Las modas incluidas las educativas, sobre todo éstas, como todo lo que huela a modernidad siempre nos han llegado tarde.
La ilustración entendida como el movimiento cultural que aparece en los países más avanzados de Europa en el siglo XVIII, llegó como tantas otras cosas tarde a México. Se basó en el optimismo que los filósofos y letrados depositaron en el poder de la razón y la apuesta por reorganizar y transformar a la sociedad con base en principios racionales y la fe en el hombre más que en la de algún dios, rasgos que, puesto que la “razón crea monstruos”, impulsaron el desarrollo de las libertades y las ideas igualitarias. Políticamente la ilustración o iluminismo estuvo asociada al absolutismo, conocido también como despotismo ilustrado, (Diccionario enciclopédico Grijalbo [prefacio de Jorge Luis Borges], Barcelona, España, 1995, p.998).
Para acceder a la ilustración se pasaba por la educación. Al iniciarse la segunda década decimonónica, cuando estalla el movimiento de independencia en la Nueva España, el perfil de una persona educada tenía que ver según la versión publicada en El Diario de México, con el empleo de “lenguaje sencillo y poco rebuscado, las muestras prudentes de los sentimientos, las formas de urbanidad, la amabilidad y la discreción eran las características que debía reunir una persona educada”. Todo eso englobaba a una persona virtuosa. Llena y dueña de virtudes.
Desde el último tercio de llamado siglo de las luces, la vida de los súbditos del imperio español y sus reinos de ultramar observó cambios en todos los órdenes. Las transformaciones aplicadas por los monarcas Borbones, fueron conocidas como reformas borbónicas. Descansaron en las ideas del credo ilustrado y se caracterizaron por la racionalización en el uso del poder, la especialización y centralización administrativa de la economía, obediencia de reglas fijas y un mayor control de los territorios bajo la autoridad absoluta del rey, (Jáuregui, Luis (2001), “Las reformas borbónicas”, p. 41).
El fomento de la instrucción primaria que se ofrecía en las escuelas de primeras letras, instituciones en las que se enseñaba a leer, escribir, contar y doctrina cristiana, como parte de estas reformas; no fue ajena a la influencia de la ilustración. Aquí tenía su base. De esta forma, en la transición del siglo XVIII al XIX y durante las primeras décadas del México independiente, instruir o educar fue sinónimo de ilustrar, pues en esa época según se decía, era a través de la instrucción como la niñez y juventud adquirían las luces, condición necesaria para acceder al progreso y con él, al bienestar. Esta idea que se tenía de la educación se propagó con la influencia liberal de la Constitución de Cádiz y abarcó las primeras décadas de la nueva nación mexicana.
Antes de entrar de lleno con el derrotero que tomaron, así fuera sólo en el intento, las escuelas de primeras letras después del constituyente de Cádiz, consideramos necesario mencionar los antecedentes de estas instituciones en la entonces provincia de Zacatecas y en el reino de la Nueva España, así sea desde una revisión muy general. Para ello antes de abordar con detenimiento un documento de proyecto fruto de la Constitución de Cádiz, para ser aplicado en la ciudad de Zacatecas, (nos referimos al expediente del AHEZ. Fondo Ayuntamiento, Serie Enseñanza, C.1, 9 fjs “Plan para Arreglo de las escuelas de primeras letras según la Constitución de Cádiz”, Zacatecas, sin fecha, en adelante “Plan para el arreglo de las escuelas de primeras letras”), conviene que hagamos así sea a grandes trazos, un repaso de las características de la educación de las escuelas de primeras letras en particular novohispanas previas al S. XIX.