Acompañado de mi hija mayor y la inocencia de su niñez realizaba una entrevista en el ruedo de una plaza de toros. La claridad de la exposición de mi entrevistado continuamente era interrumpida por el llamado de mi niña estirando mi pantalón.
—Papá… papá… —decía con perseverancia.
—Hijita, estoy trabajando, espérame —le respondía paciente.
Pero apenas la entrevista encontraba otra vez cauce, volvía a tirar de mi pantalón para llamar de manera constante mi atención. Por supuesto, llegó el momento en el que creció el tono de mi respuesta.
—Ya, chiquita, ya… ¡estoy trabajando y si sigues así no te volveré a traer!
—Papá, es que se salieron los toros al ruedo—expresó con suavidad y tranquilidad, forma que por sí sola dejó claro que no trataba de distraerme, sino de advertirme sobre lo que creía era un peligro.
Una vez resguardados los tres en un burladero, continuó la entrevista sin contratiempos.
¿Estará sucediendo algo parecido en el país, a propósito de la tácita prohibición de la tauromaquia en la Ciudad de México y su posible extensión hacia el resto del territorio nacional? Retomo entonces fragmentos de las letras que desordené poco antes de que se diera la puntilla a la moribunda fiesta brava.
La tauromaquia fue un ritual que primero abordé como motivo de reunión con mi padre, más adelante entendí como una representación del teatro de la vida y, finalmente, acepté como un reflejo de la decadencia de la sociedad del PRI hegemónico, incapacidad del PAN para responder a sus ideales y confirmación a cargo de Morena de que las herramientas del poder son las mismas para las izquierdas que para las derechas.
Hoy su prohibición no es el tema que me preocupa. La tauromaquia fue destruida desde hace muchos años por los propios taurinos, dicho esto sin la intención de quitar un “triunfo” ni a los animalistas congruentes, ni a los del “feis” que comen carne de animales sujetos a sufrimientos aún peores que los vividos en una plaza de toros, pero en el rastro lejos de sus ojos.
Me queda claro que la fiesta brava es rechazada cada vez por más mexicanos, que la historia es dinámica y que existe una mayoría parlamentaria con potestad para votar normas que la prohíban o limiten. Pero igualmente entiendo que la prohibición de la fiesta brava envuelta en una propuesta “racional” y “conciliatoria” que parte de premisas falsas, es un asunto que atañe a taurinos y antitaurinos, ya sea porque desnuda la ignorancia supina de la mayoría que tiene el poder político para imponer su decisión a una minoría o por una nueva y perversa manipulación de la candidez de muchos votantes.
Es agradable escuchar, por ejemplo, que se quiere evitar el derramamiento de sangre (en las plazas, claro, porque en otros lugares no se manda) y que las reses lidiadas no serán sacrificadas ni dentro ni fuera del ruedo, por lo que deberán regresar a sus ganaderías.
Pero ¿alguien conoció u omitió el “pequeño detalle” de que los toros bravos pueden torearse una sola vez, pues aprenden y descubren el engaño? ¿Alguien conoció u omitió el “pequeño detalle” de que la función de las reses bravas únicamente es la lidia, pues su conversión de alimento en carne es inferior a la de otras razas y su manejo, contrariamente a lo que algunos cándidos antitaurinos suponen, haría que sólo los valientes o inconscientes trataran de ordeñarlas?
Obligar al regreso de las reses a las ganaderías equivale a convertirlas en refugios financiados por los ganaderos, imagen seguramente grata para todo animalista que no invierta sus recursos para mantenerlos en las nuevas casas-hogar para toros de lidia.
El anterior no es el único escenario, pues en el supuesto de que los propietarios de las vacadas den entrada a los ejemplares toreados bajo las nuevas normas, al decidir incrementar sus costos antes que violar la ley, podrán embarcarlos de nuevo, pero ahora con destino al rastro donde serán sacrificados sin ninguna posibilidad de defensa y en ambientes muchas veces de crueldad superlativa.
¿Por qué no ir al fondo del asunto y debatir en serio si es ético criar una raza para que un pequeño porcentaje de ella, a diferencia de otras, viva libre en el campo y pase sangrante en el ruedo los últimos 20 minutos de su existencia? ¿Es ético condenar al sacrificio en la opacidad de los rastros a todos los ejemplares de lidia, dado que pronto no tendrán función alguna?
Taurinos y no taurinos: que discusiones nimias no nos impidan descubrir el poder que desde cualquier sitio de la geometría política rehúya el debate y engañe.