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jueves, 18 abril, 2024
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Alba de Papel Pros y contras del consumo cultural por Internet

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Con fundada razón el escritor mexicano Emiliano Monge declaró en una entrevista al periódico español “El país” en octubre pasado que la aparición del virus que hoy azota a la Humanidad, “Es el epílogo de una distopía más grande”, lo que supone el agotamiento de un sistema económico y político incapaz ya, de resolver la destrucción del medio ambiente, la desigualdad, la pobreza y la violencia.

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El novelista, que habló sobre su nuevo libro “Tejer en la oscuridad”, una contraposición a la luz, ahondó en distintos tópicos de la cultura indígena mesoamericana y los requiebros de la globalización en un mundo complejo, más cercano a la autodestrucción que a la voluntad solidaria para detenerla y ofrecer a niños y a jóvenes, uno mejor, donde se transite de la distopía a la utopía, del antagonismo a la idealización.

Del rico contenido de la charla que tuvo con el medio informativo, quiero rescatar la idea del papel que tiene internet, que dado su auge, pareciera la gran panacea milagrosa para la vida humana, el gran medio virtual para consumir cultura y convivir, de lo que llamamos difusión de las artes, sus protagonistas, grupos independientes o instituciones formales que la promueven, y que en efecto, han sido un soporte vital en estos tiempos de desahucio y aflicción para ofrecernos esparcimiento e información.

Si bien es cierto que la cultura es un bien de primera necesidad, es plausible el trabajo que desde hace ocho meses vienen realizando distintos organismos educativos y culturales a nivel de la federación, estatal y con mayor mérito, a nivel municipal (En Zacatecas con 58 municipios, el que mayor registro tiene y de forma sostenida, es el de Fresnillo), surge una pregunta crucial más allá del efecto protagónico de las instituciones y del esfuerzo de artistas y grupos independientes, que hoy son grandes benefactores de la cultura, respecto a ¿Cuál es el efecto real en espiritualidad, libertad, conocimiento y goce, estar frente al teléfono celular o el ordenador, sin que carcoma el alma, de una realidad que se divide entre adentro y afuera?…

Con el uso del internet y sus redes sociales, Facebook, wenibar, zoom, meet y demás herramientas tecnológicas ¿Cuánto más podremos resistir sin saturarnos de tantas invitaciones y ensambles para mantenernos dentro de una dinámica digital que presumiblemente nos agotará al final, hasta el cansancio extremo?..

Ya desde antes, los infantes y los adolescentes permanecían pegados a sus aparatos y quizá muchos adultos también, que son el público cautivo de las ofertas digitales, que por encima de las cifras triunfalistas de haber contado con miles de visitas durante su duración, convendría preguntarnos. ¿Cuáles son las trampas que no vemos en los entrecijos de esta necesaria ilusión que hoy mantiene viva la cultura de los pueblos, a través de la tecnología y que llega a miles de hogares que necesitan sentir que forman parte de una historia colectiva?

Puede ser más deshumanización y violencia, apatía, ansiedad, depresión, suicidio, indolencia, estupidez y pérdida de identidad. Muchos saben que el uso desmedido de las tecnologías de la información, afecta seriamente a la configuración de la identidad relacional y que en el campo cultural, resquebraja el sentimiento de pertenencia y memoria, ligado a la identidad cultural del individuo.

La brecha de la desigualdad sería otro atenuante, en febrero de este año, sólo el 44.3 por ciento de los hogares mexicanos contaba con computadora y sólo un 56. 4 por ciento tenía acceso a internet, y desde mayo, a causa de la pandemia, se incrementó en millones, el número de usuarios a internet, pero las carencias no han disminuido porque ha aumentado la pobreza.

Sin cifras actualizadas, el abismo profundiza la inequidad, ante un panorama sombrío donde los contenidos para niños y jóvenes, son pobres y escasos, y ellos, incluyendo la agenda cultural que esporádicamente se programa para ellos, omitiendo con gravedad, que precisamente son ellos los que han tenido que adquirir una capacidad resiliente para afrontar la adversidad, y que en un acto de inteligencia, deberían ser inobjetablemente, la población objetivo de nuestros planes, porque son ellos quienes liderarán lo que sea que les vamos a heredar.

Dicho de paso, el consumo cultural a domicilio de grandes trasnacionales, amerita con urgencia, una regulación legal; por citar a Netflix, sus productos van encaminados a la creación de audiencias globales, no promueve la cultura, ni los valores, ni cuenta con un apartado que debiera ser obligatorio, de cinematografía local para alcanzar estos fines que son imprescindibles para la educación.

Es evidente que estamos dentro de una sociedad de información colapsada, donde se privilegia el poder, las verdades a medias, y que esto influye y cambia la forma de relación de los sujetos en su vida cotidiana, cada vez más marcado por un consumo que privilegia la violencia, cuyo impacto negativo es incuantificable.

El consumo cultural presenta en esta perspectiva, un paradigma que va de lo sólido a lo fluido, de lo estable a lo inestable, de la realidad a la ficción, de la certeza a la incertidumbre, de un aprendizaje significativo, a una cognición acelerada, del gozo humano a un disfrute artificial que puede ser arriesgado para la salud mental y física.

El caos de esta crisis sanitaria se pervierte y se alarga; de momento, sigamos disfrutando de la programación cultural que tenemos en casa, de las muestras, foros, festivales, ferias, lecturas, películas y conciertos que nos han hecho llevadero el confinamiento, confirmándonos el valor incalculable de la cultura, muchas gracias a quienes tienen el privilegio de promoverla, pero, por favor, no perdamos la perspectiva del peligro de esta situación si legara a prolongarse más de debido.

Aprendiendo de esta dolorosa catástrofe, desde ya, emprendamos una cruzada por la civilidad responsable y solidaria, para que este tiempo calamitoso pase, sabemos que no lo resolverá una vacuna, sino el compromiso social para crear con sinceridad y en contacto con el medio ambiente, un mundo habitable y respirable, donde la cultura llene las calles, las plazas, los mercados, los foros, los cafés, el campo, para recuperarnos a nosotros mismos de lo mal que hemos obrado, reconstruyendo un mundo mejor para nuestros niños y jóvenes.

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