La batalla de “La Toma de Zacatecas”, ocurrida el 23 de junio de 1914, fue la más importante de la Revolución Mexicana debido a que determinó la derrota del usurpador Victoriano Huerta y, en consecuencia, derivó en implicaciones políticas e ideológicas fundamentales en el devenir de la nación.
De acuerdo con el historiador José Enciso Contreras, esta fue la batalla con mayor relevancia durante la Revolución no sólo por su significación en esa coyuntura, sino también por el nivel de planeación y organización para ejecutar la toma de la ciudad.
Después de varios días de organización, la ofensiva se llevó a cabo el 23 de junio y la División del Norte atacó al ejército federal instalado en La Bufa y en los cerros de La Virgen, del Padre y del Grillo y luego de varias horas los revolucionarios resultaron vencedores.
El historiador explicó que la batalla tuvo consecuencias políticas e ideológicas importantes, pues la victoria de la División del Norte sepultó cualquier aspiración del antiguo ejército porfirista de continuar siendo una fuerza hegemónica en la conducción de México.
Sin embargo, la Toma de Zacatecas fue un acontecimiento que provocó un retraso económico de más de 40 años, ya que muchos zacatecanos se trasladaron a otras ciudades del país, entre ellos los grandes comerciantes de la época.
El censo municipal que se encuentra en el Archivo Histórico se muestra que, después de la batalla de 1914, solamente quedaron 15 mil personas habitando la ciudad, de manera que la capital del estado se recuperó hasta la década de los 70 del siglo pasado.
Por su parte, Carlos Betancourt Cid, investigador del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), publicó un artículo en el que igualmente destaca la organización y planeación de “La Toma de Zacatecas.
Según su investigación, la estrategia se planeó 12 días antes y poco a poco llegaron brigadas que alcanzaron la integración de 22 mil hombres apoyados por casi 50 cañones. El método de ataque conjunto de esta impresionante potencia bélica se ejecutaría a partir del día 23, tal y como aconteció.
El cálculo que había en torno a las milicias huertistas era que sumaban 12 mil efectivos, apoyados en 13 piezas de artillería, por lo cual el escenario estaba dispuesto y la oportunidad que se presentaba no podía desaprovecharse.
El 19 de junio, el general Felipe Ángeles, acompañado de Manuel Chao, decidió inspeccionar el terreno para seleccionar el acomodo idóneo de sus cañones. Luego, al día siguiente, comenzó a dar disposiciones para desplegar sus piezas.
“Al día siguiente, la estrategia de acomodo de las tropas que salvaguardaban la legalidad de la Constitución de 1857 era incontenible. Ángeles aprovechó para establecer las instalaciones hospitalarias que se requerirían al momento del asalto final. Al mismo tiempo, situaba sus piezas de forma subrepticia, ocultándolas estratégicamente a los ojos de los huertistas, con la mira apuntando hacia sus posiciones en las alturas. La lluvia caía sin piedad sobre los soldados, quienes no contaban con cobijas para resguardarse, pero en cambio exteriorizaban en su accionar la valentía engrandecida para impedir que estos inconvenientes climáticos los desconsolaran”.
De acuerdo con Betancourt Cid, cuando Francisco Villa arribó al campo de batalla, sus fuerzas se encontraban prevenidas y alertas para emprender el ataque con seguridad de que lograrían la victoria, ya que los preparativos que Tomás Urbina y Felipe Ángeles efectuaron con antelación eran implacables.
En el diario de Felipe Ángeles, este reató que la noche del 22 de junio alistaban sus posiciones en “una procesión silenciosa, una procesión de fantasmas, alejándose del enemigo que dormía sueños de pesadilla, allá alrededor de aquel faro, que no era sino un símbolo de miedo; que no servía para otra cosa sino para hacer creer que servía de algo”.
Así, alrededor de las 10 de la mañana del día 23, a la orden de Francisco Villa, se desató el ataque por todos los frentes en forma conjunta y, según expone, las arremetidas de la artillería eran conducidas magistralmente por Ángeles, quien movilizó sus piezas de forma sorprendente, dirigiendo las descargas de fuego delante de sus contingentes de infantería, ocasionando graves bajas en el enemigo y abriendo al mismo tiempo el camino de los revolucionarios hacia los emplazamientos federales.
En primer momento, los federales huyeron hacia las prominencias del cerro del Grillo y de La Bufa, que resguardaban a los oficiales del gobierno espurio con todos sus bastimentos, pero “hacia el mediodía la bandera constitucionalista ondeaba dominadora en el monte de la Sierpe”
Conforme el día avanzó, relata Betancourt Cid, las tropas de la División del Norte se robustecieron y los enemigos perdieron poco a poco sus posiciones hasta que a las 17:30 horas cerca de ocho mil soldados federales buscaron la huida, pero “bajo el fuego revolucionario terminaron su existencia. La victoria se había consumado”.
De acuerdo con este historiador, La toma de Zacatecas significó la apertura del camino de los revolucionarios hacia el centro del país, pero después hubo desencuentros entre los protagonistas de la historia mexicana debido a las diferencias en sus proyectos de nación.
“A pesar de la contundente hazaña bélica acaecida en Zacatecas, la guerra aún no llegaba a su fin. Torrentes de sangre hermanada por una misma nacionalidad iban a empapar aún más los territorios de la patria. No se podía ser optimista, el fin de la disputa no estaba cerca”, concluye.
No obstante, para el Gobierno de México, la capital de Zacatecas fue la última plaza que el gobierno huertista trató de sostener para su causa con sus mejores tropas, además de que fue decisiva para el constitucionalismo.