16.6 C
Zacatecas
jueves, 29 mayo, 2025
spot_img

El arte de tomar café [Parte 3]

Más Leídas

- Publicidad -

Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARIN •

La Gualdra 628 / Río de palabras / Café

- Publicidad -

 

 

Recuerdos de infancia atesorados en un café de olla…

Paseaba por callejones desconocidos de un pueblo desconocido y encontré una pequeña fonda que atendía una señora inmensamente gorda y amable. El aroma del café me atrajo. Pedí una orden de tacos y café de olla; en realidad era lo único que había. En cuanto probé la bebida bien caliente, sus notas exactas y perfectamente equilibradas de piloncillo, canela y clavo, pude redescubrir de golpe mi infancia en casa de mi abuela materna, Manuela Marin Guerrero, en un rancho de Zacatecas. Jugar con la pandilla, las primeras travesuras con la prima Licha, el rostro severo de mi abuela –sus líneas de expresión como líneas del mundo en la cartografía del rostro.

Al embalsamar un cadáver, los antiguos egipcios dejaban dentro el corazón y desechaban el cerebro porque creían que aquél era el órgano de la memoria. La memoria articula las vivencias como fragmentos de una vida hecha y deshecha en jirones. Urdimbre de recuerdos, anécdotas, visiones y afectos entretejidos con dolor, palabras, silencios y caricias de tiempo. Ahora que la memoria es cada vez más precaria e infravalorada, cultivarla materializa el pasado como presente, infinito, inmemorial. En un ejercicio de asociación libre, eso me acontecía al saborear el fondo de la taza. La memoria de infancia resguarda una segunda posibilidad de rehacer la experiencia del tiempo vivido. Lo realmente vivido no existe sino a través del filtro de la interpretación subjetiva de una memoria frágil y evanescente. Entramado complejo y caótico, la memoria adquiere significados polisémicos, como si se tratase de cámaras secretas para acceder a un centro vacío constantemente resemantizado. Como el poso de la borra del café, el poso de la memoria es un sin fondo que de forma incesante y caleidoscópica se está configurando y figurando por medio de una serie de sensaciones e imágenes.

El paraíso de la infancia existe como tierra prometida en el exilio eterno de la edad adulta. Decir memoria nostálgica es un ripio ya gastado. La memoria de infancia: reconstrucción activa y selectiva de un rompecabezas que cobra forma a través de la imaginación onírica. Memoria en tránsito, la infancia al ser rememorada despliega un cúmulo de vivencias como videncias. En esas notas de café de olla se me había revelado, de golpe, el ritmo de una música secreta que oí desde que tengo uso de memoria; fotograma sonoro objetivado.

Todo estaba ahí, lágrimas de felicidad asomaron a mi rostro cuando recordé, la vieja cocina de rancho y su aroma a hierbabuena y tierra mojada con rocío de la mañana. En el fondo de una taza se puede almacenar una pócima milagrosa para acceder a la infancia entera.

 

Eureka: un buen café para despertar a las musas

Fuente de inspiración y vehículo de idónea transpiración, el café no sólo es una de las bebidas más populares del mundo, sino que en todas las ciudades modernas hoy se puede degustar un buen café. Escritores y artistas conocidos y desconocidos han frecuentado cafés famosos y también no famosos y siguen haciéndolo. Algunos cafés han pasado a la historia universal, otros apenas se mencionan, pero en todo caso, los establecimientos de café se han consolidado como centros socioculturales de intercambio de ideas, encuentros personales y conspiraciones de revuelta e insurrección.

El siglo XVIII, siglo de la Ilustración o las luces, resulta inseparable del consumo masivo del café y la diseminación de establecimientos para su consumo. A tal grado que el famoso historiador francés Jules Michelet consideraba al café como inspirador del siglo de las luces. Diderot, Voltaire y Rousseau contemplaron en el fondo negro de su elíxir el advenimiento de una nueva era para la humanidad. Con la llegada del cultivo del café a las colonias europeas en América también arribaron ideas de libertad e independencia. No cabe duda de que muchas luchas insurgentes por la autonomía de los estados-naciones de América se produjeron bajo el influjo del café bajo lámparas mortecinas de conspiración clandestina. A fines del siglo XVIII, la querella entre nativos de América del Norte y británicos tuvo en la adopción del café frente al té inglés un estandarte revolucionario. Bach, Beethoven y Verdi, entre otros grandes músicos; Goethe, Balzac, Zola y una pléyade escritores, fueron grandes consumidores de café.

Tratados y apologías del café suelen citar el poema: “Negro como el diablo / Caliente como el Infierno / Puro como un ángel / Dulce como el amor” que se atribuye al experto en diplomacia y espionaje Charles Maurice de Talleyrand-Périgord. En grandes personajes, el café aparece como poderoso estimulante y acicate para la creación, incluso en sus detractores no deja de ser un tema para dilucidar. El poeta palestino Mahmoud Darwish, en Una memoria para el olvido describe las potencias narcóticas de ensoñación de la cafeína en estado puro.

Grandes escritores como Karen Blixen, Kafka, Gabriel García Márquez, Pessoa y Kavafis han escrito bajo el influjo del café, y también otros han abjurado de su hechizo. Combustibles de creación: el café, el vino, los cigarros, la drogas, el éxtasis, entre otras vías, han forjado grandes obras. Como todos los alcohólicos cuando ya no pueden, se vuelven en contra de la bebida, recordemos las invectivas de Cioran sobre la cafeína cuando se le prohibió su consumo, durísimas diatribas contra el café por su hiperlucidez impostada y enervante. Del inconveniente de haber nacido nos cuenta que “Desde hace años sin café, sin alcohol, sin tabaco. Por fortuna ahí está la ansiedad, base de la existencia, que reemplaza con provecho a los más fuertes excitantes” (139). También nos recuerda a un conocido, para quien beber café era la única razón de la existencia: “un día que le hablaba de los méritos del budismo, me respondió: el Nirvana, de acuerdo, pero con café. Concluye que todos tenemos alguna manía que nos impide aceptar la dicha suprema: el autosabotaje es profesión humana por excelencia (Ese maldito yo 72). Y justo ahí, en el café, más que en ninguna otra parte, advierte el último delicado –a juicio de Borges, no se puede hablar ya sino con Dios.

El café posibilita ese ocio creador decadente cuyo refinamiento permite el aburrimiento, el suicidio o el vituperio. Todo resulta del aprendizaje, incluso las experiencias esenciales limítrofes se desencadenan mediante lecturas, conversaciones y ociosidad. Y el café es uno de los lugares privilegiados para invocar la presencia de las musas. Al igual que el insomnio y la obsesión por la muerte, mantiene el espíritu despierto y aligera la pesadez de la existencia.

Un buen café, en horas de duermevela intensa, atisba el ocio creador y auspicia el advenimiento de ideas e intuiciones. El insomnio y el café estimulan el frenesí de la angustia y el vacío existencial, pero también el acicate para la elucubración y el ingenio. Crear es obra de desajuste y desmarcaje consustanciales a la propia existencia. La irrealidad del mundo queda, provisionalmente, atemperada en la realidad de la obra creadora.

 

 

[Continuará]

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra628

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -