16.6 C
Zacatecas
jueves, 15 mayo, 2025
spot_img

Libros inútiles

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • admin-zenda • Admin •

Se trata de esos libros voluminosos que en su existencia superan las mil páginas, si bien nos va, que adquirimos en ferias de libros, en grandiosos remates (diez, veinte, treinta, cien pesos), porque las editoriales ya no los quieren en sus bodegas, tan estorbosos son. Una vez que cargamos con ellos desde la feria del libro o el remate hasta nuestra casa, que le pegamos con la bolsa de plástico a las nalgas de una doña, que casi se nos caen en la cabeza del señor trajeado, confiamos en que somos tan buenos lectores que al día siguiente pondremos en marcha la lectura de las más de mil páginas.

- Publicidad -

La primera victoria llega una vez que se concluye el prólogo. ¿A quién demonios se le ocurrió agregar un prólogo a un libro de más de mil páginas?, ¿en serio es necesario que nos expliquen capítulo por capítulo o libro por libro, en caso de que se trate de las obras completas?, ¿somos tan idiotas para que se nos explique la trama de un cuento de Anton Chejov o de Edgard Allan Poe?, ¿necesitamos saber si el autor lo escribió en el baño o luego de hacer el amor con su enésimo amorío?, ¡vamos!, eso sirve a los polvosos académicos que leen hasta las oraciones en la sopa de letras, a los frustrados estudiantes de filosofía y letras que aún no consiguen la tan anhelada beca del FONCA, pero a nosotros, lectores comunes y corrientes… hay fenómenos culturales que sencillamente son inexplicables, pero entretenidos, y los libros de más de mil páginas lo son.

En su complejidad, a una de nuestras mentes más inteligentes, de esas que se ocultan la vida entera tras de un escritorio, se le ocurrió que si el libro tenía más de mil páginas se podía pasar a una edición de bolsillo que fuese igual de fácil de transportar que la canasta del mercado, vacía, se entiende. ¿Resultado?, ediciones con letritas que parecen un contrato para solicitar el crédito para comprarnos una casa del Infonavit, ediciones que a las primeras se deshojan, ediciones que si bien no tienen más de mil páginas sí más de quinientas. Las editoriales en ocasiones tienen su lado gracioso, ¿no les parece?

Ya pasamos del prólogo, ya nos quedó claro en qué día nació el autor, a cuál escuela fue, qué marca de whisky prefería, cuántos amigos y enemigos tenía, cuándo publicó su primera novela, cómo se estructura la novela que tenemos en las manos, esa que apenas y alcanzamos a sostener. Hemos avanzado. Pero recordemos un detalle… ¡son más de mil páginas!, resten ustedes unas doscientas del prólogo, aún nos quedan ochocientas.

Desde que éramos niños nos decían que leíamos muy rápido, que éramos muy inteligentes, que dejamos el chupón y la teta antes de tiempo, por lo que, entusiastas, nos disponemos a leer las páginas que nos restan. Hay labores titánicas que son inútiles y sostener un libro de más de mil páginas lo es. Si leen acostados les duele el pecho por el peso de las mil páginas. Si leen de pie les duelen los brazos. Si leen colocando el libro en una mesa se tuercen el cuello.

Lo divertido llega cuando nos damos cuenta que tenemos que salir de casa para acudir a una cita importante, romance, trabajo, lo que sea que ustedes consideren importante. La diversión comienza para los otros, no para nosotros, ¿saben por qué?, porque no hay nada más divertido que ver a un lector sostener en una mano un libro de más de mil páginas y con la otra sostener el tubo del metro, del microbús, camión, etc., porque si decide cambiar de página con la mano que tiene en el tubo corre el riesgo de irse de nalgas y de conservar el libro intacto, porque para fortuna nuestra libros así por lo regular vienen con pasta dura, ¿resultado?, ¡no pueden cambiar la maldita página!, intentan soplar y nada, intentan jalar la que leen con un dedo y nada; al contrario, la arrugan, queda como kleenex usado, vuelven a leer los mismos malditos párrafos, esperan que se desocupe un lugar pero no ocurre, de hecho, al transporte público suben más personas, les piden permiso para bajar, sostienen el libro contra el pecho, al regresar a casa lo avientan, no quieren volver a saber más de él.

Entre los lectores cuenta mucho la presunción que se hace de la lectura. No importa si realmente se lee en el sentido estricto de la palabra, si realmente se comprende un texto; importa acumular libros, y entre más voluminosos sean mucho mejor, por lo que una vez que nos damos por vencidos frente a las más de mil páginas colocamos el libro en nuestra mesa de centro o en un rincón destacado del librero y quedamos a la espera de que alguna visita nos pregunte por él, respondemos de inmediato, algo nos sirvió leer el prólogo, total, la persona que pregunta tampoco va a leer las más de mil páginas.

Como ejemplo de libro voluminoso tenemos la Biblia, esa majestuosa obra literaria que pocos, muy pocos han leído de principio a fin, incluso los mismos católicos que tanto pregonan la palabra de Dios se acercan a la Biblia, consiguen ediciones ilustradas, abreviadas, citan lo primero que se encuentran al abrirla, y en esa inutilidad de un libro religioso yo tenía una amiga que hacía buen uso de sus hojas, las cuales, además, son muy buenas a la hora de la combustión: cada que se le terminaban las sábanas para forjar un cigarro de marihuana, sacaba la Biblia de su librero (presuntuoso, como todo librero), arrancaba cualquier página y ahí iba a parar la hierba. Entonces la veía fumar extasiada, como si realmente un Dios la hubiese iluminado, esa me parece hasta la fecha el mejor empleo de un libro inútil. ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -