancia. “Me trataban de bloquear” dice, los antecedentes de su audacia incluyen su afición los carros off road y el motociclismo.
A la suma de años, Cristina encuentra “cuatro razones muy fuertes para sostener que una mujer es “muchísimo más fuerte que un hombre: vivimos más años, podemos dar a luz, somos más tolerantes al dolor y somos personas multi tags que podemos hacer más cosas a la vez”.
La diferencia es el potencial de “fuerza bruta” que los varones sí alcanzan. “He entrado en controversia en ver quién llega primero, quien llega después y no es tanto el esfuerzo físico. Para mí siempre la montaña ha sido cabeza, todo es mental, todo es cabeza, yo creo que es la que al último te lleva a tus límites”.
De entre sus muchas anécdotas, su escalada en Indonesia ha sido la que más le ha marcado. Para acceder a la Pirámide de Carstensz ubicada a 4 mil 884 metros sobre el nivel del mar, tuvo que ingresar en avioneta a la selva y conoció ahí a los miembros de una tribu de pigmeos con los que estableció amistad intercambiando alimentos.
“Fueron muy atentos…aprendí que la gente en el mundo todos somos iguales y que la montaña no tiene preferencias”. A ella se “sube hasta donde uno quiere llegar y no existen los géneros, tanto a hombres como mujeres, la montaña nos trata igual”, ofrece como conclusión.