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miércoles, 3 julio, 2024
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“Yo lo que he sido es obediente. ¿Qué me fundó? La confianza”: Luis de Tavira

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

La Gualdra 628 / Entrevistas / Teatro

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Nos encontramos con el maestro Luis de Tavira en Zacatecas, después del acto en que, junto con Arturo Beristáin, recibió el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde. Aquí la entrevista en la que hablamos de su relación con Zacatecas y con algunos personajes de esta tierra en diferentes momentos de su vida.

 

Jánea Estrada Lazarín: Hola, hoy tengo la enorme fortuna de entrevistar a un maestro a quien admiro profundamente desde hace muchos años y estamos muy contentos, querido maestro Luis de Tavira, primero porque haya recibido el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde junto con otro actor entrañable, Arturo Beristáin, pero sobre todo por tenerlo aquí en Zacatecas, donde se le reconoce su trabajo y se le quiere desde hace muchísimos años. Gracias por estar aquí.

Luis de Tavira: Gracias a ti por invitarme, por tu hospitalidad, por tu interés y tus palabras.

 

JEL: Yo quisiera que habláramos, maestro, de cuatro relaciones con zacatecanos que tiene o ha tenido usted a lo largo de su vida. Una vida dedicada al teatro, pero que inicia en la poesía. Hace 50 años usted era jesuita todavía y participó en un concurso de poesía. Fue seleccionado y esa ocasión sirvió para que usted publicara por primera vez poesía en un libro de Punto de Partida.

LDT: Sí, Punto de Partida era la revista de estudiantes de la Universidad Nacional. Yo había llegado a la Facultad de Filosofía y Letras; debíamos haber entrado en el 68, los de mi generación, con la que yo iba a ingresar a la UNAM, que no era la de los egresados de preparatoria, porque yo había entrado a la compañía de Jesús y fueron los jesuitas, en esos tiempos de apertura, que me enviaron a estudiar teatro a la UNAM; pero era justamente el año del 68, así que no fue posible entrar a la facultad porque antes entraron los tanques. Lo que entonces pasó fue un bautismo de realidad que implicó encontrarme con el movimiento estudiantil y con todo lo que eso significaba trágicamente, y también esperanzadoramente, y que es una clave de la transformación de lo que ha sido este país. Y había ahí, en la universidad, esta revista, Punto de Partida, que de pronto convocó un concurso -y yo escribía, pero a escondidas-. Era un asunto clandestino para mí escribir poesía, no me atrevía yo, tuve en la orden magníficos maestros de composición y de literatura, pero yo no me atrevía porque los poemas pues revelaban muchas cosas de mi intimidad que yo no me atrevía a presentarle a mis maestros. De pronto me entró una inquietud muy grande, porque yo no sabía cómo estaban esos poemas, si no valía ni la penas seguir conservándolos o qué… y en un acto de audacia juvenil, dije, pues como te piden un seudónimo, si no están bien pues no va a pasar nada. Yo no esperaba que nadie fuera a abrir la pleca de mi trabajo; entonces los mandé con un seudónimo; por cierto, el seudónimo era un personaje de Dostoievsky… en fin, me estás haciendo acordarme de cosas que hace más de 50 años no recordaba. Entonces gané el segundo lugar y me llamaron para decirme esto y que parte de la premiación era la publicación del libro con otros compañeros; y se publicó con el nombre de Crónicas de viaje.

 

JEL: Hace 50 años, en 1974, y sus compañeros en ese libro fueron Evodio Escalante, José Joaquín Blanco y José de Jesús Sampedro… ésa es la primera relación con un personaje zacatecano, pero además no se conocían físicamente… hasta ahora.

LDT: Pues no nos conocíamos. Yo a Sampedro lo considero mi hermano, y a los que de alguna manera publicamos un libro conjunto; pero nunca lo había visto hasta ahora que regreso en ocasión del Premio López Velarde a Zacatecas, y entonces pues ya nos vimos.

JEL: Ya se reconocieron los hermanos del libro. Pero además fue el primer fue el primer libro que publicó, pero posteriormente publicó uno más, que consta de 365 poemas.

