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jueves, 18 abril, 2024
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■ Alba de Papel Un Día de Muertos atípico

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Ante el número creciente de fallecimientos, sea por la imparable violencia que golpea al sistema familiar, a los barrios y a las ciudades, sea por el siniestro Covid-19 y el enigma letal que representa, o bien por algún otro mal, la fiesta de día muertos, ha cambiado por algo aún sin definición, que poco tiene que ver con la celebración bullanguera acostumbrada.

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En una atmósfera de incertidumbre casi apocalíptica para un alto número de la población, y de enojo incontenible para otro sector, debido a la negligencia y falta de eficiencia para controlar esta crisis multifactorial, la festividad de Día de Muertos se confinó al hogar y a la explosión de recuerdos que se multiplicaron en redes sociales y medios impresos, sin expectativas mayores para el jolgorio.

Bajas ventas en los puestos de flores de cempasúchil y pequeños tianguis de comida, dulces y frutas de temporada que se instalaron afuera de los panteones cerrados, dan fe de una realidad distinta que desafía la creatividad de la sociedad y de las autoridades, en razón de una nueva configuración cultural para que sigamos siendo “nosotros”, fieles a la memoria y a la identidad.

Silencio acompasado con ruidos de motores, pocos turistas, algunos artesanos de textiles, joyería wirrárica, museos cerrados, venta de helados y pan tradicional, así como venta de dulces entre calaveritas y melcochas, tamales y atole de guayaba fueron protagonistas de esta inusual fiesta, en un día largo, transido por la estupefacción de seguir no creyendo esta realidad que nos agobia.

Si en el pasado inmediato, el mes de noviembre significaba la jocosidad de enfrentar a la muerte para reír o burlarse de ella, ir al panteón para visitar a nuestros muertos, pasear en libertad por las calles con la familia, ir al teatro, comer en restaurantes sin preocupación, entrar a los templos o disfrutar de un programa cultural en espacios abiertos, hoy contemplamos una reducción abrumadora de nuestras costumbres, nada alentadora, si esta realidad no cambia y abrimos esferas para la reflexión responsable.

La celebración de Día de Muertos es parte vital de la identidad de lo mexicano, es la sangre de su origen, moldea desde la diversidad, las forma de estar, de sentir, de pensar, de vivir y de morir en el nombre de la fiesta ritual, colmada de cirios y veladoras, papel picado, comida de reliquia y mezcal.

En este extenuante presente, la denominación que la ha caracterizado es su perspectiva trágica sobre la vida y sus contradicciones, elevándola de golpe a un nivel global de debate en la relación hombre-mundo/ hombre-naturaleza, frente al acto de morir, sin apreciar la fuerza unitaria de su simbolización.

Al respecto, se ha establecido un sentimiento de universalidad que lucha a todas luces, por crear nuevas formas de pensamiento donde impere la razón entre el ser y el pensar en un mundo complejo, donde la gravedad de sus problemas, han desaparecido fronteras geográficas, para sublimar la muerte a favor de la vida.

Para muchos viene la caída, y para otros, es el tiempo de remontar el vuelo y reconciliarnos valerosa y dignamente, con la muerte, a través de nuestra extraordinaria cultura. ■

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