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sábado, 19 abril, 2025
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El odioso acto de escribir

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Para Antonio Ortuño

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Un hombre me contactó vía redes sociales porque le había gustado mucho mi primera novela, “La Cowboy Rulfo” (Ulterior, 2023) y quería charlar conmigo. Dijo charlar. No sabía a lo que me iba a enfrentar, aunque ya más o menos me imaginaba la escena. Acepté, porque uno como autor no debe ser desagradecido, o es lo que te han enseñado las normas del buen comportamiento de un escritor mexicano. Así que quedamos en el día y en la hora y el lugar. 

Me dijo me gustó mucho la historia que cuentas en tu novela y fíjate que me identifiqué mucho con la historia porque curiosamente a mí me pasó más o menos lo mismo que cuentas en la novela. Aquel caballero amable no sabía que era como la quinta persona que me hacía el mismo comentario, así que, sumándolo, ya éramos siete personas a las que nos había ocurrido lo mismo que cuento en la historia de “La Cowboy Rulfo” y que no voy a volver a contar, para ver si al menos se venden más ejemplares a hombres y mujeres que decidan sumarse al “a mí me pasó algo semejante”. 

Le di las gracias por los generosos comentarios a la novela. Y la gloria de la despedida estaba ya a mi alcance cuando me detuvo y me dijo que él también escribía y que tenía varias historias que contar. Me senté nuevamente y escuché esas varias historias que se desarrollaban en la década de los ochenta en Europa, pues el caballero había sido un viajero de esos jipiosos que presumen haberse pagado su viaje por tierras lejanas cuando seguramente recibían una mensualidad de papi o de mami. 

Me puse de pie nuevamente y me preparé ahora sí a retirarme cuando sacó varias libretas y las puso en mis manos sin que yo realmente quisiera tomarlas. Luego casi me obligó a leer lo que venía garabateado. Ahí estaban las historias que el caballero compartía con mi novela, “La Cowboy Rulfo”. Y entonces leí y lo primero que detecté era que el caballero había ido a varios países de Europa, pero en ninguno de ellos le habían dado un curso de ortografía. 

Intenté dejar las libretas y despedirme nuevamente cuando me contó otra anécdota que otra vez nos llevaba a las libretas. Nuevamente me hizo leer, hasta que le señalé que me costaba mucho trabajo entender esos garabatos, bueno, le dije, su escritura, me cuesta trabajo leerla. 

¿Quieres que te la pase con letra de molde? Casi me obligó a que me sentara nuevamente. Sí, si se puede. ¿Qué es lo que quiere?, pregunté al fin. Quiero sacar unos cuantos ejemplares. ¿Ejemplares de qué?, volví a preguntar. De mis historias, quiero que se puedan leer y que traigan dibujitos como tu novela. 

Me puse de pie y ya listo ahora sí a emprender la retirada cuando le expliqué que yo no tenía ningún problema en trabajar sus historias, en rescribirlas, de ser necesario, y le hablé del trabajo de un ghostwriter y de los tres libros cuya autoría no es mía porque al cerrar el trato se ceden hasta los derechos, todo, y de algunas de las cotizaciones, al fin el caballero me despidió luego de advertirme que lo iba a pensar. 

Caminé dos calles luego de verme al fin libre. Y lo pensé: lo que el caballero creía era que sus historias me iban a impactar tanto que era yo quien le iba a rogar porque me dejase trabajarlas. Y cuando se percató que no fue así, y escuchó hablar de cantidades de dinero, con ese tipo de gente adinerada que no hablan de dinero a menos que haya ganancias para ellos, pensó que era mala idea, no iba a invertir más allá de lo que costara la publicación en las miles de editoriales independientes que hay en México, muchas de las cuales solo estafan a sus autores y no son sino hogueras de vanidades. 

 Luego me acordé de un libro de cuentos malísimo de una amiga que está publicado en la editorial Anagrama y me pregunté de dónde viene esta insistencia en querer publicar. Para fortuna de los lectores esta amiga decidió no seguir escribiendo y se dedicó mejor al negocio de las relaciones públicas. Bendito seas Dios. 