LDT: Así es, así es. La tarde y el río, que son pequeños poemas… yo diría que son fruto de la contemplación. En donde yo estudiaba, en el colegio de literatura de los jesuitas, estaba en un promontorio y cruzaba el río; yo hacía ahí mi oración y mi contemplación viendo el río, preferentemente en el momento en el que el día se va, mientras el día se va y el río cruza, que es la tarde. Y entonces escribí ese poema acerca de la relación del río que se despide y de la tarde en la que el día llega al ocaso. Ese libro lo editó muchos años después mi amigo José Ramón Enríquez, poeta también, que vive en Mérida, pero que fue editor muchas veces, y en una confidencia alguna vez se lo mostré y me lo pidió para publicarlo.

 

JEL: Dice Marco Antonio Campos que tuvo usted un muy buen inicio como poeta…

LDT: Se lo agradezco muchísimo. Nunca lo he ni publicado ni dicho, ni siquiera lo he sentido. Lo que no quiere decir que no escriba o ejerza, digamos, la poiesis, la creación poética; pero, no necesariamente en la escritura. Lo intento de otra manera, en el teatro.

 

JEL: En el teatro. Es que aparece el teatro y usted decide dedicarse por completo a él.

LDT: Pues sí, se me atravesó el teatro y me cambió todo, todo en la vida; incluso, pues toda mi vida ha sido el seguimiento de aquello a lo que mis superiores me enviaron y que descubrí en la universidad y que no he dejado desde entonces.

 

JEL: Hay un artículo que usted escribió sobre el fulgor y este momento epifánico, se le podría llamar, que tiene el actor en su encuentro con el teatro verdadero. Hay una anécdota que cuenta de Eleonora Duce…

LDT: Eleonora Duce es la actriz italiana que cambió la historia del teatro. Sí, hay un momento de un deslumbramiento, de una experiencia irreversible que sufre una muchacha de 14 años como actriz, que no empezaba a ser actriz a los 14 años y que ya llevaba 10 años actuando porque pertenecía a una familia de músicos trashumantes, de músicos de la legua; incluso hay una leyenda que dice que nació en un vagón de tren, otra que dice que nació en un hostal del camino, en medio de una familia de actores de la legua que iban ciudades, pueblos, representando su repertorio y que fue incorporada a los trabajos de la familia a los cuatro años. Y en una ocasión su familia llegaba a la ciudad de Verona, a la ciudad de los Montesco y de los Capuleto; ahí hay un un coliseo romano muy impresionante que funcionaba también como el teatro; y a su padre, el director, le pareció que como era Verona era adecuado montar Romeo y Julieta, porque ella tenía la exacta edad del personaje, la sorprenden con la asignación de esa tarea escénica. Ella cuenta cómo para entrar a escena, después de que ha tenido un momento de intimidad frente al espejo en el que se pregunta quién soy, y que va a ser por fin mostrada en sociedad, como muchas casaderas… va por el túnel de los gladiadores hacia la luz de la escena -era una función vespertina que se hacía justo en el ocaso de la tarde y que acababa con la oscuridad de la noche- y en el momento en que ella sale de del túnel de los gladiadores -habría que imaginarse lo que es ir por esos túneles para entrar a la plaza- de pronto sucumbe a una experiencia que, como ella lo narra, no sabemos si le sucede en el cuerpo, fuera del cuerpo, en este mundo o en otra dimensión, pero el personaje se posesiona de ella; y entonces ella sabe que es Julieta y tiene ese momento que yo llamo “el fulgor” que precede a la palabra, en donde aparece Julieta y de ahí, de ese indecible, brota la primera palabra del personaje. Esa experiencia la cambió para siempre, terminada esa función prodigiosa, mágica, que transportó a todos, que no era esperable en una compañía trashumante, ella se escapó de su casa: había entendido lo que era el teatro.

 

JEL: Se lo pregunto porque usted, en un inicio, estaba de alguna manera preparándose para permanecer en la compañía de Jesús durante toda su vida; luego incursionó en la poesía… pero en qué momento se da esa experiencia, ese fulgor que transforma su camino y usted decide dedicarse al teatro.

