Ahora bien, si usted, señor, señorita, señora, por desgracia aparte de ser joven escritor mexicano del siglo 21 y futura promesa de la literatura universal está jodido, no se preocupe, he aquí las siguientes recomendaciones para hacerse de un saco de pana o tweed.
Afuera de las estaciones del Metro General Anaya o Chilpancingo usted puede adquirir sacos de pana o tweed a muy buen precio. El problema son las tallas: o su cuerpo no se ajusta al del muerto o el muerto no se ajustó a su cuerpo. En todo caso puede esperar a que lleguen nuevos cargamentos, no de muertos, se entiende, sino de sacos. Enseñe usted este texto al vendedor del Metro Chilpancingo, no le hará ningún descuento pero al menos usted cumplirá con el encargo de hacer a un hombre feliz cuando vea que se menciona su puesto en La Jornada Zacatecas.
Si son las bolsas laterales del saco las que le cuelgan a la hora de probárselo, tampoco se preocupe: usted las puede rellenar con las tantas y tantas ediciones de bolsillo de algún grande de la literatura universal. No se tome la molestia de leer dicho libro, recuerde que su utilidad es para que no le quede el saco a lo Clavillazo. Si quiere usted consejo sobre algunos títulos sugiero La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, libro ancho, de buen pesaje, y Diablo Guardián de Xavier Velasco, tal vez un libro un poco más delgado, pero igual de útil… ah, y por supuesto, todo lo que encuentre de Arturo Pérez Reverte, lo haya escrito él o no.
Habrá ocasiones en que lo anterior no servirá para que el saco le quede bien, pero al menos usted podrá contestar a quien le pregunte que si compro ese saco de tal talla es para guardar todo lo de Arturo Pérez Reverte, pues es un autor del cual ya no quiere saber nada.
Morralito de piel: ¿En qué momento permitimos que tal accesorio, confeccionado por artesanos mexicanos, pasará a manos de los chinos, nos los enviarán de retache y nos los vendieran carísimos en tiendas donde compran sus accesorios los jóvenes escritores mexicanos del siglo 21? Hoy en día los hay de todos los tamaños, precios y marcas; y si bien predominan los folclóricos entre los jóvenes escritores mexicanos que marchan cada 2 de octubre a la Plaza de las Tres Culturas, lo cierto es que todos los autores deben hacer uso de un morralito, así sea para cargar la anforita de Bacardi blanco, La Jornada intacta, pues en cuanto la compran, la guardan, y de ahí no sale hasta el día siguiente en que va a dar a la basura, o cualquier libro de Eduardo Galeano, Roberto Bolaño, Mario Benedetti o un anquilosado Guillermo Fadanelli.
Como antecedente histórico de los morralitos de piel hay que mencionar a la niña de la mochila azul en la canción de Pedrito Fernández. De hecho, hasta entrada la década de los noventa eran más los escritores que optaban por este tipo de mochilas o por las famosas bolsas de mezclilla de la librería Gandhi (se entiende la fórmula: si cargas una bolsa con el nombre de una librería, quiere decir que lees o que al menos te tomaste la molestia de entrar y comprar esa bolsita que tanto presumes), sin embargo, una vez que nos llegó “la prosperidad económica” durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, y que las becas del FONCA se repartieron a tontas y a ciegas con tal de tener contentos a la elite cultural, los escritores mexicanos le hacían el “fuchi” al que llegaba a las reuniones con su mochila azul al hombro.
Lo ideal es que usted recurra a morrales confeccionados por grandes diseñadores mexicanos de exclusivas boutiques de la colonia Condesa o la Roma, o en caso de que usted no tenga dinero, de la Lagunilla, da lo mismo, de cualquier manera usted dirá que adquirió el morral en una tienda exclusiva y que le costó un dineral, que lo vale, y que aún debe, porque lo sacó a meses sin intereses con la tarjeta de crédito de un amigo cuya beca le permite lujos así.
