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2021

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Si las pandemias, la guerra o el hambre son nuevas en la historia de la humanidad. Está bien documentado en libros como “History of Epidemics in Britain” de Charles Creigthon (Frank Cass, 1965, primera edición de 1894) o en “Plagas y pueblos” de W. H, McNeill (Siglo XXI, España, 1984) que la presencia de la enfermedad es una constante histórica, cuyo paliativo general fue el confinamiento. Auténtica novedad, producto del desarrollo científico, lo son las vacunas. Más aún, la rapidez para diseñarlas es otra innovación relevante resultado del mayor conocimiento de la biología de los virus. Si este se propagó más rápido se debió a la mayor velocidad del transporte de personas a lo largo del mundo, también resultado del avance técnico. Tal transmisión, se descubrió, se lleva a cabo por intermedio de gotas de saliva que las corrientes de aire ponen en circulación en lugares cerrados o muy concurridos. Por ende, la máscara facial, barbijo o cubrebocas, es una medida útil para contener la transmisión. Esto fue reportado en la literature medica desde 1919 (véase “Droplet infection and its prevention by the face mask” George Weaver, Journal of Infectious Diseases vol. 24, #3 (1919)). Julio Frenk, y Octavio Gómez Dantés, en su artículo “Pandemia, populismo y protección planetaria” (Letras Libres, enero, 2021) aseveran que la pandemia tiene un origen antropogénico, es decir, se vincula a actividades humanas como la cría de ganado y aves de corral. También el cambio climático se vincula, en gran medida, a la actividad humana. Ilan Semo, en (“Calentamiento global: las cifras esquivas” La Jornada 26/12/2020), llamó la atención sobre los datos que indican un ensanchamiento del agujero en la capa de ozono sobre la Antártida a pesar de la disminución de los niveles de emisión de gases invernadero debido al confinamiento. Según él, esto indica que la gran narrativa del cambio climático como producto de la irresponsabilidad humana es un error, o al menos deja de funcionar como crítica al gran capital para volverse funcional al mismo. Lo que es claro porque las grandes industrias ya están listas para operar un reemplazo de todos sus productos tecnológicos. En lugar de autos de gasolina se venderán aquellos impulsados por motores eléctricos, y así sucesivamente, en una renovada orgía de consumismo planetario. Resulta claro, pues, que otro tipo de crítica hacia el capitalismo debe ser esgrimida. La pregunta, según Semo, es: ¿se puede construir un hábitat a la medida de los seres vivientes de la Tierra? Es decir, las condiciones de vida de las poblaciones de humanos, animales y plantas no son muy buenas, y el deterioro del medio ambiente no hará sino recrudecerlas, la cuestión es si se pueden mejorar. Desde una perspectiva muy general la pregunta se relaciona a la demografía: ¿se puede construir una sociedad de consumo, a nivel planetario, para 8 o 9 o 10 mil millones de seres humanos a la vez que se respetan los ecosistemas? Una respuesta clásica es la de Malthus, Ricardo y la economía política clásica: no se puede. Su variante es la de otro economista clásico: sí se puede, pero en una sociedad poscapitalista porque el capitalismo es inherentemente conflictivo, inestable e indigno para el ser humano y el planeta. Veamos unos números. Desde el año 10 mil antes de Cristo hasta 1800 la población se mantuvo menor a mil millones, a partir de 1950 crece a razón de mil millones cada 20 años y continúa acelerándose. ¿Por qué ocurrió esto? La condición necesaria fue el desarrollo de la síntesis catalítica del amoniaco (NH3) por Fritz Haber, junto a la posterior producción industrial de nitratos por Carl Bosch, lo que permitió la generación indefinida de abono para las plantas. Incluso, Haber, en sus últimos días de vagabundo por la Europa en guerra, especuló que la población humana debe crecer porque la producción artificial de abono constituyó un ambiente propicio para el desarrollo vegetal ilimitado. Condiciones adicionales para el advenimiento del antropoceno fueron las vacunas y la mejora en el manejo de las pandemias, así como el capitalismo, cuyo objetivo de producir mercancías para la ganancia se desenvuelve mejor en un ambiente de súperpoblación: mercados más grandes implican una ganancia más vasta. Si las cosas fueron así, si las invenciones científicas surgieron de manera contingente a lo largo del desarrollo histórico, lo que se debe abandonar es la idea de una historia dirigida por leyes deterministas: la agencia humana induce eventos aleatorios de enormes consecuencias, es decir, el proceso histórico es caótico. Aún así las recomendaciones de política publica parecen llevar a la conclusión opuesta: si se mejoran las condiciones de cría de animales se reducirán los procesos de transmisión de virus de animales a humanos. Sin estar en contra de humanizar los mataderos, o los sistemas de salud pública, se puede aseverar con certeza que las pandemias y otros sucesos imprevistos, seguirán ocurriendo de manera imprevista porque el desarrollo de nuevos procesos e inventos cambiará las condiciones presentes de manera imprevisible. ¿Qué puede hacer un gobierno ante esto? Orientarse científicamente, desarrollar modelos para el manejo de situaciones altamente improbables en ambientes inciertos. Claro está, rezar es otra posibilidad. ■

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