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miércoles, 26 junio, 2024
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Ciencia en México o la imposible alquimia del apoyo gubernamental

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

Nuestro mundo es impensable sin la ciencia. La propia tecnología se ha convertido en una forma de aplicación y objetivación de la ciencia. No siempre fue así: la ciencia era mucho más un espacio especulativo y las tecnologías se reducían a manipulaciones artesanales de instrumentos y métodos construidos por el ensayo y error. Pero ahora no sólo nuestra visión del mundo está mediada por los resultados de la ciencia, sino que toda nuestra vida cotidiana se lleva a cabo por el uso de la magia o el poder de la ciencia: la tecnología. La comunicación, la producción de alimentos, la recreación, el mantenimiento de la salud, el calzado, la enseñanza y el aprendizaje, las relaciones familiares, los sueños, los sistemas democráticos y hasta el amor están mediados por la ciencia y sus aplicaciones. Es tal la hegemonía de la ciencia en el mundo, que podemos hablar de que vivimos en una segunda naturaleza, y la primera ha quedado en estado de subordinación. Es decir, la naturaleza se define como el ámbito que brota y funciona por sí mismo: como un árbol que se hace solo; a diferencia de lo artificial, que es lo que hacemos nosotros: la banca que fabricamos con la madera del árbol. Pues ahora resulta que estamos fabricando naturaleza, modificando células o confeccionando moléculas. Los propios materiales que usamos y la forma de vida son un artificio de la inventiva humana.

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Sin embargo, esa centralidad de la ciencia en toda nuestra vida contrasta con el valor que le dan las autoridades. Pareciera que la ciencia del gobierno (la ciencia de las políticas) no actúa en el gobierno de México. No  hay prioridad en el cultivo de las ciencias, y para verificar esta afirmación es cosa de ver el presupuesto: menos de 0.4 del PIB para las políticas de investigación e innovación. Observamos que los Consejos de la ciencia estatales, como el de Zacatecas (Cozcyt) hacen lo que pueden y se deshacen en formas creativas para hacer más con lo poquísimo que tienen. Pero evidentemente la insuficiencia se impone. Son gobiernos con analfabetismo científico. Contamos con personal que tiene amplísimas capacidades para elaborar una verdadera política de ciencia y tecnología, pero actúan en los márgenes de lo posible que imponen las cúpulas gubernamentales que destinan pocos recursos a estas áreas del desarrollo. Corea del Sur, España (antes de su última crisis), Japón o Israel, son ejemplos de naciones que han apostado en el interés auténtico por el cultivo científico. Y los resultados son contundentes: Israel, viviendo en la economía de guerra y sobre un suelo desértico, está ahora mismo exportando productos agrícolas gracias al uso metódico de la ciencia en sus sistemas de producción y a las políticas del Estado. Urge que en México cambie la actitud que los gobiernos tienen respecto a la ciencia. ¿Habrá alguna alquimia no para producir oro con plomo o encontrar la piedra filosofal, sino para producir buenos gobernantes en México?

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