LDT: Lo que sucede es que mi encuentro con el teatro y su fulgor no es como la experiencia de esta prodigiosa actriz, que es una experiencia instantánea; si la hubo fue antes de que yo siquiera pensara en en que yo me dedicaría al teatro en esa posibilidad; y fue una experiencia encontrada en el estudio con un prodigioso maestro jesuita que nos enseñaba griego con los Ditirambos de Sófocles, y concretamente de la tragedia de Antígona. Ahí pasó algo que él vio, yo no, y que comunicó a los superiores y que fue la razón por la que me enviaron a estudiar teatro, porque eran tiempos de cambio y pensaron que sería bueno que un escolar jesuita aprendiera teatro donde los jesuitas no lo hacían. Evidentemente era un momento de eclosión del teatro universitario; el movimiento del teatro universitario estaba floreciendo justamente en la UNAM. Yo no lo pedí, ellos me enviaron y yo fui obediente y para mí eso es clave: a diferencia de esta niña que después de 10 años arriba a la escena de esa manera y el teatro la atrapa, yo digo que uno cree que elige el teatro, pero no es así, es el teatro quien lo elige a uno y a uno le toca, quién sabe de qué extrañas y diversas razones decir sí o no; es decir, yo lo que he sido es obediente. Entonces llegué al teatro y me encontré con el maestro definitivo, Héctor Mendoza, al que encuentro como maestro de actuación. Entonces yo con mucha confianza me acerco y le digo “es que yo no voy a ser actor”, y él me dice: “Pues si no actúas no vas a entender nunca el teatro”; entonces tengo que tengo que entrar a los ejercicios de actuación y descubrir ahí ese enigma que es el de las dos dimensiones que rigen la vida del teatro: la de la ficción y la realidad; y si no consigues entender las dos dimensiones para entrar en ella pues no has entendido nada de lo que es el teatro. El propio maestro Héctor Mendoza, a los dos años, me llama de asistente suyo en la escuela de Bellas Artes de clases de actuación de compañeros que estaban en cuarto, mayores que yo, llevaban cuatro años estudiando actuación; algo vio y me hizo su asistente y muy pronto me soltó las clases de actuación; es decir, ¿qué me fundó? La confianza, el maestro Mendoza confío en mí, mis superiores confiaron en mí, mis padres confiaron en mí; a mí me fundó la confianza que tuvieron en mí y que yo espero no haber defraudado en mi vida. El cambio, cuando cuando yo sigo en el teatro y dejo la compañía de Jesús, pues no es un conflicto que haya sido mío, yo soy uno de ellos, yo a la fecha sigo haciendo lo mismo a lo que me enviaron, los que cambiaron fueron ellos.

 

JEL: De acuerdo, oiga, maestro, ya cuando estaba de lleno trabajando en el teatro se da el encuentro con otros zacatecanos: los hermanos de Santiago, José y Francisco de Santiago; es decir, su relación con Zacatecas de alguna manera siempre ha estado presente.

LDT: Siempre ha estado presente, José de Santiago es un artista importantísimo en mi vida; yo siempre he dicho que es mi más que hermano. Lo conocí en la escuela de teatro de Bellas Artes donde él comenzó a hacer trabajos de escenografía; él estaba casado con una actriz espléndida del teatro universitario, Maricela Olvera -quien murió lamentablemente, pero que lo aproximó al teatro-. José, curiosamente es de Jerez, Zacatecas y antes que otra cosa fue franciscano. Los franciscanos lo mandaron primero a Cholula y de Cholula a Jerusalén a estudiar las escrituras… y yo ya desconozco bien cuál fue su itinerario, pero finalmente termina en París decidiendo si habría de dedicarse a la pintura; José de Santiago es un hombre del Renacimiento, un hombre de múltiples disciplinas porque es arqueólogo, participó en las excavaciones de Palenque, es pintor, teórico, escenógrafo, es un cantor extraordinario, en fin, qué no es José de Santiago…

 

