Si bien el así llamado debate, entre quienes aspiran formalmente a gobernar nuestro estado, celebrado por arcanas cuestiones en una suerte de semiclandestinidad, resultó por diversas razones un ejercicio lamentable; no fue por ello menos, sino acaso más aleccionador.
La pobreza verbal desplegada por los participantes, la autoindulgencia inclusive adoptada por alguno de los mismos, a propósito de sus pifias respectivas, exhibiría no sólo desconocimiento sino aun desprecio por el mundo de las ideas; situación que hace previsible una pobre desempeño en situaciones complejas, donde el concurso de la imaginación (hecha de ideas y conceptos) potencia al infinito los recursos disponibles (no necesariamente abundantes o variados) para enfrentar dichas contingencias.
Lo más preocupante empero de la comparecencia de marras resultaría la elusión, cuasi sistemática, con la saludable excepción de la estrella grupera, del tema que a lo largo de la última década ha sido el material de las peores pesadillas de sus pretendidos electores: la brutal irrupción, entre centenares de “agentes de la ley”, de la violencia criminal en la vida cotidiana de los ciudadanos; tema del que salvo uno que otro lugar común, con la reiterada excepción del cantante grupero, no dijeron prácticamente nada.
Y es que parece ser de un tiempo a esta parte quien pretende con alguna posibilidad la titularidad de algún ejecutivo estatal comparece ante una instancia suprema, que lo apercibe si desea gozar de privilegios y riquezas sin cuento mediante la apetecible condición de gober precioso habrá necesariamente de desentenderse de las andanzas de ciertos jóvenes usuarios de anteojos oscuros, que suelen desplazarse en camionetas de vidrios polarizados, portando algunas máquinas automáticas.
Es por ello quizá que si antes en Sonora, Coahuila o Veracruz, había gobernadores buenos, regulares y malos; los hay hoy día malos, pésimos y peores.■
