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martes, 16 abril, 2024
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Inchi Farofe: Francisco Hinojosa

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Una observación: deberíamos ocuparnos más de libros así. Me refiero a nosotros, los que intentamos explicarnos los libros. Y no esperar a que sea día del niño para hacerlo. Tampoco a las ceremonias oficiales donde se nos dice que el porcentaje de lectura va en aumento. O echarle a perder la fiesta a un niño cuando llegamos con un voluminoso tomo de poesía mexicana: te va a gustar, decimos.

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Es casi una obligación. Porque muchas de las recomendaciones literarias que hagamos o dejemos de hacer son valiosas para los padres de familia cuando acuden a una librería. Hay que estar de acuerdo con ellos. Entras a cualquier librería y buscas la sección de infantil y juvenil: son tantos y tantos los títulos que no sabes por cuál decidirte. Quizás por el del maguito. Quizás por el de la chica montando un arcoíris.

Y con cierta pena se acercan a uno de los tantos asesores de libros. Ya está: ellos no pueden hacer una sugerencia de ese tipo de literatura porque lo suyo es leer a los clásicos griegos o a Octavio Paz (se saben el inicio de “Piedra de Sol” de memoria). Los clásicos griegos sabían muy poco de literatura infantil y juvenil. Es lo que nos aclara luego de poner cara de reflexivo intelectual porque él se sabe el inicio de “Piedra de Sol”.

Pocos se interesan por la literatura infantil o juvenil. Y a mí me consta que hay muchos autores que consideran la literatura infantil o juvenil un género literario aparte que es como el patito feo de todos los géneros literarios. Y piensan que se escribe muy fácil. Y si vamos más allá piensan que es una literatura para idiotas. Porque para muchos escritores los niños lo son. Por eso no pueden escribir literatura infantil o juvenil. Si a esos mismos padres que ahora buscan entre las novedades literarias les dijéramos que muchos autores mexicanos consideran a sus hijos idiotas veríamos cómo nos va. No es el caso de Francisco Hinojosa. Para fortuna de esos padres. Para fortuna de los que de vez en cuando nos ocupamos de libros infantiles o juveniles.

No vamos a exagerar: Francisco Hinojosa es el García Márquez de la literatura infantil y juvenil. ¿No me creen? Abran Google y vayan ahora mismo a su bibliografía. Impresionante, ¿verdad? El tiempo que Francisco ha dedicado a los niños y a los jóvenes también lo es. Yo no tengo hijos; si así fuese le escribiría una carta a Francisco Hinojosa por dedicarle tanto tiempo a mi hijo. Insisto: no es fácil escribir para lectores tan exigentes. Y los niños y los jóvenes lo son (sí, ya sabemos que los suyos lo son aún más). Así que antes de continuar: gracias, Nacho. Muchos sabemos que se trata de una labor titánica. Gracias nuevamente por sorpresas como “Inchi Farofe” (Fondo de Cultura Económica 2019).

Ya está: Word me ha subrayado con rojo tanto “Inchi” como “Farofe”. ¿Qué demonios quieres decir?, pregunta la computadora. Le pido paciencia: por aquí vamos a comenzar a explicar de qué trata este emocionante libro. Siguiente párrafo, por favor, Word.

De palabras. De significados de palabras. De diccionarios y amenos señores de la Academia de la Lengua. De la invención del lenguaje. Estás un punto más allá cuando te atreves a faltarle el respeto a las palabras. Eso nos aseguró Octavio Paz y lo aseguró por algo: a fin de cuentas él había trabajado tanto con las palabras que su obra poética es un auténtico taller mecánico de palabras. Fue de lo que no se enteró el que se sabe de memoria el inicio de “Piedra de Sol”.

Óliver, personaje principal de “Inchi Farofe” lo entiende. Eso del lenguaje. Y de las palabras. Por eso se atreve e inventa las suyas. Diremos que hace lo que cualquier grupo de niños cuando se dedican a jugar: a través de las palabras interpretan su mundo inmediato. Parece sencillo, no lo es: si consigues apropiarte de algo al nombrarlo te apropias, también, de un concepto y de una idea. Son procesos de pensamiento ligados al aprendizaje y la articulación del lenguaje. Lo saben de sobra los lingüistas y por eso estudian tanto. Por eso cada palabra para ellos es un invaluable tesoro. Lo sabe también Óliver. Y a través de descifrar lo que le rodea con palabras que él inventa, descifra el concepto que tiene del mundo. Una lectura interesante. Demasiado interesante para un niño o un joven, es lo que nos asegura el asesor de la librería. Solo va a recomendar el libro a aquellos niños o jóvenes que parezcan ratones de biblioteca. En fin.

A una ingeniosa y divertida historia agreguen un elemento más: las ilustraciones de Rafael Barajas “El Fisgón”, quien dibuja con tal soltura que hace parecer muy fácil su oficio; no obstante, basta con que uno tome un lápiz y una servilleta para entender el noble arte de los ilustradores.

Permítanme compartirles una asociación a la que llegué tras la lectura de “Inchi Farofe”. Rafael Barajas reinterpreta lo que hay detrás del texto con imágenes. De alguna forma podríamos decir que cada trazo constituye un pilar arquitectónico donde se erige el mundo de cualquier ilustrador. Rafael no habla con palabras, para que nos quede claro, lo hace a través de sus ilustraciones y a partir de aquí te puede o no gustar su concepción que tiene del mundo (porque eso es ilustrar). Y esa es la misma historia de Óliver: tras de todo el andamiaje narrativo hay un paralelismo donde corren Francisco Hinojosa, Óliver y Rafael Barajas, por lo que “Inchi Farofe” es un libro para niños y jóvenes que, además, deja valiosas lecciones de filosofía, de aquellos primeros hombres que a través del lenguaje se dieron a la tarea de llamar a la silla, silla, de llamar al amor, amor, etc. Y he aquí uno de los puntos más destacados por los que este pequeño libro se tendría que convertir en lectura “obligada” (odio escribir todo lo que tenga que ver con obligaciones) en las escuelas. Quizás el profesor no entendería mucho de qué va “Inchi Farofe”, pero, vamos, para eso están los niños y los jóvenes: nos entregan la llave maestra para accesar a un ignoto mundo donde las sorpresas aún son sorpresas, se los puedo asegurar, y donde la palabra florece en el mismo taller mecánico de Octavio Paz.

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