JEL: Y trabajaron juntos…

LDT: Y trabajamos juntos, hizo mis primeras escenografías y a partir de ahí trabajamos un largo tiempo juntos haciendo escenografía hasta que ya cada uno siguió su propio itinerario. Pero bueno, ahí está esa poderosa relación, él me llevó a Jerez, con él hice “Novedad de la patria”, él llevaba a Velarde en las venas… yo lo conocía de otra manera, a Velarde no lo conocí a través de José sino que lo encontré o lo confirmé con José, porque mi camino para encontrarme con Velarde fue otro, muy parecido a lo que me llevó a escribir. A través de José conocí a otro zacatecano maravilloso allá en Jerez, hermano mayor de José, pintor extraordinario que fue Francisco de Santiago, fue él quien me mostró, me hizo escuchar grabaciones que él tenía de la música de Jerez y que yo usé en mi montaje de la “Novedad de la patria”, era música grabada por Francisco de Santiago con músicos de Jerez, que ya desaparecieron… música que ya desapareció también, la grabación de esa música que se conserva o que está en el disco que hizo la universidad de voz viva de México es un tesoro de conservación de música jerezana que le debo a Francisco.

 

JEL: ¿Entonces los dos colaboraron en el montaje?

LDT: No, Francisco no, el teatro no le interesaba como a José, no estoy seguro si quiera si le gustaba, la música sí… era campeón mundial de ajedrez, un hombre simpatiquísimo de una apariencia… yo siempre encontré que tenía un aire de Goitia. Recuerdo una vez que me iba dando un aventón, íbamos en el periférico y de repente nos para una patrulla, lo detienen y entonces pregunta ¿por qué me detienen? El patrullero no supo qué decir, “es que se ve feo, está muy feo, se ve feo”, dijo. Claro, es que vio esa cabellera, esa barba, ese porte… que igual habrían detenido a Goitia en cualquier lado…

 

JEL: Eso me lleva al tercer zacatecano, porque además hoy hizo un recorrido por el Museo Francisco Goitia para encontrarse con una obra que ha retomado en múltiples montajes, el “Tata Jesucristo”…

LDT: Platicando contigo descubro que vi por primera vez no en Zacatecas, como yo pensaba, sino en México, y luego lo volví a ver aquí en en el museo, pero pero el original lo vi en México; es un cuadro que no nada más a mí, sino a muchísimos, se nos ha impreso con fuego en el alma.

 

JEL: Hablemos de este montaje en que retoma esa imagen del “Tata Jesucristo”, de la representación de “Madre coraje”, de hace dos años en Ciudad Juárez…

LDT: No, un poco más, en plena pandemia estábamos, me invitaron a dirigir a Ciudad Juárez, un grupo excelente que se llama Telón de Arena, y decidimos montar “Madre coraje”, de Brecht, y después de todo el recorrido de esta obra terrible sobre la guerra y esta mujer que va jalando el carro de la historia con sus mercancías y que pierde a sus hijos en la guerra, al final pierde a su pequeña hija, muda -porque había sido víctima de una violencia de otro soldado y al parecer con un cuchillo en la boca le cortó la lengua- y que es la única que en medio de un acoso en el que va a caer una ciudad en un ataque sorpresivo y las guardias de las murallas están dormidas, todos en la ciudad dormidos no saben lo que les espera… hay un momento de la obra en el que algunos que han conseguido darse cuenta de lo que pasa dicen “es que habría que avisar, habría que hacer algo”, pero aquél que haga el menor ruido en ese momento lo ejecutan; están sitiados, pero la niña consigue escabullirse, subirse arriba del carro y robarle un tambor a un soldado y dar la señal a tamborazos, arriba del carro; dice Brecht que “era el grito de las piedras” porque despierta a la ciudad y la salva, y salva a los niños que iban a ser masacrados, pero a ella la matan. Entonces la madre tiene que seguir su camino, tiene que seguir empujando el carro por los caminos y no sabe qué hacer con la niña, el ejército ya se va y entonces se acercan unos campesinos y le dicen “usted va a irse, nosotros la enterramos, nosotros hacemos su funeral”. Y entonces esa escena fuertísima, al final, donde la madre se va al camino y deja a su hija, al cadáver de su hija y a los campesinos que le deben la vida, es genial: se postran para despedirla. Eso lo hice a partir de una reconstrucción del “Tata Jesucristo”.

