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jueves, 28 marzo, 2024
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Reflexionar la práctica pedagógica: una alternativa para innovarla

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Por: RAMIRO ESPINO DE LARA •

A la innovación se le mata diciendo
que SÍ. Casi nadie sabe decir que NO.

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En la sociedad actual, el ser pensante –no sé si humano-, se envuelve en discursos donde trata de dar orden a los pensamientos, el común denominador de esos discursos es el que nos encontramos en una sociedad dinámica, cambiante y transformadora. Para el caso particular de la práctica pedagógica del docente, necesariamente debe dimensionarse de manera diferente a la tradicional, es el propio maestro quien debe configurarla de acuerdo a sus propios conocimientos, a la manera de cómo interactúa con los educandos y, a los diagnósticos que realice para que problematice su propia práctica y le pueda generar así las alternativas pertinentes. Se requiere pues, que el docente sienta la necesidad de innovar –no en el sentido de algo nuevo, sino de algo novedoso-, ello implica que él mismo tome decisiones que sean consecuencia de la reflexión propia y colectiva, del criterio personal y las prioridades.

El proceso de innovación pedagógica, requiere, que en un primer momento, el docente se decida a innovar; la vía para ello sería el análisis e investigación de su propia práctica, esto le permitirá el dejar de ser consumidor de contenidos curriculares para convertirse en un docente que reflexione y contextualice las decisiones que tome. Lo que institucionalmente se vende como innovación, no es otra cosa más que una perversa manera de comercializar la educación, la lógica es simple y malintencionada; se toman decisiones institucionales y se aplican como ley. Las decisiones que se toman a nivel central y se aplican a pie juntillas en los diferentes contextos sociales, a lo único que llevan es a discapacitar la capacidad cognitiva de los alumnos, a adiestrarles la memoria y, a formatear a los educandos; por ello, aquella aseveración de que prácticas pedagógicas iguales a desiguales, propicia desigualdades. En sí, el único facultado para decidir qué y cómo innova su práctica, es el docente mismo.

El problema es que de siempre, la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha vendido la idea de que el fin último de la educación son los aprendizajes, a partir de ese erróneo postulado, han sometido al docente a una dinámica tal que los hacen que cambien para no cambiar, además, les hacen saber que los paradigmas teórico-pedagógicos les servirán de guía para que ejerzan su práctica profesional, ¿de qué manera?, ¿generando la cultura de que hay que llevar la teoría a la práctica? Reitero, estamos cambiando mucho para no cambiar nada, ante tal aberración, se requiere que el docente sea autónomo y decida qué es lo que quiere cambiar y, que él mismo diseñe las estrategias necesarias para que así, pueda generar las condiciones para innovar su propia práctica.

El análisis, la reflexión y la crítica del docente, lo conducirán por la vía de la innovación para la profesionalización de su práctica, no es posible que le diseñen y le digan cómo debe ejercer su profesión. Cierto es que la innovación pedagógica requiere, en un primer momento, referenciarse y contextualizarse desde una perspectiva individual, sin embargo, es necesario colectivizarla para que, se establezcan dinámicas educativas que rompan con la verticalidad y unilateralidad; así se evitaría la engorrosa burocratización que, a lo único que lleva es a la simulación y autocomplacencia. De esta manera es como se coarta la iniciativa de los docentes, evitando así que transiten hacia dimensiones innovadoras.

El uso de las diferentes tecnologías en el ámbito educativo, no garantiza la innovación ya que se encuentran contaminadas de procesos que no apoyan como se debiera a maestros y alumnos, por lo general este tipo de tecnologías solo les adiestran la memoria y entorpecen los procesos cognitivos. Podría decirse que la innovación en educación es una tarea pendiente no tanto del sistema educativo como tal, sino de los docentes que se encuentren decididos a salir de su zona de confort; la innovación puede hacer posible lo imposible, lleva a los docentes a la profesionalización, a la adopción de posturas y actitudes indagatorias y, a investigar su propia práctica. Todo esto conducirá tanto a docentes como a alumnos a construir conocimiento desde una perspectiva cíclica, en espiral y ascendente.

Cuando la innovación se convierte en parte esencial del docente, implícitamente desarrolla habilidades investigadoras, incursionaría en una reflexión sistemática e intencionada de su propia práctica. Se requieren ideas nueves y creativas para garantizar así la toma de decisiones menos sesgadas, se reafirma también que los procesos colaborativos dentro de la innovación educativa, implican un liderazgo constructivo y diverso, garantizando así, no solo algo nuevo, sino novedoso, de calidad y con calidez, válido y valioso.

Una auténtica innovación pedagógica es la que surge desde el seno de las instituciones educativas y no la que burocráticamente se impone para convertir a los docentes en obreros de la educación –operadores de contenidos-. La innovación pedagógica necesariamente debe transformar los procesos de enseñanza y aprendizaje, y, los diferentes contextos educativos; el valor agregado de todo esto es el que se generan transformaciones significativas a los contextos y, favorece a la profesionalización del docente, convirtiéndolo en creativo y autónomo en su práctica. En sí, un docente innovador es aquel que aprende a desaprender para volver a aprender. ■

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