Libro: No es necesario que nuestros jóvenes autores lean, a muchos nos queda claro que no lo hacen, escriben, escriben y escriben, pero son tantas sus ocupaciones entre conferencias, donde hablan de lo que no saben, presentaciones de libros, donde elogian lo que ni siquiera leen, y borracheras, que lo último que hacen es leer, vamos, compran muchos libros, los tienen en el librero, algunos hasta con el plástico y el precio todavía, presumen lo que dice la cuarta de forros, pero siempre encuentran alguna justificación para no leer, por ejemplo, dicen que todo lo que se publica hoy en día es mediocre, menos lo que escriben ellos, claro, dicen que sólo leen a sus amigos, aunque cada vez se quedan más solos por ser tan presuntuosos, o dicen que la literatura mexicana del siglo 21 no vale la pena porque lo que dice, de lo que trata, ya lo dijo antes un escritor alemán, francés, italiano, noruego, español o estadounidense, a quienes por obvias razones malinchistas sí presumen no sólo de haber leído, sino de haberlo entendido, lo cual parece imposible con las traducciones españolizadas de porquería.
Deben comprar un libro y traerlo bajo el brazo. Apliquen ustedes el famoso verbo que va unido a un escritor mexicano del siglo XXI: “sobaquear”. Luzcan el libro bajo el brazo a donde quiera que vayan, tal vez la portada quede un poco sudada, tampoco importa, motivo de más para asegurar que no se lo pidan prestado.
Camisas a cuadros mangas largas o cortas según sea la ocasión: Pongan atención, ya que este accesorio es de suma importancia para cualquier joven escritor mexicano del siglo 21. Se rumora en los pasillos de chismes literarios que las camisas a cuadros las comenzaron a usar los beatniks sin ningún otro motivo que el de las rebajas en un Black Friday cualquiera, que luego las comenzaron a utilizar los inmigrantes, también por económicas, quienes a su vuelta, tras miles de deportaciones, las trajeron a México, donde se multiplicó su producción como conejos gracias a programas de televisión como “Mejorando la casa”, donde un estúpido Al Borlan presumía cientos y cientos de camisas de lana y de cuadritos.
Una vez instalado el producto pasó a ser prenda de vestir favorita de los jóvenes autores mexicanos. En ocasiones por el precio, se entiende. En ocasiones porque es la prenda que más se encuentra en las pacas de ropa que traen de Estados Unidos, incluso manchada de sangre de combatientes que mueren un domingo de descanso en Irak o de inmigrantes que son baleados en la frontera.
A día de hoy parece que las compran a mayoreo (si es así, desconozco dónde), o que se las prestan entre los jóvenes autores, incluso muchos las usan para las fotografías de las cuartas de forros de sus libros, varoniles, con dos o tres botones desabrochados, pero sin llegar a lo que se conoce, gracias al excelente libro de Lorenzo Raphael, como el “Mirreynato”.
Bolígrafos: Aunque no sepan escribir, qué más da, alguien les dijo a nuestros jóvenes escritores que escriben y entonces lo hacen, no hay de otra, y para que les quede claro a los demás presumen bolígrafos de marcas costosas aunque poco más tarde descubren que para quien quiere escribir y tiene ganas de hacerlo lo mismo da una Montblanc que una buena y resistente Bic.
Los jóvenes autores mexicanos del siglo 21 se especializan en tomar fotografías de sus bolígrafos y subirlas al feis, tal fenómeno se debe a que presumen de lo que carecen, y como apenas si saben escribir su nombre de corridito, mejor callar las bocas de los que piensen que no se escribe con el status social y económico que brinda el portar un bolígrafo costoso, cuando las Bic fortalecidas y resistentes se burlan de lo que José Alfredo Jiménez bien llama “la falsa sociedad” en uno de sus ensayos sociológicos más destacables. ■