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viernes, 19 abril, 2024
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Gracias, Dolores

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Por: Tere Velázquez Navarrete •

La Gualdra 474 / Literatura / Dolores Castro 98 Años

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Dolores Castro cumple hoy 98 años. Es una mujer que no ha dejado de crecer. Dolores tiene planes. Sabe que es cosa dura ser. Quiere ser siempre espíritu y materia, vida perdurable. Volverá a escribir.

Y confiesa, sentada en la sala-biblioteca de su casa: “Me han sucedido dos tragedias: una, que la pandemia me ha hecho vivir entre cuatro paredes. Y, otra, que ya no puedo leer porque la vista me falla muchísimo”.

Se sabe fuerte. No se arredra ante circunstancias adversas y confiesa: “Me festejo viviendo”. Mantiene dos talleres literarios a distancia. Ha sido luz en el camino de poetas, les ha buscado claridades con generosidad. Madre de siete y de muchos más en las letras, promete que habrá otro libro. Y de verdad lo necesitamos.

La conversación fluye, entre un viento que trae aromas de la lima y el limón; mientras mece al naranjo que tiene en su jardín, adornado incomparablemente por la colorida buganvilia, que tantas emociones vitales y sueños le implican: “Tiene que haber un libro siguiente. Por eso quiero salir con bien de este encierro. Hay que abrirse a todo, a las emociones para hacer poesía. Yo estoy muy dispuesta”.

Hablar con Dolores Castro es ganar tiempo, llenarse de energía y alegría para entender el valor de la naturaleza y de respirar y de saberla bien. Leerla y escucharla ilumina la conciencia, revive la esperanza.

Dolores niña

“Es morenita. Tiene los ojos muy vivos”, dijo su mamá, al verla por vez primera. “Mira a Lolita: arrima una silla chiquita a la ventana, se sienta y se está quieta, quieta, mirando”, dijo su tía. Desde pequeña aprendió a contemplar, a vivir y a soñar; a comprender la importancia de la naturaleza y de la realidad de un país que la vio nacer en 1923 en Aguascalientes y de 40 días llegar a Zacatecas, un estado al que ama profundamente. Su mirada y su corazón están llenos de su cielo hondo, de tantos azules y de su tierra colorada. Aquí están sus recuerdos, sus pedazos, por los que vuelve una y otra vez.

Desde niña, oía cómo en febrero llegaba el aire y se metía por las rendijas y cantaba. “Yo de Zacatecas guardo mis primeros recuerdos y los últimos y en estos días recuerdo mucho mi niñez”.

Una niñez que se acompañó del olor a sangre revolucionaria y cristera, de mucha violencia, lucha y hambre. Vivió siempre cerca de una biblioteca. Su padre Ignacio Castro Carrillo, fue maestro del Instituto Científico y Literario, agente del ministerio público y, en un tiempo, Secretario de Gobierno de Zacatecas; llevaba sus libros a donde fueran y ahí se refugió Lolita. En Zacatecas aprendió a leer y a escribir. Se interesó pronto por los cuentos y las aventuras.

Lectora voraz, después sabría que podría escribir por haber leído tanto. “Sin lectura no puede haber escritura”. Y su padre, irónico como era, le advirtió que ni escribiera, porque “las mujeres son muy cursis”. El tiempo no le daría la razón a don Ignacio. La poesía, la novela, los guiones, la intensidad en toda la obra de su hija, lo desmienten.

 

“El fulgor en el baño del cenzontle
un sacudir de gotas irisadas
entre las pardas plumas,
eso dura la infancia.
Después queda la jaula,
después las cuatrocientas
voces del alma
por los cuatro horizontes separadas.
El incienso azulea, se levanta,
y se acercan las sombras,
y se agrandan”.

 

 

Dolores joven

Compañera de Rosario Castellanos desde tercero de secundaria, amigas entrañables desde la adolescencia, les unió para siempre la nostalgia por la provincia. “Ella de Comitán y yo de Zacatecas”.

