La semana anterior fue de noticias aciagas sobre asuntos de dineros. La ciudad y el estado mantienen secuelas de zozobra ante lo incierto del futuro inmediato y la negociación que se haga para lo mediato y lo que tiene que ver con el largo plazo. El gobierno del estado anda cortísimo de fondos por encontrar sus arcas vacías como consecuencia de los gastos emitidos por la administración anterior, situación que se verá reflejada en algunas secretarías que en esencia debieran ser las más importantes y que por desgracia serán las que reciban los recortes más brutales: Cultura, Educación y Ambiente. Además, la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) se quedó sin presupuesto debido a los adeudos con la temible Secretaría de Hacienda. En fin, que el panorama luce desolador para estas instancias que aglomeran en sus nóminas a miles de empleados de diferentes niveles, sostén de innumerables familias.
No obstante, la situación no es circunstancial. Llevamos muchos años sufriendo un decremento paulatino en estos rubros. La administración pública estatal ha derrochado un considerable fondo económico en proyectos que no eran prioritarios. En consideración de mucha gente, se tiene la opinión que se hicieron inversiones onerosas como la remodelación de La Alameda, la Plaza de Armas y el nuevo Centro de Desarrollo Cultural y algunas otras obras de relumbrón cuyo único sentido fue ese, el relumbrón. Y ni que decir de las cantidades fuera de toda proporción que se realizaron para ensalzar los “logros” del gobernador anterior, que no de la administración pública estatal. Probablemente todo lo mencionado tuvo alguna justificación, pero dadas las consecuencias, es decir, el empobrecimiento de las arcas públicas, a toro pasado, se puede decir que no fueron proyectos prioritarios y a lo mejor fueron hasta innecesarios.
La UAZ ha derrochado su capital financiero en los afanes de fortalecimiento de grupos y tendencias que tienen que ver más con el empoderamiento de los diversos feudos políticos que con lo estrictamente académico. Se puede decir, además, que en la búsqueda del afianzamiento educativo se ha enfatizado más en la forma que en el fondo. Estructuralmente la Universidad se ha fortalecido pero parece que hacen falta visionarios que proyecten el conocimiento que ahí se genera hacia las instancias y espacios donde dicho conocimiento hace falta. Aún se nota el divorcio que existe entre la institución y las áreas de servicio y entrega, para decir lo menos. Se puede comentar que éste es un mal de muchos, pero por lo mismo, nuestra máxima casa de estudios no puede quedarse con el consuelo de los tontos. Urge salir de la burbuja de cristal y proyectar su presencia no sólo a niveles regionales y nacionales, sino internacionales, y existen muchas formas de hacerlo.
En el terreno de la Educación Pública las condiciones son más deplorables. Para no ahondar en el asunto, es inconcebible que se promueva una reforma que exige muchas cosas de los principales actores de la educación aparentemente con un afán de control más bien político y laboral que con la instrucción masiva de calidad, y por otro lado anuncie un recorte presupuestal cada vez más brutal que se ha venido dando año con año desde los aciagos días del final de la década de los sesentas del siglo pasado. En los sexenios de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, bajo la Conducción del Secretario de Educación Pública, el poeta Jaime Torres Bodet, a la educación se le asignaba el presupuesto más alto, y por mucho. Cuando Díaz Ordaz vivió la realidad de enfrentar a la generación mas instruida y culta que ha dado este país desde la conquista y que solicitaba un diálogo, éste respondió con balas; ahí murió el Proyecto Educativo Nacional. Pero eso es harina de otro costal.
Del presupuesto para los asuntos de protección al ambiente mejor ni hablar. La tierra, aire, agua y la biodiversidad del estado están en completo estado de indefensión ante los intereses inhumanos del gran capital y sus empresas y todos aquellos que se dedican a la realización de obras públicas en medio siempre de manejos bajo sospechas de corrupción.
Ante este estado de cosas, se deben buscar nuevas formas de administración y planificación, tanto en el gobierno y sus dependencias como en la universidad. Desde 1994, cuando alguien de cuyo nombre no puedo ni acordarme nos inscribió en el “Club de los Ricos”, vivimos con la creencia de que los trabajos de todo tipo deben estar respaldados por grandes presupuestos y ya se vio que independientemente de lo extenso o reducido de los mismos, pocas veces se ejercen a plenitud. Los desvíos o gastos inútiles han sido el pan nuestro de cada día. La propuesta de este escrito es que, contradiciendo a López Portillo y Pacheco y al innombrable, ahora debemos acostumbrarnos a la pobreza. Si se aceptan las limitaciones en que vivimos, se puede planificar mejor y obtener logros que, aunque modestos, grano a grano, logren tarde o temprano el imposible montón.
Entre otras cosas, se debe estar convencido de una nueva visión que tenga como prioridades evitar gastos superfluos o inútiles y canalizar presupuestos no ejercidos en otras áreas como en obras públicas, por ejemplo, y en los salarios estratosféricos a algunos funcionarios hacia áreas prioritarias como salud, vivienda y educación. La eliminación de plazas de aviadores y las comisiones múltiples fuera de las áreas de trabajo acarrearían un ahorro fuera de contexto y partiendo de este principio se podría neutralizar en parte la corrupción.
Ahora más que nunca es necesario encontrar el verdadero talento que permita diseñar la clase de estado y país que podemos alcanzar con solo esforzarnos un poco, encontrar las rutas de financiamiento interno como el apoyo de empresarios que apoyen proyectos locales, emprender la búsqueda de apoyos externos de fundaciones nacionales e internacionales que tienen grandes capitales para los efectos mencionados, sin andar por ahí dando palos de ciegos.
Pero sobre todo, se debe aceptar la pobreza como un elemento de realidad para iniciar un largo camino hacia destinos con logros sustentables y no vivir soñando con riquezas que no se tienen. Viviendo mejor, con menos.■