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jueves, 25 abril, 2024
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Limosnas y demandas itinerantes de la cofradía de indios Nuestra Señora de la Asunción de Tlacuitlapan S.XVIII

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Por: MARIO ALBERTO REYNA BARAJAS •

La Gualdra 440 / Arqueología e historia / Ollin: Memoria en movimiento

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Desde la temprana Edad Media, a decir de varios autores, la acción social fue uno de los procederes para hacer frente a las adversidades. La economía eclesiástica se había fundamentado en la generosidad de los fieles y muchos sacerdotes vivían de dádivas.[1]

Situándonos en el contexto de lo que fuera la Nueva España precisamente en el establecimiento del nuevo orden social. Las limosnas y demandas son una práctica que se origina en el siglo XVI por impulso de las órdenes mendicantes principalmente (religiosos de la orden de San Francisco), a través de las cofradías.[2] Al tiempo que se iniciaba un lento proceso de donaciones y limosnas por parte de los devotos. Estas instituciones tuvieron un vínculo muy especial con las demandas de limosnas que fueron muy difundidas a lo largo del siglo XVII y XVIII según lo hemos corroborado en los libros de cargo y data de las cofradías.

Lo que recolectaban, que podía ser dinero y donativos en especie, representaba una parte considerable para la cofradía, que debía destinarse para sufragar los emolumentos, hacer frente al gasto corriente, incluyendo festividades y celebraciones diversas, así como para la compra de ornamentos sagrados como alhajas, lámparas, candeleros, tallas, muebles objetos varios, bienes materiales que nos permiten acceder a claves para entender el universo material y simbólico compartido por indígenas en un determinado tiempo y espacio.

Con la fundación de la cofradía se instituye legalmente bajo ordenanzas la obligación de los mayordomos “de pedir limosna el primer domingo de cada mes por las calles y casas de los indios”.[3] Por lo general las cantidades eran pequeñas pero constantes, en algunos casos como por ejemplo la cofradía de indios Nuestra Señora de la Asunción del pueblo de Tlacuitlapan, el ingreso constituyó la principal entrada para el año de 1568, que consistía en cuatro pesos de tepuzque[4] los hombres; y las mujeres, tres.

Derivado de la problemática que se podía originar por parte de los demandantes que podrían transitar por este lugar, solicitaban la autorización para colectar limosnas en diferentes localidades. En esta ocasión fray Francisco de Rivera, obispo de la Nueva Galicia y Nueva Vizcaya, les concedió licencia para que “los mayordomos que de presente son de dicha cofradía y adelante fueren, puedan pedir limosna en cualquier parte y pueblos de este obispado para la dicha cofradía, sin que ninguna persona eclesiástica ni seglar se lo impidan, so pena de excomunión mayor, y la limosna que así recogieren la escriban con cuenta y razón para que la den cada que se les pida”.[5]

La elección de las localidades es influenciada por factores que parten de la hipótesis que tiene que ver con enviar a los demandantes a comunidades lejanas a fin de mantener contacto con los cofrades foráneos o bien por el fervor que se le tenía al santo patrón de la cofradía. En este sentido progresivamente, la lista de donantes se fue ampliando a otras localidades vecinas de la Nueva Galicia y Nueva Vizcaya de lo que fuera la Nueva España.

 

 

Los viajes de los demandantes

Uno de los rasgos principales de las giras de los demandantes es la amplitud de su movilidad. Veamos rápidamente el caso de los demandantes de la cofradía de Nuestra Señora de la Asunción. La amplitud de las giras merece ser subrayada porque una vez obtenida la licencia para recolectar, el mayordomo la entregaba a las personas que iban a tomar el camino. Acompañados por mozos, y a veces por mujeres, los demandantes efectuaban giras que podían durar varios meses. Para inducir a la gente a dar la limosna, transportaban la imagen de la “peregrina” o “demandita” (una pequeña reproducción de la imagen “original” por la cual se recolectaba) al interior de un altar portátil.

 

* C.INAH Zacatecas.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_440

 

 

[1] P. Amado Inchausti, “Origenes del poder económico de la iglesia”, citado por Gisela Von Webeser en “El crédito eclesiástico en la Nueva España s. XVIII”, p.18.

[2] Instituciones que congregaban a hombres y mujeres en torno a un conjunto de reglas, valores, principios y redes sociales y con la finalidad de proporcionar ayuda espiritual y material a sus miembros a través de las prácticas piadosas.

[3] Libro cofradía, f. 2.

[4] Quiere decir en lengua de indios cobre (Bernal Díaz del Castillo). La razón del nombre se debe a que estos pedazos o tejos de oro con su marca de peso fueron falseados con frecuencia añadiéndoles excesiva liga de cobre.

[5] Libro de la cofradía, f. 143 r.

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