■ “Las muertes de Tlatelolco o las 43 butacas vacías no pueden ser un sacrificio en vano”
■ El país sufre una gran crisis institucional, advierte el historiador Eduardo Jacobo
Este domingo se cumplen 48 años de la masacre a estudiantes mexicanos a manos del Estado mexicano, tragedia ocurrida un 2 de octubre en 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, a decir del historiador zacatecano, José Eduardo Jacobo, rememorar esa fecha significa una lucha de resistencia ante el olvido, en un país donde el Estado le ha apostado al desgaste de la memoria colectiva.
El docente de la Unidad Académica de Historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) consideró que los acontecimientos de Tlatelolco marcaron un parteaguas en la historia política y cultural del país; la matanza en la Plaza de las Tres Culturas representó un punto de inflexión en el régimen priísta que le restó legitimidad y demostró que el gobierno se había estancado en términos de apertura democrática y social.
Hoy a casi cinco décadas del acontecimiento, los mexicanos no tienen claridad de lo que en realidad pasó, la cifra de muertos sigue sin dar respuesta a los padres de los desaparecidos.
Situación que se volvió a repetir en 2014 con la tragedia de la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa. Hay entonces entre ambos hechos un paralelismo de desaparición forzosa de jóvenes estudiantes a manos del Estado, opinó el historiador, quien resaltó que en los dos casos no se atentó contra delincuentes o adultos, fue contra jóvenes que defendían un ideal, lo cual significa “la desaparición de un mejor mañana”.
Así, la sociedad guarda en su memoria estos hechos por todas las lagunas en la información, la falta de responsables y tanto a Tlatelolco como a Ayotzinapa el Estado le ha apostado al olvido y al desgaste de la memoria colectiva del país.
Lamentó que en cierta medida se ha acertado, pues la sociedad civil ha ido diluyendo el contenido social y de protesta de fechas como el 2 de octubre, que si bien el lema “no se olvida es de lucha combativa”, pervive, la realidad es que las manifestaciones sociales cada vez son más reducidas y tienen menos impacto en la demanda de respuestas, se han convertido en “semánticas gastadas”.
Es decir, en algunos casos, marchas o plantones para beneficio de unos cuantos líderes sociales o para que los estudiantes falten a clase. Destacó que los valores que ha traído el uso excesivo de la tecnología ha llevado a la inmediatez informativa, en la que impacta lo novedoso y se vuelve viral, pero al día siguiente es sustituido por un nuevo trending, de ahí que cada vez hay menos interés en los medios de comunicación y en la propia sociedad por causas como el 2 de octubre.
Inclusive se han acuñado términos como el de “chairo” para caricaturizar la conciencia crítica y de izquierda, restando de manera burlona el carácter de demanda por justicia que deberían tener estas fechas.
Refirió que la propia sociedad ironiza sobre la pertinencia de las demandas y eso sólo contribuye a diluir más el sentimiento, por lo que mantenerse en pie de lucha resulta cada vez más difícil, aunque por fortuna hay aún manifestaciones de gente que todavía se pregunta adónde se llevaron a los estudiantes y exigen su presentación.
Eduardo Jacobo destacó que actualmente el país sufre una gran crisis institucional, en la que los ciudadanos ya no confían en los partidos políticos ni en ninguno de los órdenes de gobierno, por ende el brazo armado de la justicia; es decir, tanto la policía como el Ejército han perdido legitimidad y son, a los ojos de la sociedad, tan amenazantes como los peligros contra los que dicen proteger.
Sin contar que las fuerzas policiacas y Ejército se han transformado radicalmente en los últimos años y son usados para reprimir, para evitar que las expresiones ciudadanas tomen casetas o para que marchen a las plazas de las ciudades.
Ante ello, no resta más que apostarle a un despertar ciudadano, en el entendido de que la historia demuestra que el cambio no vendrá desde las instituciones, sino desde la gente. De ahí lo apremiante de conocer la historia del país, situación que el Estado sabe, lo cual explica el recorte al área de humanidades ante una estrategia para dejar ciudadanos sin conciencia colectiva.
El historiador consideró que a pesar del sombrío panorama, no se puede perder la esperanza: “las muertes de Tlatelolco o las 43 butacas vacías no pueden ser un sacrificio en vano”.