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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Una palabra que caracteriza el estado en que mantiene a las sociedades humanas el coronavirus es: “incertidumbre”. Dada la novedad y versatilidad del virus poco se sabía de este en 2020, y cualquier política pública estaba destinada, con alta probabilidad, al fracaso. Como aconteció en México, donde falló el pronóstico de un “estado catastrófico” con un máximo de 60 mil decesos. Hoy (17/05/2021) se reconocen oficialmente 220 mil muertos, más extraoficialmente otros tantos. Debido a causas no del todo establecidas (uso generalizado del barbijo, las vacunas, el clima, las medidas de aislamiento) existe un decaimiento del número de infectados en las semanas recientes, como lo hubo también durante 2020 a partir de julio. Los modelos teóricos de las epidemias suelen tener soluciones oscilatorias, así que no sería raro que por lo pronto el proceso haya entrado en un “valle”, después de haber estado en una “cresta”. Pese a todo, existe ya más información respecto a los vectores de contagio, por lo que es posible delinear una serie de medidas que permitirían paliar el advenimiento de otra ola de la enfermedad. Esto resulta relevante porque, por motivos inescrutables, los gobernantes han decidido poner en marcha el viejo modelo concentracionario de la educación presencial. Así que antes de amontonar gente en edificios sin ventilación, agua o drenaje, conviene repasar lo que sí se sabe, más o menos a ciencia cierta, del proceso de contagio. Existen tres vías bien reconocidas y documentadas de contagio: por contacto directo con superficies contaminadas, por respiración de gotas de tamaño “grande” (o visibles) y por intermedio de gotas microscópicas (de 1 a 4 micrometros). Véase, para un buen resumen: J. W. Tang et al. (2021) “Dismantling myths on the airborne transmisión of severe acute respiratory syndrome coronavirus-2 (SARS-Cov-2)” Journal of Hospital Infection Vol. 110, p. 89-96. Por razones de espacio se citará solo al primer autor. En un salón de clases, si el docente está contaminado, las gotas que expele durante sus discursos son el medio de transmisión del virus. Según los modelos númericos de Mashasi Yamawaka et. al. (en “Computationalinvestigation of prolonged airborne dispersión of novel coronavirus-laden droplets” Journal of Aerosol Science, Vol. 155 (2021)) un docente dispersa alrededor de 10,900 micro gotas cargadas de coronavirus en 90 minutos. Si hay poca ventilación el riesgo de transmisión es alto. ¿Qué es poca ventilación? Un flujo de salida del aire de la habitación menor a 8.6 cm/seg. Los autores calculan que a los 15 minutos de exhalados los virus permanece un 40 % de estos suspendidos, por lo que todavía es posible el contagio. Proponen que una distancia mínima de 5.5 metros, junto a la ventilación y el uso de barbijo, reducen considerablemente la probabilidad de contagio. Ahora bien, en el artículo de Siyao Shao et. al. (“Risk assessment of airborne transmission ofCovid-19 by asymptomatic individuals under differentepractical settings” Journal of Aerosol Science” Vol. 151 (2021)) se realizan simulaciones númericas y mediciones in situ para establecer el riesgo de contagio en salones de clases, elevadores y supermercados por causa de individuos asintomáticos. Sus conclusiones son simples. Entre cada nueve emisores asintomáticos existe un “súper emisor” es decir, uno que emite una gran densidad de gotas al aire. La mala calidad de la ventilación puede propiciar los contagios y no evitarlos, porque se forman zonas de alta concentración de gotas contaminadas, así como superficies con alta densidad de virus. Por tanto, las sugerencias consisten en incrementar el número de ventiladores, y los sitios de ventilación (ventanas), para evitar los flujos estables de aire, así como no concentrar a las personas en espacios reducidos para que no se formen sitios de alta concentración de gotas infectadas. Asimismo, se sugiere el uso de mascarilla. Para medir la concentración de coronavirus en el ambiente se utiliza un medidor de dióxido de carbono, ya que este es un subproducto de la respiración y acompaña las gotas exhaladas. Así, pues, si se consulta le literatura científica periódica se pueden obtener una serie de medidas que deben implementarse ante la decisión de concentrar a las personas en espacios reducidos, como lo son los salones de clase. Si las autoridades universitarias pretenden reabrir los edificios para continuar con el modelo concentracionario de la educación, no estaría mal que comenzarán a presupuestar medidores de dióxido de carbono para cada salón de clases, así como adecuados sistemas de ventilación y abundante gel y barbijos para los docentes. Si bien la mayoría del personal está o estará vacunado, los alumnos no, por lo que sin ninguna duda habrá contagios, así que es obligación de las autoridades establecer medidas de seguridad para garantizar el mínimo de riesgo en las instalaciones de la universidad. De otro modo las suspensiones de clase por falta de agua, por infecciones o ausencias de docentes debido a enfermedad volverán el proceso de aprendizaje una enervante comedia de desatinos. ¿Y dónde queda el sindicato? En la clausula 50 se fija la constitución de una comisión de higiene y seguridad con las funciones de identificar, prevenir y difundir lo relativo a riesgos de trabajo, así como de compensar a quienes trabajen en lugares insalubres. Debería comenzar a existir, o quizá posponer todo hasta 2022. ■

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