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martes, 23 abril, 2024
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Edgardo Cozarinsky y las mujeres-fantasma

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 458 / Libros / Op. Cit.

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Lo bueno dura poco, lo malo siempre vuelve

con nombres distintos.

E. C.

 

Hay en los cuentos del argentino Edgardo Cozarinsky (1939) muchas mujeres. De carne y hueso, bellas y soberbias, pero también un gran número de señoras más próximas a la penumbra y el ensueño, igualmente adorables.

Mujeres, como también podemos encontrárnoslas en sus crónicas, a las que poco les importan tiempo y espacio, pues han hecho del sitio literario su refugio ideal. El que el narrador, cargado de memoria e imaginación, se ha inventado para ellas, para sí mismo y, por supuesto, para nosotros sus lectores.

Concurra cualquiera (hombres, mujeres…) a alguno de los treinta cuentos que del escritor Alfaguara ha reunido recientemente, prólogo de Alan Pauls, antes publicados en los volúmenes, a la fecha inconseguibles, La novia de Odessa, Tres fronteras, Huérfanos y En el último trago nos vamos, y así comprobará lo dicho.

Se encontrará el lector con una Franziska, una Irene, una madame Garmendia, una “rubia dudosa, indisimulablemente opulenta, de cejas depiladas y sonrisa calculadora”, que al abrazarnos en las geografías europea y bonaerense no hacen sino convertir su esencia y encargo en literatura. Conjuro deliberado del autor.

Dice Pauls que “todo Cozarinsky” parece estar cifrado bajo la tutela de Benjamin: adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro. Que todo cuento debe ser la narración de un momento, solo un momento, desde el cual puede descifrarse la totalidad de las cosas. A la manera de Borges.

Pues sí, así son los de Cozarinsky (como también sus novelas, siempre cortas, impactos narrativos que sacuden al lector: El rufián moldavo, Maniobras nocturnas, Lejos de dónde, La tercera mañana, Dinero para fantasmas, En ausencia de guerra y Dark) y especialmente los incluidos en En el último trago nos vamos, Premio Hispanoamericano de Cuento García Márquez 2018.

De título evocador para el lector mexicano, dixit José Alfredo Jiménez, el relato que da nombre a estos cuenta una pequeña historia en torno a una mujer más, “la conocí en México, más precisamente en el estado de Veracruz, y para ser exacto en Xico”, solo que desde el hallazgo de la misma historia, antes contada por la misma mujer, una escritora.

Distintos planos, apenas ocho páginas, “En el último trago nos vamos” puede tomarse como un modelo del corpus literario de Cozarinsky, también cineasta y autor de textos inclasificables publicados misceláneamente desde su acercamiento, siendo casi un adolescente, al célebre grupo encabezado por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo.

Los recuerdos, sostiene el narrador del cuento, no dejan de intervenir en nuestras vidas, y es la misma literatura de Cozarinsky una llamada de atención a ello.

“No es el de una situación compartida o el de las palabras dichas, es una presencia, si se quiere fantasmal pero para mí sensible: espectadora, a veces amable, otras censoras de mis actos y pensamientos, persiste en visitarme sin que le llame, en opinar en silencio con la mirada vigilante que mi imaginación le presta”.

Cuentos para deslumbrarnos con sus mujeres-fantasma.

 

El baile

Aunque también crónicas, como las incluidas en Milongas, un libro que se acompaña de las fotografías de Sebastián Freire, y donde Cozarinsky da cuenta de una pasión individual y colectiva que se niega a morir: el baile, el tango.

Entre la realidad y la ficción, cuño de la buena literatura, muchas mujeres aparecen aquí, a un tiempo recorrido por sitios para recrear la memoria, a su vez memoria pura.

“En el tango bailado, la noción de estilo me parece menos una meta por alcanzar que una condición inevitable”, escribe el autor. “Hasta para el más inseguro principiante, lo que la música le sugiere se lo sugiere a él solo, y si puede llamarse estilo a la respuesta individual de un cuerpo a la música que oye, ese estilo podría ir definiéndose, puliéndose, volviéndose en algunos casos admirable, en otros meramente correcto, aun anodino. En la milonga, desde el arranque nomás, baile y bailarín son indiscernibles”.

Pero como esta revelación lectora apostó por las mujeres de Cozarinsky, a cuento una mujer más, la siempre buscada ahora por el personaje de ficción en una de las primeras narraciones de Milongas (por sitio).

 

ÉL: le sonríe.

ELLA: acaso, incrédula, vacila en responder a esa sonrisa.

ÉL: apoya la tácita invitación con un cabeceo.

ELLA: ya no duda. Se pone de pie y con pasos seguros acude al llamado. (No intercambian ni una palabra).

ÉL: le rodea el talle con su brazo derecho y con la mano izquierda le toma la mano derecha. Sus gestos son delicados y firmes.

ÉL y ELLA: así enlazados, meciéndose levemente durante dos, tres compases hasta que él abre con el pie izquierdo y ella lo sigue como una sombra. No: como parte de su cuerpo. No: como una respuesta a sus pasos, ya que los pies de ella se atreven a acompañar con algún ornamento aéreo, siempre hacia atrás, los movimientos severos que él ejecuta.

 

***

Edgardo Cozarinsky, Cuentos reunidos, Alfaguara, España, 2020, 350 pp.

——Milongas, Con fotografías de Sebastián Freire, Edhasa, Buenos Aires, 2007, 158 pp.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_458

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