Dolores y Rosario escribieron y se revisaron mutuamente sus creaciones; cantaron juntas a Guty Cárdenas y a Ricardo Palmerín. Leyeron a otras mujeres: Concha Urquiza, Enriqueta Ochoa, Margarita Paz Paredes, Margarita Michelena, Griselda Álvarez. Siempre atrevidas, fueron quizá de las primeras mujeres que leyeron “La sangre devota” de Ramón López Velarde. Lo hicieron estando en la preparatoria; viajaron juntas a España en tiempos del franquismo, ante el estupor de León Felipe y de otros poetas. Pero ellas necesitaban conocer, contemplar, seguir soñando en la emoción de vivir para crear, y crearon.

Dolores Castro sigue siendo joven a los 98 años. “Una nunca envejece en el espíritu. Se necesita mucho para que la gente se sienta mal siendo vieja. Yo, por ejemplo, no vivo pensando en que ya me voy a morir. Eso no importa porque lo que quiero es vivir. Cada día abro los ojos y doy gracias de estar viva, aunque haya pasado una noche oscura”.

 

Dolores siempre

Con la emoción de vivir acompañándola siempre, Dolores Castro se muestra vigorosa: “Soy fuerte, por eso voy a vivir tanto. Solo me hace falta ir a Zacatecas para volver a escribir”. Y cantó de alegría: “Vinieron en tardes serenas de estío, cruzando los aires con vuelo veloz, en tibios saleros formaron sus nidos, sus nidos formaron piando de amor”. Dolores canta en las puestas de sol, les canta a los árboles, a las flores, a la vida, porque “el espíritu nunca envejece. Es muy breve la experiencia de una sola vida, aunque sea de 98 años”.

“Quiero disfrutar cada instante, en el presente, porque si lo vivimos bien, es un futuro con esperanza”. Su palabra sigue siendo fuerte, franca y emocionada. Dolores, como decía al principio, no ha dejado de crecer. La claridad de su poesía y de su mirada nos ayuda a seguir queriendo a nuestro país, aunque nos duela.

“Hoy somos víctimas del terror y del miedo, víctimas de pensar en un futuro que no promete y nos asusta”. Y aunque considera difícil digerir lo que estamos viviendo, puede ver también esperanza: “Siempre la esperanza es una de las virtudes que me parecen más hermosas. Es de tal modo, que a veces me falla la fe, pero no la esperanza. Sobre esto quiero escribir en el futuro”.

Y escribirá, porque hace falta humanizarnos y su palabra tiene ese poder. Porque su voz es autoridad y es luz. “Hay que escribir con un pie en la realidad y no abandonar el sueño. Saber que entre la realidad y el sueño existe un puente que es la imaginación. Si desaparece la realidad y queda solo el puente y la imaginación, estaremos listos para ir al manicomio. Si en cambio desaparece la capacidad de imaginar y soñar, la vida se vuelve insoportable. Creo que un poeta está entre la realidad y el sueño con absoluta necesidad de no olvidar ni una ni otro y, dentro del límite pequeño que es el puente, decir su verdad”.

Dolores Castro no quita el dedo del renglón. Su vocación es imaginar, soñar, escribir; percibir al mundo desde la sensibilidad y con inteligencia. “Sensibilidad e inteligencia son indispensables para escribir poesía. Los razonamientos son anteriores; la sensibilidad debe estar presente en el momento de la contemplación, cuando se vive, cuando se expresa, cuando se corrige la expresión para decirlo de una manera más clara y más verdadera”.

Emoción y lenguaje son la fórmula. “La poesía sirve para conocer al ser pensante y sensitivo. Se conoce mejor el mundo en lo entrañable, en lo mágico, en lo maravilloso”.

Dolores Castro seguirá escribiendo la verdad de su vida, aquella que pudo entrever a través de la maravilla que es la palabra humana. Seguirá diciendo lo que le duele al aire, con el corazón transfigurado, con todas las puertas, mientras la tierra está sonando, desde un viento quebrado; gracias, Dolores Castro:

 

En espera, tendida como hierba que apresura su flor en la sequía, oigo el viento quebrado, el espiral, la seña. Quiero decir ahora, que yo amo la vida: que si me voy sin flor, que si no he dado fruto en la sequía, no es por falta de amor. Quiero decir que he amado los días de sol, las noches, los árboles, el viento, la llovizna”.

 

 

  

 

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