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viernes, 19 abril, 2024
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Juan Manuel la Rosa y el precipicio

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Por: Pablo Emiliano de la Rosa​ •

La Gualdra 498 / Camino de jade y azul / Arte

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Durante el último año y medio hubo un sueño que rondaba en la mente de mi padre: el mural en cerámica Camino de jade y azul. Sabía que podría ser su obra más importante y tal como sucedió con todo su trabajo artístico a lo largo de su vida, este proyecto fue el que le dio sentido a esos meses y días.

Hay una frase que él repetía: “La creatividad surge al borde del precipicio”. Define cómo vivió toda su vida, sin fórmulas ni ataduras, nada estaba escrito. Así cada día sería una tabula rasa, literalmente, un lienzo en blanco. Solo así cada obra podría ser verdaderamente una búsqueda: sondear en la profundidad de la sensibilidad humana, sumergirse y rascar en el fondo de la existencia para traer de regreso un dibujo, una pintura al óleo o una cerámica, como rastro de esa exploración.

Así también podría vivir una vida plena. Maravillarse con un sabor nuevo, viajar a otras partes y descubrir cómo se llenan allá los días, ver la vida siempre con curiosidad, maravillarse incluso de estar vivo. Pero todo tiene su precio y en este caso el precio de esa plenitud es la incertidumbre. “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti”, dice Friederich Nietzche. El precipicio es un espejo: nos devuelve una imagen descarnada de nosotros mismos, pero a cambio de eso nos da la libertad.

¿Cuánto tiempo tardó en hacer su última obra, Camino de jade y azul? Poco menos de una hora, si pensamos en el tiempo que tardó en dibujar sobre las placas de barro para que después la ceramista Karina Luna las llevara a sus grandes dimensiones… Año y medio, si pensamos en el tiempo en el que estuvo trabajando en el proyecto, haciendo bocetos, pruebas, investigando materiales… O casi 76 años: todos los que vivió, desde que se atrevió a pintar con un carbón las paredes de su casa –su madre nunca permitió que borraran esas grafías–, decidió ser pintor y viajó por el mundo en búsqueda de su propio lenguaje.

Mi padre sabía perfectamente a lo que se enfrentaba, así el Camino de jade y azul adquirió pronto otra dimensión. Por eso el rigor y la exigencia, desde el conocimiento de su cuerpo y sus límites, la invocación de toda la fuerza creativa que le restaba para que en ese último gesto pudiera dejar plasmado, con la mayor libertad, lo más esencial de su lenguaje.

“La creatividad surge al borde del precipicio”. ¿Y qué mayor precipicio hay que el que separa la muerte de la vida? Al igual que las manos plasmadas en las cuevas de Lascaux o de Altamira que tanto le intrigaban, algo debe permanecer: “Aquí quedo yo, esto es lo que tengo que decir, existí y tuve curiosidad del mundo”. Ese gesto, ese trazo esencial sobre el barro como una última exhalación artística, es el triunfo de la vida.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_498

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