Pero luego me acordé de un amigo que tiene tantas ganas de publicar que me ha dicho que está juntando dinero para pagar la edición de una novela que, según él, cambiará el curso de la narrativa mexicana, y que me he resistido a leer porque supera las 300 páginas, y no deja de molestar, al menos una vez a la semana, para que le recomiende una editorial independiente honesta, misión imposible, amigo, al menos yo no conozco a una editorial independiente que lo sea, lo de honesta, se entiende, se van a quedar con un dinero que en el mejor de los casos deberías donar a la UNAM o a la Cruz Roja y esperar a que te ponga tu crucecita en el pecho y te van a sacar una mediocre edición; y como dichas editoriales no tienen los medios para distribuir los libros que sacan, aunque te van a jurar una y mil veces que tu novela va a estar presente en todas las ferias del libro, hasta en la de Huehuetoca, tendrás que vender tu gran novela en cantinas y restaurantes del Centro Histórico, aunque ahora también me los he encontrado en la Condesa, o en los vagones del Metro antes de que te saquen los policías a madrazos, promoviéndola de la misma forma que el caballero me quería vender sus historias.

Coincido con el camarada Antonio Ortuño: en el supuesto de que a alguien le interese tu novela, en un país donde prácticamente la literatura y todo lo que tenga que ver con ella, incluso las faltas de ortografía, le importa un reverendo carajo a la gente, habrá quien te la compre por mera lástima, mas no porque sean lectores o porque les atraiga la historia cuyos detallitos les vas a tener que soltar para hacerle promoción.

Hace algunos años publicar era un poco más difícil porque se ignoraba cómo se podía hacer negocio con las publicaciones independientes. Luego se descubrió que se podía jugar con la vanidad de los escritores y que a aquellos que tenían las posibilidades económicas, como el caballero y sus viajes por Europa, se les podía estafar en los costos. 

Si un libro le salía a la editorial independiente en 100 pesos, decían que les había salido en 150 pesos, para que luego se vendiese a 200. La verdad es que el ejemplo que señalo es inventado, pues nunca he estado en editoriales independientes, más allá de que trabajé algunos meses para la editorial San Pablo, pero el negocio me consta porque sí conozco gente que sabe de imprentas y de tintas, pero también de vanidades y de egos, dos de los altares más importantes en el arte en general, pero casi obligatorios en la literatura. 

Por eso se busca publicar. El máster Ricardo Garibay no se equivoca cuando señala que un escritor se cree tan importante que cree, también, que lo que le pasó merece ser contado. Aquí es donde entra nuevamente el caballero y sus viajes europeos. No hay ninguna enfermedad tras de la escritura. No hay ningún proceso que tenga que ver con la parte frontal del cerebro. Es mera vanidad, punto, hacerles creer a los demás que al menos puedes hacer algo medianamente bien. En mi adolescencia me moría de las ganas de que me publicaran aquí o allá y cuando me enteré que no había ni un peso para el autor no dejé de publicar, pero sí lo hice para menos revistas, porque empezaron a florecer revistas culturales, la palabra cultura cobró una importancia suprema, que igual duraban dos o tres números y que luego cerraban sus puertas por falta de presupuesto dejando una estela de melancolía y, obvio, malestar cultural. Pero lo que no se decía es que muchas de esas revistas eran como clubes de amigos de Tobi: un grupo de autores se reunía cada quince días para publicar sus horrendos poemas y sus horrendas narraciones para tener al menos un tema en común de que hablar los viernes o los sábados en las cantinas.

Actualmente publican todos porque a nadie se le paga, y son pocos los editores o las editoras que te regresan tu texto, me consta, algunos incluso hasta los publican con los mismos errores. Ignoro si hay lectores para tales textos, pero ahora publica hasta el hijo de la vecina porque hemos descuidado la calidad literaria que sí hubo, por ejemplo, a mediados de los noventa, donde o escribías bien tu texto o de plano no se te publicaba. 

Hemos llegado al final de un tema del que ya no me interesa seguir hablando. Que publique quien tenga dinero es una muy buena conclusión. Me ha tocado impartir talleres de poesía a señoras y señores adinerados que tan pronto me ven me dicen: mire, maestro, yo tengo nueve libros de poesía ya publicados, y claro, las primeras ocasiones me sorprendía, luego, cuando veía que los nueve poemarios, algún nombre hay que darles, habían sido pagados a cantidades exorbitantes por ellas, y que hasta las presentaciones les cobraban, las felicitaba y les decía que estaba interesado no en leer los nueve libros, que ya por eso tendrían que pagar, pero sí digamos los dos últimos títulos. 

Ellas y ellos también pasarán a la gloria, lo mismo que el caballero de los viajes europeos, creyendo que tenían la gran literatura en sus manos y que hubo un idiota que se decía escritor, que se enteró y dejó pasar la oportunidad de trabajar muy buenos libros. Y está bien que el idiota sea yo.  

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