Nos encontramos en la antesala del cambio de villano oficial en la narrativa opositora.
Con el relevo presidencial, disminuirá también la beligerancia y la crítica hacia Andrés Manuel López Obrador y, por el contrario, será la referencia de comparación con Claudia Sheinbaum para dejarla a ella, por los próximos seis años, como una imitación fallida de éste.
A finales de los ochenta y hasta los primeros años de este siglo, no había nombre más vilipendiado en los medios de comunicación mexicana que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Puede que la (des)memoria traicione a muchos, pero basta un chapuzón en los contenidos de TV Azteca en aquella época, para darse cuenta que no había villano más grande para la opinocracia que aquél que ahora es elogiado como el referente de verdadera izquierda y el gran demócrata.
Pasado el tiempo y una vez que surgió otro liderazgo en la izquierda mexicana, el ingeniero Cárdenas fue reivindicado y ensalzado en la medida que eso contribuía a restar protagonismo a López Obrador cuya vigencia política lo hacía más peligroso.
No hay en estos renglones regateo alguno de las cualidades (apenas reconocidas) del michoacano, sino contextualización de los elogios y las diatribas.
Como en el ejemplo anterior, ahora que el retiro de la vida pública de Andrés Manuel López Obrador es inminente, sus otrora críticos comienzan a admitir su inteligencia, talento político y popularidad porque hacerlo es útil para contrastarlo –desde su perspectiva- contra Claudia Sheinbaum, a quien dejan lejos en la comparación, porque ahora ensalzar al tabasqueño –consideran- es en demérito de la presidenta electa.
Algo similar ocurre con personajes como Nicolás Maduro, quién es comparado con Hugo Chávez para enfatizar que el actual presidente venezolano está lejos de tener la popularidad y los éxitos (reconocidos por algunos de sus críticos sólo para la comparación) del líder fallecido de la Revolución Bolivariana.
Sin embargo, para Maduro la sombra de Chávez no es amenaza, sino el referente que lleva a los simpatizantes de esa opción a respaldar a quien el comandante eligió por sucesor.
El asunto no es igual de sencillo cuando el referente vive biológica y políticamente porque la probabilidad de despertar celos políticos es mucho mayor. Esto hasta ahora ha sido evitado, por un lado, por la madurez y prudencia de Claudia Sheinbaum en el reconocimiento del liderazgo presente y vigente de López Obrador; y por el otro, por las mismas cualidades de parte de éste último, expresadas en la promesa de retirarse de la vida pública al terminar su sexenio.
En ese tenor, Sheinbaum ha resistido no sólo las comparaciones de quienes provocadoramente le decían en campaña que “se ubicara” en que ella no era López Obrador (y por tanto carecía de su arrastre electoral), sino que ahora además recibe un embate similar en cada ratificación en el gabinete y en el apoyo a las reformas constitucionales que, algunos esperaban podrían “descafeinarse” con ella.
No ha habido hasta ahora atisbo de rompimiento alguno a pesar de las naturales diferencias en aquello que llaman “el estilo personal de gobernar”, y a pesar también de la continua presión por hacerlo desde los poderes fácticos de este país, entre los que se encuentra el mediático.
Sobran razones para que así sea. Una de ellas es que los estudios que analizan el perfil y las razones de los votantes de Claudia Sheinbaum revelan un deseo de continuidad de la cuarta transformación, por lo que ir en dirección contraria sería, además de suicida, una traición a un mandato popular expresado en las urnas de forma rotunda.
Pero más importante que esto, la causa más importante es la genuina convicción de la presidenta electa por el proyecto de nación que ella misma construyó desde sus inicios y al que ha permanecido leal incluso en sus momentos más difíciles.
Así que esperar de ella que actúe en sentido opuesto a su trayectoria política de toda la vida, y particularmente de los últimos treinta años es cuando menos ingenuo.
Sin embargo, la presión en ese sentido naturalmente se dará, y si no ha sido posible hasta ahora generar la narrativa que oponga a la presidenta electa al llamado “obradorismo” cuando menos quedará la posibilidad de reivindicar a quien bautizaron como “peligro para México” para distinguirlo y contrastarlo con quien, en poco menos de dos meses, le tocará gobernar. Afortunadamente hay confianza en la grandeza política de quien el mismo AMLO ha bautizado como “giganta”.