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miércoles, 3 julio, 2024
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Cuando una ideología se quiere imponer

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Por: P. Aurelio Ponce Esparza • admin-zenda • Admin •

Vivimos en un país libre y democrático, esos son los valores que enarbolan nuestros gobiernos y que de un modo u otro, aun con grandes carencias, caracterizan al México del siglo XXI. A la par de esta realidad vemos como una ideología pretende  cambiar el orden natural que está a la base de nuestra sociedad. No ha dejado de ser tema la iniciativa enviada por el Presidente al Congreso con el fin de elevar a rango constitucional las uniones homosexuales equiparándolas al matrimonio.

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No se trata de discriminar a nadie por ningún motivo, ni de privar de derechos a un ciudadano de este país, si un hombre quiere vivir con otro hombre y desean garantizar su unión ante la ley, pues que lo hagan, pero que no pretendan que a esa unión se le llame matrimonio, dado que éste existe sólo cuando se une un hombre y una mujer, unión que sí garantiza la apertura natural a la vida. El hijo que se concibe es fruto del amor de la pareja y no un objeto sobre el cual se reclaman derechos.

Pero resulta más significativo aún como el gobierno pretende influir en el modo de pensar de los ciudadanos, lo hace mediante el medio que hoy por hoy sigue siendo el de mayor influencia entre la gente: la televisión. Resulta cuestionante que ciertos programas, que son del gusto de miles de mexicanos, se han convertido en el medio mediante el cual se pretende vendernos una idea. Menciono dos ejemplos.

Hace algunos días, precisamente cuando se recrudecieron las protestas de los maestros que se oponen a la reforma educativa, el programa televisivo “Como dice el dicho”, del emporio Televisa, abordó el tema resaltando los “beneficios” de la reforma y haciendo una clara defensa de la misma. No pretendo tomar partido sobre la reforma misma, simplemente me parece demasiada casualidad que un programa televisivo aborde la cuestión de una manera tan sesgada. El pasado 9 de junio el mismo programa abordó ahora el tema de la posibilidad de que las parejas homosexuales adopten hijos, y como era de esperarse el argumento del programa era a favor, señalando con demasiada obviedad lo “positivo” del hecho y resaltando todas las cosas malas que les pasan a los pobres niños maltratados o abandonados y que por eso es mejor que estén en una “familia” que sí les va a dar amor.

Me parece peligroso el hecho de que estos programas tomen partido y pretendan convencer a los televidentes de una ideología que a todas luces daña la célula básica de la sociedad y mina el fundamento mismo de nuestro País. Sin familia no hay futuro, simplemente es el comienzo del caos. Y las uniones de personas del mismo sexo ni son matrimonios ni son familias, llámeseles como se quiera, pero no matrimonio ni familia. Claro que tienen derechos, que bueno que puedan unirse y respaldar su unión con un documento legal que les garantice seguridad social, pero de eso a que se les pretenda colocar al mismo nivel del matrimonio y la familia es, simplemente,  un absurdo.

Alto a la manipulación ideológica, que las televisoras dejen de responder a intereses de los gobiernos en turno. Los mexicanos somos mucho más inteligentes que eso. Es necesario que se inicie un estudio serio del tema, que se escuche a todas las voces y que no sean sólo unos cuantos los que influyan en el Presidente de todos para modificar el orden natural de la sociedad. Alto a la imposición de una ideología. La jurisprudencia generada por las decisiones de la Suprema Corte de Justicia no puede ser el criterio para designar qué es el matrimonio y la familia. La familia es un valor en sí mismo y no puede estar a merced de la ideología de moda.

¿Hemos perdido el sentido común? ¿Está nuestra conciencia tan dormida como para no ver hacia donde conduce esta ideología? ¿Puede un programa de televisión cambiar nuestra forma de pensar sobre algo tan fundamental como es el matrimonio y la familia? En pleno siglo XXI ¿tiene la televisión el poder de educar a una sociedad? Y si lo tiene ¿quién se lo ha dado? ¿Cuándo permitimos semejante barbaridad? En fin, son sólo preguntas. ■

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