En apenas una semana la región latinoamericana se despidió de dos de sus más grandes representantes vigentes en la escena internacional. Me refiero por supuesto, en orden de sucesos, a las partidas de este plano material del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, y del Papa Francisco. A estas alturas ya es poco lo que se puede agregar sobre los dos personajes en cuestión, sin embargo, me parecía ingrato, por decir lo menos, no aprovechar este espacio para realizar un brevísimo reconocimiento de ambas figuras. Retornemos al orden.
Mario Vargas Llosa, parte del fenómeno literario conocido como el “boom latinoamericano” (del que de hecho fue su último representante vivo), fue autor de novelas magníficas, que han merecido un reconocimiento más allá de nuestra lengua común. Desde La ciudad y los perros, hasta La fiesta del chivo, pasando por La guerra del fin del mundo, por citar solo tres emblemáticas, sus textos son referencia para más de una generación. Pero el valor del escritor de origen peruano no se agota en el plano de las ideas, fue un intelectual en todo el sentido de la palabra, pues además de debatir con vigor, participó de las batallas políticas de su tiempo, de las que, hay que decirlo, siempre salió perdiendo más de lo que apostaba. Hay una clara línea divisoria entre quienes admiran su pluma, pero se distancian de su voz polémica, y viceversa. Vargas Llosa, habrá que recordarlo, participó como candidato en su natal Perú en una elección que perdió contra el tristemente célebre Alberto Fujimori. Para recorrer esta experiencia recomiendo amplísimamente “El pez en el agua”, las memorias que el propio Vargas Llosa publicó al respecto. De ese magnífico texto, quisiera rescatar la siguiente nota: “(…) hice un descubrimiento deprimente. La política real, no aquella que se lee y se escribe, se piensa y se imagina (la única que yo conocía), sino la que se vive y practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con las visiones teleológicas (la sociedad ideal que quisiéramos construir) y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad y el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares. Porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder, llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes. (…) Muchos políticos empiezan animados por sentimientos altruistas (cambiar la sociedad, conseguir la justicia, impulsar el desarrollo, moralizar la vida pública), pero, en esa práctica menuda y pedestre que es la política diaria, esos hermosos objetivos van dejando de serlo, se vuelven meros tópicos de discursos y declaraciones (de esa persona pública que adquieren y que termina por volverlos casi indiferenciables), y, al final lo que prevalece en ellos es el apetito curdo, y a veces inconmensurable de poder. Quien no es capaz de sentir esa atracción obsesiva, casi física, por el poder, difícilmente llega a ser un político exitoso”. Fin de la cita. No creo que requiera más recomendación el grande, grande Vargas Llosa.
Además, el pasado domingo de resurrección, el mundo entero se afligió ante la sorpresiva noticia del deceso del Papa Francisco, líder de la Iglesia Católica. Aún y cuando semanas antes había estado convaleciente, el coraje de este hombre a unas horas de partir, nos llenó de esperanza, a tirios y troyanos, propios y extraños, de que permanecería consolidando su legado de compasión, paz y generosidad, desde la privilegiada y milenaria posición de Obispo de Roma. Poco hay que yo pueda agregar sobre este otro gigante latinoamericano. Salve decir que me cuento entre quienes, distanciado de la religión católica en la que fui criado, su estilo, su mensaje y su coherencia, me permitieron reconciliarme, como a millones, con la idea de una religión que evangeliza sobre los principios de la bondad, el amor, la paz, la generosidad, la misericordia y la infinita compasión del Ser Supremo en que creemos, o no, pues no han faltado las muestras de simpatía, y ahora de pesar, de ateos que veían en la figura del jesuita Bergoglio, un emisario que, más allá de religiones, credos y dogmas, permitía coincidir en valores que le urgen al mundo como brújula ética para la convivencia… y la supervivencia.
Descansen en paz ambos: el peruano, el argentino; los sudamericanos, los latinoamericanos: los universales humanos.
@CarlosETorres_