■ Salvador Rueda Smithers expuso visiones y perspectivas sobre ese movimiento social
■ Tradición utópica, clave para delinear secretos reales y originarios de la guerra campesina, dijo
Como parte de las actividades de la Comisión Especial para la Conmemoración del Centenario de la Toma de Zacatecas, Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, impartió la conferencia Miradas del zapatismo, en la que expuso las visiones y perspectivas de diversos investigadores y personajes respecto a ese movimiento social.
Comentó que sobre el zapatismo hay múltiples maneras en que el artificio de la imaginación ha construido sobre esa inesperada expresión de la realidad que fueron los campesinos rebeldes, su forma de desarrollar una guerra, las exigencias políticas y sociales ajenas al discurso modernizador del liberalismo, etcétera.
Expuso que el zapatismo no fue la historia de una corajuda lucha entre los pueblos morelenses y las haciendas cañeras en la que hubo ganadores y derrotados, sino que en realidad fue la confrontación de dos formas de ver el mundo, es decir, el careo de las culturas mexicanas.
Una de las miradas sobre el zapatismo es la que Diego Rivera plasmó en sus murales. En 1915, dijo, atestiguaba los efectos de la gran guerra con el mismo ímpetu con el que buscaba los léxicos plásticos para expresar su idea de realidad y civilización.
En ese momento, Pancho Villa y la División del Norte eran vencidos en el Bajío por Álvaro Obregón y las tropas de rancheros e indios yaquis constitucionalistas, pero Rivera sabía que la Revolución era más que violencia, pues se debatían posturas, surgían leyes que procuraban bienestares más amplios que los ejercidos por el Porfirismo y se buscaba refundar la República, según indicó Rueda Smithers.
En ese sentido, Rivera trataba de abreviar en su obra el temperamento mexicano y su ejemplo más logrado fue el óleo sobre tela titulado Paisaje zapatista, que muestra un rifle, un sarape de colores y un sombrero gris de charro, y a los lados, trazos verdes y ocres que sugieren cactus y otras plantas. Al fondo, la frontera entre la ciudad y el campo zapatista.
Otra perspectiva ha sido la de los historiadores, cuya línea podría calificarse como “la justicia posible: los historiadores hemos descubierto por distintas vías que para los campesinos zapatistas después de 1920, el costo político de asumirse como agraristas de la Liga Constitucionalista, radicó en el sacrificio de la autonomía de los pueblos, la cual fue el fundamento de la imagen que hicieron de sí mismos como parte de la estrategia de la guerra, a la que Francisco I. Madero llamó locura”.
El énfasis de las percepciones académicas de historiadores como Adolfo Gilly, Horacio Crespo, Ramón Martínez Escamilla, etc., agregó, está puesto en las dinámicas políticas de pueblos y comunidades vistos a partir de la tradición utópica como clave para delinear los secretos reales y originarios de la guerra campesina.