 

JEL: Que además ha retomado en otros momentos, en otros montajes…

LDT: Sí, en otro montajes, en otra de un zacatecano, por cierto, que ya murió y que fue mi alumno, Armando García…

 

JEL: Claro, de Trancoso, Zacatecas…

LDT: Sí, tú sabes… Fue un espectáculo en el que también trabajé con José de Santiago en el Centro de Experimentación Teatral del INBA que se llama “María santísima”, que también es una historia… pues una especie de Fuenteovejuna, o de matanza de Acteal zacatecano; y ahí también, en la escena final, reconstruí o escenifiqué o intenté conectar y darle el golpe a la poderosa fuerza que brota de ese cuadro.

 

JEL: Que además nos llamaba mucho la atención, comentábamos hace un momento, la fuerza de la luz.

LDT: Sí, ahora que tuve un maravilloso momento, agradecible, un momento en el que vuelvo a Zacatecas y teníamos ahí un ratito, yo dije “yo tengo que ir al museo”, porque después de hacer esto que hice en Ciudad Juárez yo quiero ver el cuadro; había estado trabajando con imágenes fotográficas… me importa mucho la luz y aunque lo que está en el Museo Goitia es una estupenda copia sí fue muy importante sentarme un rato y dejarme iluminar por esa vela.

 

JEL: Decíamos al principio que hablaríamos de cuatro zacatecanos, pero ahora serán más, porque mencionó a Armando García… continuemos con Ramón López Velarde, ahora usted recibe un premio por la difusión, por la divulgación de su obra a través del teatro… hablemos de eso, maestro, para cerrar esta entrevista.

LDT: Yo conocí a Velarde justo en el despertar de mi vida afectiva; hay poetas que lo fundan a uno, en Velarde yo me sentí dicho; es la palabra y la voz de otro que me dice a mí o que me hace reconocerme dicho; y que es una manera de descubrir la poesía. Cómo llegué a Velarde, a través de los jesuitas. Yo tenía un maestro de literatura y de composición, jalisciense, que había sido compañero y muy amigo de Agustín Yáñez; pues nos hacía leer las obras de Agustín Yáñez y yo quedé muy impresionado y muy inquieto e intrigado con “Al filo del agua” y fue “Al filo del agua” el que me llevó en mis conversaciones con el maestro a decir que atrás “Al filo del agua” está Ramón López Velarde. Lo que hace Yáñez en esa maravillosa novela es recoger del mundo velardeano esa mexicanidad e incluso algunos personajes de la novela; y entonces descubro a López Velarde por ese camino y luego, ya en la Facultad de Filosofía y Letras, a través de Arreola, de Juan José Arreola, que decía en voz alta a Velarde de una manera que era iluminadora del enigma cifrado de los versos de Velarde, de manera que fue así como a mí se me ocurrió de pronto “por qué no escribir” y fue cuando empecé a escribir, eso que trajiste a colación después de tantísimos años que tenía totalmente desconectado, y que es el por qué empecé a escribir poesía.

Yo creo que en mi vida hay dos poetas fundamentales en ese sentido, sin duda el primero es Ramón López Velarde y el otro es el español Pedro Salinas, que también, bueno, me pasan cosas semejantes… no tienen nada que ver entre sí, pero digamos que son voces de poetas indispensables en mi vida espiritual. Nunca pensé yo en escenificar la poesía de Velarde, siempre me he nutrido de ella, no he dejado de leerla, de referirla, de escucharla, de pensar en ella; en algún tiempo me interesó muchísimo Valle-Inclán, que es un dramaturgo maravilloso, pero que también conoció a México y no conoció a Ramón López Velarde… pero en su conexión con el mundo de la mexicanidad y de la patria espiritual me llevó a “Novedad de la patria”, la que está en “El Minutero” y no el poema, y entonces la lectura de los dos textos conectó con una inquietud también personal e intelectual y artística fundamental; y que es responder a aquello que también formuló Usigli cuando dijo “Para que México exista tiene que aparecer en la alta dimensión del teatro”… evidentemente eso a mí me ha importado muchísimo como tarea; es decir, por un lado qué es el teatro, por otro lado, qué es México.

