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viernes, 29 marzo, 2024
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Cuento Político de Navidad

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Erase una vez un pueblo feliz integrado por gente buena pero gobernado por personas nefastas que cada que podían, cargaban sobre las espaldas del colectivo, pesadas cargas que provocaban detrimento en su calidad de vida; solo unos pocos vivían a sus anchas, con derroches y privilegios que garantizaban a varios de sus descendientes, una herencia de abundancia y prosperidad casi eterna; la perversidad era tal, que preferían compartir la enorme riqueza que generaba su tierra con otras personas nacidas en otros reinos, todo ello, con la finalidad de mantener ese estatus que garantizaba su permanencia en la cúspide del poder. La fórmula implementada era simple: jugar con el hambre y la ignorancia de la mayoría y, en ese intento, renunciaron a convertirse en potencia mundial demoliendo los muros que les daban identidad, así, sentenciaron al olvido a sus pueblos originarios y legitimaron la explotación de sus recursos naturales a cambio de nada, solapando contaminación, muerte y enfermedades, incluso, nombraron calles y plazuelas con los apelativos de aquellos que siglo tras siglo se hicieron ricos más allá del océano, gracias a la insolencia de los empoderados. El otrora dichoso pueblo fue mermado en su esperanza; muchos perecieron en la intención de derrocar al grupo de las calamidades apoyado por la legión de foráneos y de distracciones divinas impuestas a modo. El gran país fue a menos y, cuando el hambre y la ignorancia no fueron suficientes para controlar las aspiraciones de un cambio profundo, inventaron una estrategia todavía más contundente: el miedo; de tal suerte, los del poder permanente se aliaron con oscuras fuerzas a las que protegían y disfrazaban con uniformes afirmando que eran las salvadoras del pueblo solo que algunos, se convirtieron en saqueadores nocturnos que secuestraban, cortaban cabezas y asesinaban por distintos intereses. La gente empezó a abandonar sus comunidades, muchas familias se dividieron y nunca más volvieron a reunirse, así las cosas, los que se fueron mandaron dinero a sus madres, esposas e hijos, de paso, los pudientes tuvieron la desfachatez de pedirles recursos para construir escuelas y pavimentar los caminos polvorientos y olvidados que ellos mismos engendraron ante la insultante falta de oportunidades y el crecimiento cero de la economía El círculo era virtuoso, más pobreza, más migración, más dinero de regreso. Los sistemas jurídicos fueron corrompidos y, en sus sistemas carcelarios había muchos inocentes mientras que las grandes ratas se vanagloriaban en otros reinos con el dinero hurtado a la gente, sintiéndose triunfadores y de mucha categoría. Ante el efímero éxito, los esquemas fueron reproducidos en otros órdenes, pues los que llegaban a cualquier ámbito de poder, querían permanecer ahí para siempre como si fueran eternos, como si su apolillada carne reviviera con los éxitos políticos, muchas veces arrancados por la fuerza y el engaño. En este pueblo, quedó claro que cualquier aspiración de cambio debía exterminarse, así quedaron en el olvido verdaderos líderes, sueños positivos y anhelos que fueron enterrados en el tiempo hasta que nadie se acordara de ellos; lo que prevaleció fue lo banal y superfluo, ya no se reconocieron ni los talentos ni los caminos andados, más bien entorpecieron sus senderos y fueron minimizados y burlados pues para lo mundano, cualquiera. El entorno devino en caótico, para colmo una nueva plaga flageló todos los confines conocidos y, los complejos escenarios previamente creados, fueron insostenibles, la pandemia producida para limpiar el mundo, afectó a los menos afortunados y mostró nuevas caras de miseria humana; mientras unos eran indiferentes al contagio, otros morían o trataban de aliviar los trastornos de salud. La sociedad se volvió compleja, los del poder habían creado una gran masa amorfa que en una parte, sucumbía a las delicias temporales de poder producidas al jalar un gatillo o al torturar a alguien maniatado y, aprovechando lo endeble de la justicia, cometieron atrocidades contra mujeres, niñas y niños, se perdió el orden, la paz y la armonía. En este pueblo sin brújula ni carta de navegación, muchos ojos esperanzados todavía voltean al cielo, otros más rezan y abrazan a los suyos, los que perdieron sus trabajos agradecen la salud y el sobrevivir cada día; un día a la vez en espera de una señal divina que cambie la tempestad por la calma, el desorden social por la quietud y qué mejor día para hacerlo que hoy que es Noche Buena, día propicio para la reflexión colectiva, época ideal para renovar nuestras expectativas y ser mejores cada vez. De corazón, deseo que todo vaya mejor para todos. FELIZ NAVIDAD. ■

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*Docente-investigador de la Unidad
Académica de Derecho de la UAZ
[email protected]

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