Por más que lo pidió, por más que dijo que no se culpara a nadie de su muerte, el fallecimiento de Armando Vega-Gil convirtió en gritos lo que antes eran murmullos, en críticas frontales, lo que antes eran críticas privadas, y en abierta desconfianza lo que antes eran tímidos cuestionamientos.
Hace una semana apenas el #YoLesCreoAEllas predominaba la discusión pública a tal nivel, que cualquier atisbo de duda hacía considerar al cartesiano como cómplice del denunciado. Lo mismo al que llamaba a la denuncia penal y a la aportación de evidencia.
En el mismo nivel se colocaba a quien guardaba premisas básicas del rigor periodístico como anteponer un “presunto” a la palabra “acosador”, o daba voz a los señalados.
En contraste, no había cuestionamiento para la publicación de los nombres de los supuestos acosadores. Se enunciaban retomados desde las cuentas anónimas de tuiter sin observar siquiera si se trataba de bots o de cuentas reales.
Un diario local mencionó a Ernesto Alubia como uno de los acusados. Alubia es un supuesto docente de la Universidad Autónoma de Zacatecas, que había acosado a quien en tuiter se conoce como @Carbomaricarme.
Desde la cuenta donde salió la acusación se dijo luego que ambos protagonistas de estas historias eran personajes ficticios y que la denuncia se había hecho con el fin de visibilizar la facilidad de hacer una acusación falsa que se tomara por buena. El experimento funcionó.
Pero ese estado de ánimo que daba por presunto culpable a los señalados se rompió con el suicidio de Armando Vega-Gil.
Entonces las críticas subieron el volumen, llegaron los matices, se cambiaron los “todos” por “la mayoría”, se criticó el anonimato, cundieron las dudas, y se hicieron críticas a pesar del miedo de ser aventado a la hoguera como lo dijo Blanche Bietrich.
Feministas discutieron entre sí, algunos colectivos se fracturaron, se puso en tela de juicio el resto de las denuncias, y la herramienta, muy poderosa en determinadas circunstancias, quedó desprovista de autoridad moral.
No ayudó la reacción de la cuenta de Me Too Músicos desde donde salió la denuncia para Armando. Respondieron con burlas a la amenaza suicida, desaparecieron cuando ésta se cumplió, reiteraron la acusación sin aportar elementos nuevos: nada, ni capturas de pantalla, ni testimonios blureados, ni la identidad de quienes manejaban la cuenta que potenciaba las denuncias, nada.
Para entonces, el saldo de la batalla podía ser neutral, pese a todo lo generado, al menos el problema se había visibilizado.
Luego surgió Me too hombres, volvieron los comentarios misóginos, y hasta un vergonzante diputado federal de Morena propuso que se empezara a hablar de “hombricidio”.
Se dio un paso y se retrocedió cinco. El clima social de hoy deja la impresión de que denunciar a los abusadores es incluso más difícil de lo que era hace un par de años.
Si alguien tiene dudas de esto, vea el encuentro de los medios de la denunciante del periodista y docente Enrique Mandujano: disponible aquí https://aristeguinoticias.com/0704/mexico/maestro-acusado-por-metooperiodistasmexicanos-se-defiende-videos/
Nada de esta situación creo que mejore con los argumentos de quien pretende poner sobre la espalda de Armando Vega-Gil y su personalísima decisión de suicidarse el peso del desprestigio de esta estrategia fallida del Me Too mexicano. Con ello, se aumenta la polarización y se le pone el escenario más fácil a quienes (desde luego) erradamente piensan que el feminismo es una lucha de sexos.
Si de lo que se trata es de convencer, y no de vencer, poco sirve encasillar esto como “un caso aislado”, como un “daño colateral” y asumir con estas palabras el mismo discurso con el que los autoritarios justifican los medios en el nombre de los fines.
Con el estado de desconfianza actual, de poco sirve decir que sólo el 2% de las denuncias de violencia sexual son falsas, porque todos se asumen de ese 2% y porque esta cifra puede ponerse en duda fácilmente al haber surgido en el contexto neoyorquino de los años 70, (si se asume a Susan Brownmiller como la fuente; he de decir que es la única que conozco), y sobre todo al referirse a denuncias formales, a las de quienes se presentan frente a instancias policiales, dispuestas a declarar y a prestarse a exámenes periciales, y no a denuncias hechas de forma anónima a través de redes sociales en donde las falsedades se estiman hasta en 84% (ver https://www.elmundo.es/papel/todologia/2016/11/14/5825b011e2704efe038b46a1.html).
No suma tampoco generalizar a las voces críticas como feministas cómodas, como mujeres con el machismo interiorizado, que normalizan; tacharlas de feministas que no lo son tanto, feministas que no merecen ser llamadas feministas porque no comparten la estrategia, porque disienten, porque critican. Feministas pues que no merecen la sororidad en otros momentos pregonada.
Ayuda asumir como aliadas a quienes disienten en los cómos pero concuerda en los qué. A las que disienten en “que el miedo cambie de bando” y prefieren una sociedad en la que no temamos los unos de los otros.
Es tiempo de hacer el balance y darse cuenta que en este capítulo al menos perdió Armando, perdieron las víctimas, las acosadas, los acusados, perdieron las redes, perdieron los hombres, perdimos las mujeres, perdió el feminismo. Es tiempo de entender que en la autocrítica no está el enemigo. ■