El pasado 2 de julio se cumplió un cuarto de siglo de la histórica primera derrota del Partido Revolucionario Institucional frente al que se convertiría en el primer presidente de la alternancia en más de siete décadas en México, Vicente Fox. Esa fecha, junto a otros motivos ha llevado, como lo decíamos aquí mismo la semana anterior, a un interesante debate respecto a los saldos de lo que se conoció como el período de transición a la democracia en México. Durante la primera década del siglo dicho tema atrajo la atención de considerables segmentos de estudiosos de los asuntos públicos en nuestro país. Nuestro proceso de liberalización se antojaba digno de comparación en el marco de la tercera ola de democratizaciones en el mundo. Se apostaba por una consolidación a partir de lo que algunos llamaron “la reforma del Estado”. Lo cierto es que las apuestas quedaron cortas. Vuelvo al punto de la semana anterior: esa etapa de transformación política centró la fuente de su legitimidad en lo electoral, partiendo del pluralismo que este ámbito trajo para la conformación de los poderes representativos y a su vez la incidencia que éstos tuvieron en la conformación de los órganos técnicos-autónomos del Estado (Órganos Constitucionales Autónomos, particularmente el electoral y también el Poder Judicial, en especial la Suprema Corte de Justicia). Sin embargo, siempre quedó pendiente, en la asignatura de lo que se conoce como la transición jurídica, una reforma seria, sustancial e integral a la columna vertebral del Estado de Derecho, es decir, a las instituciones de justicia, empezando por las fiscalías.
Muchos otros han sido los pendientes de este proceso, que hoy parece agotado o cuando menos ya superado que es el de la transición a la democracia en México por consumarse, en tres alternancias, el arribo al poder, de todas las expresiones ideológicas del espectro: en 2000 Acción Nacional y la centro derecha; en 2012 el retorno del PRI; y en 2018 el arribo de una expresión progresista.
En todo este análisis, y en torno a la conmemoración del veinticinco aniversario de la primera alternancia a nivel presidencial, cada vez más se presenta el cuestionamiento a los saldos del régimen de las alternancias surgido del pluralismo democrático-electoral.
En lo particular me ha surgido una duda, a partir de las lecturas de algunos testimonios involucrados en esa etapa del país. Las recientes memorias del político Francisco Labastida, tituladas “La duda sistemática”, han permitido entender el rol que Ernesto Zedillo, adalid del proceso de democratización en la narrativa de la transición, jugó en el proceso electoral que concluyó en el arribo de Fox a la presidencia. Sin duda la gestión política del último presidente de la etapa hegemónica del PRI aceleró la alternancia, consolidándose un modelo democrático al tono de otras democracias de Europa del Este principalmente. La duda es: ¿la prisa por consumar una alternancia en la presidencia de la república contribuyó a la consolidación esperada de la democracia liberal y constitucional, o por el contrario, esta prisa impuso dinámicas políticas e institucionales que terminaron por debilitar al Estado en su conjunto, generando la ingobernabilidad y violencia que, desde entonces se han acrecentado a niveles históricos? No se trata de poner en duda la alternancia que sucedió en el 2000, sino el proceso político que la antecedió, así como su impacto, tanto en el modelo de gobierno como en el modelo económico. En este último sentido traigo a colación la percepción del ex embajador de los Estados Unidos en México en ese año, Jeffrey Davidow, en su libro “El oso y el puercoespín”, referente a que, Fox representaba la continuidad, en relación al modelo económico de Zedillo, más que Labastida y no se diga que Cuauhtémoc Cárdenas. No queda duda que el modelo del partido hegemónico en sus dinámicas políticas se había agotado y que de eso dio prueba el calamitoso año de 1994. Tampoco que una inmensa mayoría en el país deseaba la alternancia. Cabe preguntarse sobre las condiciones y cimientos de este proceso de alternancia consideraron aspectos más allá de los electorales, del ánimo mismo a favor de una alternancia y finalmente, de qué Estado se configuró como resultado de ese pluralismo que construyó lo que hoy, a todas luces, parece un régimen que se agotó en sus pobres resultados en los ámbitos más preocupantes para México: seguridad, gobernabilidad, economía, desigualdad, Estado de derecho, rendición de cuentas… y quizá un largo etcétera.
@CarlosETorres_