Hace unos días el EZLN y el Congreso Nacional Indígena decidieron emprender la iniciativa de postular una mujer indígena por vía de las candidaturas independientes a la presidencia de la República para 2018. Eso representa un giro en la estrategia política del zapatismo. Lo cual está bien, dado que las estrategias son hipótesis de acción, y si no funcionan una, se ensaya otra. La vía de la sociedad civil que se separaba de los procesos electorales y no aspiraba a luchar por el Estado, no funcionó; podríamos discutir este tema, pero eso será en otra ocasión, ahora nos contentamos con señalar que su fin es el mismo: luchar por la justicia que detenga el despojo brutal que el neoliberalismo hace sobe los pueblos originarios y la patria toda. Saludamos esa iniciativa que entusiasma nuestra esperanza. Y lo hace porque en un sistema político en descomposición, esa candidatura nace de una expresión social y política que tiene enorme autoridad moral y, además, representa el interés de las mayores víctimas del despojo y la depredación: los indígenas. Los más pobres (80% de los 11 millones de ellos están sumidos en la pobreza), despojados de sus bienes terrenales y los que han presentado actitud rebelde y digna. Una candidatura que viene (en la geometría política complementaria a la de izquierda-derecha) de abajo. Todo eso entusiasma. Y no son sólo los indígenas y zapatistas, con ellos están muchas organizaciones que han dado una lucha llena de sacrificios y sufrimiento: radios comunitarias, comités de derechos humanos, organizaciones de defensa campesina, casas de migrantes, colectivos alternativos, cooperativas de producción, y así. Donde, a propósito, está involucrada la iglesia popular mexicana. Es decir, las personas que se organizan y son en este mundo una luz. En suma, una candidatura que viene de esos lugares es el latido de la auténtica esperanza.
Sin embargo, en la lucha por la (re)conquista del Estado, ahora a cargo más que de la clase política, está en manos de los poderes fácticos que llevan a cabo el brutal despojo de la nación: mineras, empresas taladoras, refresqueros, televisoras, constructoras, papeleras, bancos, agroindustriales exportadores, cadenas comerciales, etcétera; la mayoría, transnacionales. En esa lucha, se requiere una fuerza político-electoral que no sólo sea testimonial y simbólica, sino que efectivamente gane o conquiste el triunfo. Se requiere no sólo participar, sino ganar. Y los números que se pueden alcanzar en dos años por la fuerza social antes mencionada no es suficiente para vencer a las fuerzas del neoliberalismo.
En el espectro de los partidos políticos y las organizaciones sociales existentes SÍ hay donde hacer alianzas. La pregunta central es, ¿dónde hay voluntades colectivas anti-neoliberales? En el entendido de que en ese “antineoliberalismo” hay pluralidad: socialdemócratas, neokeynesianos, comunitaristas, anarquistas, liberales igualitarios y un buen rosario de ismos. Pero todos están en la idea básica de reducir al máximo la desigualdad social y en la universalidad de los derechos sociales. Sobre esta base es posible construir un programa y una agenda común de propuestas; lo cual puede dar lugar a su vez, a una alianza política que destierre al neoliberalismo de nuestra patria. Porque además, la izquierda tiene la ventaja de contar entre sus filas a las mejores mentes del país, que bien pueden ayudar a darle viabilidad técnica a las propuestas generadas.
Está claro que el pecado de la izquierda es el sectarismo. Mientras la derecha avanza y consolida sus alianzas. Vencer ese pecado es ahora mismo primordial. En el conjunto de los partidos políticos hay algunos (y partes de otros) con los que se podría contar. No son todos iguales, como algunos dicen. Y a la luz de una fuerza moral y la existencia de un programa claro y preciso, la alianza con los partidos cambia de escenario: del esquema de puro reparto de puestos sin contenido programático a uno que ponga por delante las metas por la igualdad. Morena es uno de ellos, Movimiento Ciudadano en su gran mayoría, partes del PT y algunos cuantos del PRD. Una alianza de este tipo reconvierte la práctica nefasta de los partidos de apostar sólo a la mera conquista de puestos y del dinero público, a construir la política sobre programas. Pero partimos de una certeza: la única manera de construir una verdadera fuerza antineoliberal ganadora, es con la amplia unidad de todos los que hemos mencionado.
Por ello, es preocupante la expresión de descalificación de AMLO a la iniciativa del EZLN de lanzar una candidata indígena a la presidencia y las expresiones de los morenistas en el sentido de que eso es un cálculo con el PRI para evitar que Andrés llegue a la silla. Se debe partir de que el fin es cambiar el neoliberalismo por un programa progresista, antes que hacer presidentes a las personas que estén a la cabeza. Se puede pensar perfectamente que los zapatistas levanten su candidatura al mismo tiempo que se construyen mesas de negociación de la izquierda en conjunto, para construir un programa y agenda común de temas; y en su momento, definir la cabeza por algún procedimiento democrático. Puede ganar AMLO, o la candidata indígena, o un tercero. Pero eso, debe ser secundario respecto a la posibilidad de construir una fuerza ganadora que derrote al neoliberalismo. Ojalá y haya altura de miras, y AMLO rectifique; y el zapatismo abandone la idea de que todos en los partidos son iguales. Si Morena sostiene que el fin es colocar a Andrés en los pinos, va a perder. Y si el zapatismo se niega a pactar con algunos partidos, quedará como candidatura testimonial. Y en suma, el pueblo de México continuará en el despojo y la barbarie del Capital que nos ahoga, mientras él se lleva la riqueza. Ejemplo: en Zacatecas, Peñasquito deja 180 millones en México, mientras entrega 6 mil millones a Canadá, de una producción con valor de 21 mil millones. Si de 21 mil millones, dejan 180, es un gran negocio que conservan porque tienen al Estado a su servicio. Y la izquierda peleando por sandeces que van de la idolatría al falso purismo. ■