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jueves, 28 marzo, 2024
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La Utopía en el Hogar (33) La Muerte

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Se acumulan los días de inicio formal de defensa civil contra la inminencia del bicho maligno a través de la adopción de nuevos hábitos, la mayoría de ellos de sopetón, sin avisar, sin decir agua va. En medio de una vida cuyo futuro es tan incierto se va llenando el buche de episodios novedosos para los que no ha llegado un entrenamiento colectivo sobre nuevos parámetros sobre usos y costumbres, como en su momento se enfatizó sobre el manejo de principios de higiene, sana distancia y el uso de implementos preventivos; y de pronto contamos transcurridos más de doscientos cuarenta extraños días de cambios y eventos inesperados y sin saber cómo, lo que parecía imposible ha llegado, la semana número treinta y tres.

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Treinta y tres. Se asocia el número de años con fallecimientos de personajes notables, se recuerda a Jesucristo, Alejandro el Grande, Eva Perón, nuestro Ramón López Velarde, por citar algunos. Y esta asociación de ideas atrajo el tema para hablar un poquito de la receptora inevitable de la vida, la inevitable e infalible muerte. Lo importante de este tema no es tanto su proximidad acentuada en tiempos de pandemia, sino el miedo a ella que se ha incrementado a consecuencia de lo mismo y el consecuente miedo a lo desconocido. La mayoría de las personas tienen un tema recurrente en sus pláticas y es el de la cercanía de la muerte, pero, aunque parezca paradójico, muy pocos se preocupan, o mejor aún, se prepara para que esta circunstancia llegue con beneplácito y elimine problemas para los deudos.

Pocas personas han solucionado sus problemas testamentarios, igualmente muy pocos han cubierto sus gastos de defunción, la gente tampoco se preocupa por saldar cuentas pendientes o deshacer rencillas. Los hijos no acuden, en su mayoría, a observar y subsanar las necesidades de sus padres ancianos; los hermanos distanciados y los antiguos amigos disgustados no hacen el intento por reconciliarse y encontrar los caminos de la cordialidad y convivencia que algún día tuvieron. Otros siguen posponiendo ese viaje tan deseado a cualquier parte del mundo porque ni por asomo piensan en las posibilidades de emprender el viaje sin regreso.

Ahora es el momento ideal para realizar sueños largamente acariciados. La escritura y publicación de un libro, la ejecución acertada de un proyecto musical o plástico. Una idea maravillosa sería el reconciliarse con la ciencia y la filosofía. Se puede aprender la colección de poemas que tanto se han disfrutado durante toda la vida y no se atreve a aceptar porque la mayoría de la gente tiene la idea de que esta es cursi. Un buen listado de películas favoritas para disfrutar antes de abrir los caminos de ausencia. Se puede aprender a cantar, a contar cuentos, a bailar y a desarrollar todas esas formas de comportamiento ridículo que tanto se disfruta y que es contenido nada más por la falsa percepción y valoración del “qué dirán”. Hay que comer y beber cosas ricas. Estos gustos son irrenunciables.

En fin, cada quién tiene sus propósitos ocultos que no realiza porque hay asuntos muy importantes que resolver. Hasta que la muerte ocurre sin pedir permiso.

Hay que deshacerse de todo aquello que ya no funciona para resolver los problemas de la vida. Los autos viejos, adios. Propiedades cuyo sentido se manifiesta cuando se venden y se disfruta el producto de la venta en divertirse y darse gustos que toda la vida estuvieron prohibidos. La ropa que ya no se usa, los libros que ya no se abren. Los aparatos recluidos en los desvanes a pesar de tener vigente un buen período de vida útil. Los viejos discos, casetes, CDs y DVDs, ahora casi obsoletos por el avance de la tecnología. Es el momento de deshacerse de tantas cosas olvidadas que pueden volverse útiles en otras manos. Si sobran muebles y ropa de casa, es hora de despedirse de ellos y que otros le den mejor uso.

Es hora de romper o borrar todas las fotos y cartas comprometedoras. De borrar de la computadora todos los archivos que no sirven. De congraciarse con los vecinos. De confesar a la persona soñada su admiración y su gusto por establecer una bonita relación; de visitar a los amigos, de borrar para siempre las historias ocultas con aquellitas personas, pagar mandas y si se es creyente, ponerse en paz con Dios.

Pero lo mas importante es ponerse en paz con uno mismo y amarse sin medida sin dañar a otros, agradecer por todas las gracias recibidas olvidando para siempre los momentos aciagos y poder emprender el viaje postrero como dijera Machado: “ligero de equipaje y casi desnudo, como los hijos de la mar”. Entonces se podrá enfrentar a la muerte con dignidad, agradecidos por siempre con la vida y contentos de entrar a esta etapa eterna.

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