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lunes, 12 mayo, 2025
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Piñón, una historia de amistad y lealtad

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

A mediados de la década de los setenta, el destino y la vida me llevaron a vivir a Valle de Santiago, un municipio de Guanajuato en el que siendo muy niño, tuve vivencias un tanto fuertes, algunas tristes, otras no tanto pero al fin, todas experiencias que forjaron mi carácter; sufrí la muerte de mis abuelos Pablo y Francisco quienes me dejaron muy pronto gracias a distintas enfermedades que me privaron del privilegio de conocerlos un poco más y aprender de ellos, también, la travesura casi me costó la pérdida de un ojo al jugar a los resorterazos con mis primos Luis Ángel, Lomas y Pépe el Cone, este último de una extraordinaria puntería que motivó atinarme en el ojo derecho aún estando detrás de una barda mientras yo miraba entre el espacio que dejaban dos ladrillos, la factura que tuve que pagar fueron muchas lágrimas de mi madre, una zarandeada y varios días en una clínica del IMSS en Irapuato, con los ojos vendados y sin poder ver la escasa programación que en ese entonces presentaba la caja que idiotiza. En ese tiempo, con los domingos que me daban, compré mis primeras navajas con las cuales cortaba tunas en mis recurrentes travesías por los volcanes de Valle, por los que cada tarde me aventuraba a convivir con la naturaleza haciéndome acompañar por mi bicicleta verde que hoy todavía añoro; especialmente mi mente se extasiaba con el cráter llamado La Alberca que en ese entonces, tenía un lago de un agua color turquesa que contrastaba con la tierra negra y el verde de los tupidos árboles. En ese entonces también descubrí que Santa Claus sólo les lleva regalos a los niños ricos y a los pobres, nada aunque se porten bien, así de injustas resultaron algunas navidades sin pollo, ni pavo, ni nada.

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La abundancia de mis ayeres motivaron mi incursión informal en el comercio de las paletas (sábados y domingos) y las gelatinas (entre semana), estas últimas, nunca me redituaron, siempre salí a mano pues mi debilidad eran las de leche que saboreaba a lo largo de mi trayecto por las calles de la Colonia Miravalle. También tuve mi primer novia, una linda chamaca que vivía a la vuelta de mi casa y que tenía la virtud de correr como liebre, lo cual, hizo que la llamáramos la mujer biónica por aquella exitosa serie televisiva; por cierto, hasta hoy, ella nunca supo que fue mi novia y que la soñaba mientras escuchaba algunas canciones de ese tiempo. Un día, un amigo me comentó que en un establo de por ahí, una perra había tenido una camada, fuimos y me tocó meterme a escondidas para sustraer al primer perrito que alcancé antes de ser descubierto por el dueño del lugar, tuve suerte pues me convertí en amigo de un lindo cachorro color amarillo y blanco al que llamé Piñón a sugerencia de mi madre, quien a regañadientes aceptó a mi nuevo compañero con el cual crecí y a la larga, se convirtió en parte de mi familia, en mi aliado y cómplice durante una gran parte de mi infancia. Ya cuando mi perro se hizo adulto, aprovechaba cualquier oportunidad para salir a la calle en busca de sus amantes, lo cual, obstaculizaba mis consecutivos escapes de la casa ante las reprimendas de mi madre en respuesta a mis múltiples travesuras y pleitos con mis hermanas, así, Piñón y yo, chocábamos en la reducida puerta mientras los zapatos de mi mamá pasaban cerca de mi, ya desatorados, salíamos en contra sentido para posteriormente volvernos a encontrar.

Recuerdo que una mañana al salir rumbo a la escuela, mi fiel amigo quién acostumbraba acompañarme, salió corriendo y quedó atrapado debajo de un veloz auto que lo arrastró por varios metros ante mi mirada de desesperación, finalmente después de la revolcada, se levantó y volvió a meterse a la casa, pensé que solamente iba a morirse allá adentro pero afortunadamente para los dos, salió airoso ante la muerte al igual que las otras dos veces que me lo envenenaron por traerse el chorizo y otras vísceras de las carnicerías, lo cual le costó dos tramos de cola que le cortó un vecino con un machete con el fin de que el veneno saliera, junto con la ingesta de leche y el aceite que mi Papá le dio para completar las dosis que le salvaron la vida. Un día a inicios de 1980, mi padre nos compartió dos noticias que marcarían nuestros destinos de manera importante, la buena, en busca de una mejor calidad de vida nos cambiaríamos de residencia a Zacatecas y la mala, Piñón no podría acompañarnos…continuará. ■

 

*Representante de Zacatecas ante el Consejo Consultivo Nacional para el Desarrollo Sustentable

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