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viernes, 26 abril, 2024
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La despedida

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 468 / Río de palabras

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Pablo se encontraba leyendo Voces del más allá cuando alguien llamó a la puerta de su casa. Cualquiera en su lugar seguramente se asustaría, él no, no creía en fantasmas; pero sí se sorprendió pues eran las 12 de la madrugada. Se preguntó quién podría ser a esas horas de la noche. Pensó que probablemente serían sus padres que llegaban a casa luego de visitar al abuelo enfermo en Saltillo. Volvieron a llamar, por lo que dejó el libro abierto en el sillón, y sin pensar más fue a abrir la puerta.

Una cara conocida le sonreía del otro lado del cristal, por lo que abrió la puerta. Afuera la oscuridad envolvía la calle, pero aún así pudo distinguir los ojos claros y cansados del abuelo. Sorprendido ante su presencia lo invitó a pasar, pero se sorprendió más al voltear a la sala y ver al abuelo ya sentado bajo una luz tenue. Le pareció sentir un leve escalofrío, por lo que se apresuró a cerrar la puerta y sentarse junto al abuelo.

– Abuelo, ¿qué haces aquí?, ¿dónde están mis papás?, ¿cuándo llegaron?, ¿ya estás bien?-. Preguntaba extrañado Pablo.

– Todo está bien, no te preocupes. Tus padres vendrán luego. Pero por ahora no tenemos mucho tiempo. Solo vine a despedirme-. Contestó el abuelo con un hilito de voz que parecía venir de muy lejos.

-¿Despedirte?, pero si acabas de llegar, ¿a dónde vas?-. Pero se calló al ver que el abuelo alzaba una mano como para que no lo interrumpiera.

– No te preocupes, nos volveremos ver, pero ahora solo vine a decirte que te quiero mucho, eres muy buen nieto. De todos mis familiares eres al que más voy a extrañar. Estoy orgulloso de ti. Siempre que tu madre y tú llegaban a la casa lo primero que hacías era ir a mi cuarto y abrazarme. Eras el que más me cuidaba. Recuerdo aquella vez que te enseñé a volar papalotes y terminaste todo enredado en la cuerda y sin tu papalote. Me dijiste que no me preocupara, que lo importante era estar juntos-. El abuelo esbozó una sonrisa.

– Pero abuelo, ¿a dónde vas?, ¿te puedo acompañar?-. Le espetó confundido Pablo.

– A este viaje no me puedes acompañar, pero te prometo que nos volveremos a ver-. Dijo el viejo.

– Bueno, al menos déjame te doy un abrazo de despedida-, dijo Pablo levantándose del sillón y acercándose al abuelo, pero el sonido del teléfono le interrumpió. -Espera, abuelo, voy a contestar.

Al levantar el auricular una voz sollozante le hablaba sobre un hospital, una enfermedad, una muerte, pero él no entendía. Del otro lado, la voz insistía en la muerte del abuelo, en la necesidad de hacer un viaje e ir a un sepelio, pero seguía sin comprender, pues justo ahí, detrás de él se encontraba su abuelo.

Al voltear hacia el sillón lo comprendió todo. El abuelo ya no se encontraba en el lugar de antes. Una puerta abierta era la única respuesta que tenía, el único testimonio de que el abuelo había estado ahí para despedirse.

 

 

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