- Historia y poder
De sorpresa, pues saber que un hijo del célebre Juan Cabezón, grumete que iba en la nave Santa María acompañando al célebre Cristóbal Colón en su primer viaje en busca del nuevo mundo, a los pocos años llegó a Zacatecas un hijo de él, Juan de Flandes, una especie de hippie franciscano de hace casi 500 años que en Zacatecas buscó la soledad de las montañas para asirse a la búsqueda de la luz en medio de grandes desastres iniciados.
Ahí vio cómo cientos de niños indígenas zacatecos-quizás miles- eran vendidos como esclavos, a mercaderes españoles y como eran empleados en las peores de las tareas que un humano pudiera hacer, Juan de Flandes, de unos 30 años de edad -su propio padre, que aún vivía-, le advirtió no fuese a estas tierras del peligro donde los indígenas eran tan belicosos que les llamaban “perros locos e hijos de perros”.
Pero Juan de Flandes buscaba la reconvención de su alma tal y como los santos y en medio de homicidios entre los mismos aventureros españoles ansiosos de metal, ya sin asombrarse por la muerte masiva de muchos por las epidemias de la peste, dicen los historiadores maestros, que “se apostó primero en el cerro de la Bufa donde reinaban extrañan luces” y el maestro Elías Amador que se fue”a unas 20 leguas de la ciudad” , simil con el “Monge dormido del pico de Teira de Mazapil”, a buscar la paz y a comer “yerbas y raíces” durmiendo en la intemperie con los fríos más aterradores que en años se pudieran sentir.
Sus paisanos lo miraban con extrañeza, el mismo capital Juan de Tolosa, Cristóbal de Oñate, aviesos fundadores de nuestra ciudad le advertían: “no vayas donde los indios que son muy belicosos” pero extrañamente ninguno de los indios lo atacaba, menos lo molestaba.
Así se ilustra cómo nuestra ciudad y algunos de los municipios mineros (Mazapil, Sombrerete, Fresnillo, etc.) eran visitados por los más extraños y singulares conquistadores del viejo mundo: los lusitanos de una Portugal sedienta de riquezas, sevillanos, vascos y una gran gama de otros países en la que había de todo: barberos, marineros, comendadores, verdugos, mercaderes, hijos de la aventura y la lógica de la época: crímenes son del tiempo que no de España.
Veneración pública la de nunca terminar de saciarse de las riquezas de la tierra, así, el nacimiento de nuestras ciudades se vio expuesta a todo tipo de personajes y situaciones que nombraron lo insólito: el calvario de los nuevos cronistas, no era la búsqueda de la famosa manta santa de Turín en las tierras mágicas de la américa, ni las nuevas cartografías que se habrían de diseñarse a costa de la tinta sangre de unos y otros, sino el poblamiento de las nacientes ciudades con el código del horror que antes las cartas de navegación vislumbraban: los reinos opulentos del metal que brilla y vuelve locos a los hombres en sus alegorías.
Juan de Flandes, con un humilde sayal como vestimenta, en su celda construida por el mismo, era consultado por innumerables aventureros españoles que ansiaban descubrir minas y le pedían consejos de cómo eran los “temibles zacatecos y guachacholes” y él les señalaba que “eran hijos de dios” pero que había que temerle, siempre en ayuno, Juan se enfrentó a “un temible demonio de las montañas” a quienes tanto naturales como sus paisanos le temían, él intentaba refrenar con su doctrina cristiana y sus oraciones en voz alta, al célebre Carapango, hijo de guamare y guachichila, -con quien solía beber peyote junto a la mujer de este- y que era considerado uno de los más aguerridos asesinos de talla nunca antes conocida.
Carapango había dejado “tiesos a 40 tamemes” que iban con un mercader a Zacatecas, su fama era de verdad más temible que la de los otros caciques como Macolia, Machicab, Gualiname, Moquimahal, Acuaname, Juan Tenso y Juan Vaquero ( ancestrode mi hijo por lado materno) Nacolalame y otros quienes en sus sucesivas escaramuzas “arrasaban poblados y estancias, quemando edificios, matando a sus residentes y robando carretas, mujeres y oro” y finalmente carapango fue detenido y ahorcado, a sus seguidores le fueron cortados los pulgares. Pronto la mujer de Carapango se refugió en la celda montañosa de Flandes y tuvo contacto carnal con él, del que nacería un hijo, a lo que Juan se horrorizó por “haber caído en la tentación”.
Tiempo después huiría de Zacatecas y se supo murió en una estancia religiosa de Santa Fe en Tlatelolco. Pero su leyenda, su fama, quedaría pues como un regalo colombino en estas tierras prodigiosas. ■