- El son del corazón
La imagen del joven asesinado y colgado de la cintura en el Puente de la Concordia, ubicado en el oriente de la ciudad, revela que en el Distrito Federal se desarrolla vorazmente, sin encontrar obstáculos que mitiguen su rápido crecimiento, la delincuencia organizada. La prensa cotidiana es acuciosa en mostrar la variedad de eventos donde aparece la sombra del narcotráfico y, sin embargo, el jefe de Gobierno desestima la tendencia ascendente de encuentros con violencia, donde participan actores armados hasta los dientes que recorren los suburbios como Juan por su casa.
Esta enorme ciudad camina hacia un estado de violencia cualitativamente superior. Si anteriormente el robo a transeúntes o a casas habitación era tema que no rebasaba un límite discreto de temor y la gente digería las acciones de pandillas improvisadas de delincuentes que resarcían con pírricos botines su condición de desempleados, ahora la realidad muestra a grupos organizados, con estructura financiera y con poder de fuego que los hace temibles.
De la periferia al centro, las transformaciones delictivas impuestas por el narcotráfico, el secuestro y la extorsión, determinan que vivir en la mega-urbe es un riesgo de consideración que se añade, con su carga de miedo, a la irritación y la neurosis que hacen del ciudadano capitalino un ente medroso y con muchas razones para vivir con cautela. Los habitantes de la ciudad de México ahora tendrán que elevar el monto del impuesto por vivir, nada más por vivir, en este valle de lágrimas.
El DF como plataforma política
Lo que pide a gritos México, Distrito Federal, es conducción política. Con frecuencia se escuchan las jactancias de los dirigentes del DF; suenan ridículas cuando afirman que la ciudad es amorosa y calma, espacio idóneo para soñar y hacer negocios, área colorida que muestra con orgullo su cita histórica con la modernidad.
Los políticos del DF, como los del resto del país, nomás andan aquí por el dinero y solo ofrecen a cambio la bagatela de sus prescindibles intervenciones, plenas de pereza y tonterías y, sobre todo, una conducta infantil a la hora de demostrar su responsabilidad. No debe extrañar que la ciudad corra sola, así nomás, animada por la naturaleza de las cosas, sin idea preconcebida que le brinde una sistemática reconstrucción cotidiana.
Los grandes problemas atraídos por los millones de habitantes que se desplazan por las calles y avenidas, demandan directivos comprometidos que la sepan repensar y promuevan soluciones científicas para su reordenamiento con un sentido social. El problema es que no hay gente de esta calidad; quienes se asumen como nuevos dirigentes citadinos tienen una agenda personal llena de ilusiones, donde se presentan como nuevos socios de grandes tiburones de los negocios y tienen pocos recelos de las intenciones demoledoras de los desarrolladores inmobiliarios.
Los nuevos dirigentes del DF adoptan, en un santiamén, el lenguaje de los comisionistas y se reconfortan íntimamente al calcular la dimensión de los apoyos financieros que obtendrán para ascender en el escalafón político. Sus trucos, aunque desgastados, aparecen a la hora de manipular a los sectores populares y, con sorpresiva celeridad, aprenden a fraternizar con las organizaciones gangsteriles de comerciantes ambulantes, célebres por su capacidad de atraer recursos financieros frescos.
La ciudad no está en manos de gente que la piense con inteligencia. La ciudad vive secuestrada por personajes oscuros y aventureros que sangran sus recursos diariamente, y hacen de ella una plataforma esencial de sus futuras promociones políticas.
Las reflexiones y programas políticos de calidad, donde interviene la inteligencia y la mano de la ciudadanía, no son esfera de la preocupación de los grupos de poder que pululan entre las nóminas, las comisiones secretas y las extorsiones. A la ciudad se le reduce y se le despoja, no se le propone o reconstruye. Solo basta con simular que se hace, para tener contenta a la multitud.
Una Delegación que espera el milagro monrealista
La Delegación Cuauhtémoc arrastra problemas acuciantes y graves, superiores a los mostrados por el resto de las demarcaciones capitalinas. Para responder a sus demandas, es necesario atenderla con asiduidad y serios empeños.
Empero, al concentrar a los poderes de la nación, a las representaciones de cientos de empresas de capital elevado y, hay que decirlo, al albergar servicios marcados por el alto valor de sus giros, se hace de ella pasto seco para la delincuencia de cuello blanco, para comisionistas convertidos en buitres del presupuesto y para las bandas de narcotraficantes al menudeo.
En este momento, hacen falta pronunciamientos políticos del actual delegado, donde se explique cuáles son los ingredientes que pondrá en juego para hacerla brillar; el tiempo corre y, hasta la fecha, no se escucha la voz de Ricardo Monreal, donde especifique los detalles de su programa innovador de gobierno y que empate con la energía que invierte en sus frecuentes declaraciones a la industria mediática.
Nada sabemos de su concepción de desarrollo sistemático de su demarcación. Debido a que las semanas anteriores se dedicó a asuntos de barandilla y a dar respuestas de mostrador a su clientela inmediata, todavía carece del discurso básico que lo muestre como estadista, como conductor versátil que atrae con habilidad lo aprendido en sus pretéritas funciones como gobernador.
Después de hacer los nombramientos básicos de su gabinete, donde aparece gente cercana a sus afectos, de sobra conocida y con pocas referencias profesionales, el delegado se contenta con la atención de los problemas ordinarios de su oficina. Pero no ha dicho a dónde va. Aún no muestra la consistencia de su hilo conductor.
Ahora que la delincuencia organizada toca con asiduidad la puerta del Distrito Federal, es razonable contar con dirigentes delegacionales solventes, que propongan políticas enérgicas para los grandes problemas de la ciudad. La convocatoria social de sus propuestas será, estoy seguro, el fundamento básico para levantar a una ciudad que cae a pedazos, por la índole de sus problemas tradicionales más apremiantes. De lo contrario, será prudente cerrar la puerta con triple candado. ■