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viernes, 19 abril, 2024
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Maestro: esta navidad olvida las tareas, tus alumnos te lo agradecerán

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Por: Víctor Manuel Fernández Andrade •

Un año después de la aparición del nuevo Coronavirus la humanidad enfrenta un flagelo que lo ha puesto todo de cabeza, la peste sometió a prueba nuestras certezas y alteró profundamente la manera en que habitamos el mundo. A causa de la pandemia los seres humanos trabajamos de otra manera, los vínculos sociales se han restringido, la escuela, la convivencia, el esparcimiento y la vida en general son diferentes.

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La educación mexicana ha sido fuertemente afectada por el SARS- CoV-2. Ante el riesgo de contagio masivo las autoridades de salud en coordinación con la Secretaría de Educación Pública ordenaron el cierre de escuelas a partir del 20 de abril pasado, más de 30 millones de estudiantes de instituciones de educación básica y media superior tuvieron que recurrir a la educación a distancia para continuar sus trayectos formativos.

El cierre de las escuelas ha traído enormes dilemas para maestros, alumnos y padres de familia, la tarea de enseñar se ha tornado más compleja de lo que ya era. El éxito de la educación a distancia depende de la superación de limitaciones materiales y culturales que en México como en la mayoría de las naciones periféricas son fuertes; la falta de conectividad, la deficitaria señal de los canales de televisión que transmiten programas educativos, la pobreza de una inmensa cantidad de familias y la escasa experiencia de autoridades, profesores, alumnos y padres en la enseñanza no escolarizada han erosionado los alcances de esta experiencia obligada.

Como en otros momentos de nuestra historia educativa, la responsabilidad e inventiva de los profesores ha mantenido el trabajo escolar a flote, pero estos generosos esfuerzos no resultan suficientes para superar las adversidades. Educar a distancia obliga a repensar los objetos de enseñanza, a adaptar las metas, a alentar a los estudiantes para que desempeñen roles protagónicos en el aprendizaje y a formar maestros dispuestos a abrir cauces a la autogestión al momento de aprender.

Los vínculos de dependencia son una construcción histórica que persigue como sombra a la educación, la “pedagogía bancaria” y el aprendizaje memorístico forman parte de nuestra cultura escolar, el modelo didáctico que les subyace no ha quedado al margen en la educación pandémica. Las concepciones transmisivas están vigentes aun en la distancia y se fortalecen desde el sistema burocrático, los responsables de la vigilancia siguen pendientes de la revisión de evidencias que muestren el logro de “aprendizajes esperados”, confundidos por lo común con los productos solicitados a los estudiantes.

Los ordenadores, los teléfonos inteligentes , los receptores de televisión suponen la implantación de innovaciones educativas, pero esa presencia no parece alterar los principios de la enseñanza tradicional: uniformidad metodológica, esclerosis de los saberes y ubicación de los sujetos de la escolarización dentro de la dicotomía saber-no saber.

Viejas prácticas se han traslapado con la modernidad tecnificada, eso prueba que el uso de dispositivos digitales o aparatos sofisticados por sí mismos no garantizan la reconfiguración de la enseñanza. Bajo el influjo de tradiciones pedagógicas petrificadas el trabajo educativo a distancia suele confundirse con el consumo de tiempo en la preparación de las tareas que los profes exigen, esta idea del trabajo escolar deja de lado que lo más importante en la relación educativa es la apropiación de saberes que adquieren significado cuando se anclan en la experiencia de los alumnos.

El trabajo escolar movido por el cumplimiento de tareas deja en el olvido que los seres humanos solo aprendemos cuando nos tocan el interés y la curiosidad. Bajo el asedio de las exigencias externas en la escuela suele ignorarse que el espíritu preguntón, la búsqueda y la aventura son indisociables del desarrollo de la mente infantil; frente a la preeminencia de las tareas parecemos ignorar que los niños necesitan verlo todo, oírlo todo, tocar y manipular todo para desarrollarse.

El resultadismo y la obsesión por las manifestaciones exteriores de cumplimiento han llevado a omitir que la repetición mecánica de interminables tareas no produce ningún beneficio al conocimiento y que por el contrario, empobrece el raciocinio, anula la curiosidad, inhibe el desarrollo de capacidades intelectuales complejas, degrada la imaginación y hasta deforma los órganos de locomoción. Desde Comenio sabemos que no hay aprendizaje donde no hay interés, no lo hay en mentes que no indagan, no se aprende en el aburrimiento ni en la indiferencia; para que aprendan los alumnos necesitan interactuar con las cosas de su mundo, hurgar, compartir inquietudes e intercambiar hallazgos.

Si ya entendemos que el aprendizaje está ligado al asombro, a la sorpresa frente a los propios descubrimientos, al gozo de lo inventado, a la libertad, a la autonomía, a la independencia, ¿Para qué atormentamos a los niños con horas de ejercicios recurrentes? ¿Valen la pena unas vacaciones en cautiverio y con trabajos forzados? ¿No será suficiente calamidad esta pandemia horrenda? Guardemos las mil tareas, ayudemos a los niños a ser felices este receso navideño.

¡ A vacacionar niños, maestros y papás, aunque sea en sus casas!

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