Velarde me dice que México es una patria que más allá de sus gestas y de su historia y de su ideología es íntima; y por el otro lado, está este gran debate de lo que ha sido la historia del arte en México después de la Revolución. Decía Gómez Morín en los veintes que “Después de la Revolución nos dimos cuenta de que éramos mexicanos” y entonces nos dimos cuenta que éramos mexicanos y aparecen los nacionalismos en el pensamiento; Samuel Ramos escribe “El perfil del hombre” para para filosofar sobre lo mexicano y llegar a la conclusión de que México es una esencia; años más tarde Octavio Paz lo contradice y dice “No, no, México no es una esencia, México es una historia”… y una historia de negaciones, el México independiente es la negación del México virreinal, colonial… la Revolución es la negación del México del XIX, y en fin… somos una historia de negaciones. El dramaturgo Usigli tercia entre los dos y dice “Ni esencia ni historia, México es una ficción”. A mí me parece brillante lo que dice Usigli; él intentó un teatro mexicano, pero dentro de la corriente del realismo neo aristotélico del siglo XX; más allá de su propia estética dramatúrgica su inquietud por la existencia de la mexicanidad a través de la teatralidad inmediatamente me llevó a “Suave patria”, para la patria íntima… a la “Novedad de la patria”.

Lo importante en mi vida es qué cosa es el teatro mexicano, o mejor dicho, qué es México; […] yo nunca pensé en escenificar a López Velarde; él ha estado ahí siempre, es como si pensaras en el Cántico espiritual de San Juan, siempre está ahí […] y de pronto recibo un encargo del rector de la UNAM…

 

JEL: Pero además le dio muy poco tiempo para el montaje…

LDT: Tres semanas. Yo estaba montando otra cosa y me dijo: “Se viene septiembre, por qué no arma un espectáculo coral”… ¿Y cómo? No, eso no, la “Suave patria” también se ha prestado a lugar común… yo no puedo hacerme eso ni hacerle eso a López Velarde ni hacerle eso al teatro. Bueno, lo que hicimos fue reunirnos y plantearnos el reto; esto es importante porque era el responder de modo inmediato a un reto y no hay manera de pensarlo mucho, hay que tomar las decisiones, te subes al tren o no te subes. Lo que hicimos fue una tarea colectiva para encontrar la dramaturgia, creo que lo más importante fue como primer paso el tratar de no caer en la trampa de su aparente estructura teatral, sino descubrir al drama que tiene cifrado y que con mucho va más allá del poema hacia todo el universo poético de Ramón López Velarde.

 

JEL: Ramón López Velarde sigue teniendo múltiples posibilidades de ser leído, en ese sentido el teatro colabora para que estas nuevas generaciones sigan leyéndolo, ¿no, maestro?

LDT: Exacto. Sigan leyéndolo… lo que el teatro intenta mostrar… Velarde nos orienta, por eso recordaba yo el otro día la advertencia que le hace Circe a Ulises cuando está a punto de sucumbir al canto de las sirenas “No olvides el poema”, yo creo que es lo que hoy tendríamos que decirnos en la conmemoración de Velarde, ante la barbarie que nos acosa y que nos amenaza en esta guerra decisiva entre civilidad y barbarie: “No olvides el poema”.

 

JEL: No lo olvidemos. Muchas gracias, maestro, y nuevamente felicidades; acaba usted de recibir la Medalla José Vasconcelos por el Seminario de Cultura Mexicana y tres semanas después recibe ahora el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde. No olvide el poema, maestro; por mucho trabajo más para México. Muchas gracias y muchas felicidades.

 

 

 

Luis de Tavira recibió junto con el actor Arturo Beristáin el Premio Ramón López Velarde el 19 de junio de 2024 en Jerez, Zacatecas. Para ver la entrevista completa, visite:

https://youtu.be/1ScxNv8RO-M?si=qaFpIaWXY7FWoofc

 

 

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra628

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