La pandemia de Covid-19 nos tomó a todos por sorpresa. Nadie pudo prever con suficiente anticipación la magnitud de la enfermedad y menos, las consecuencias económicas, políticas y sociales que tendría. Sin embargo, todos, maestros y maestras, padres, madres, pedagogos, científicos e investigadores de la educación, debemos de generar las propuestas para enfrentar los efectos de la contingencia sanitaria sobre la educación para enfrentar los retos que tenemos por delante.
Aún en caso de una situación de crisis sin precedentes, cuando la enfermedad se ha convertido en la nueva normalidad, la educación sigue encabezando la lista de prioridades para las familias.
La educación es uno de los derechos prioritarios. La atención de la infancia lleva consigo que se tomen, prácticamente desde el primer momento, medidas para asegurar en lo posible la educación de las niñas y los niños.
Por un lado, en tiempos de Covid, la continuidad de la educación es positiva para dotar de normalidad, en la medida de lo posible, una situación de por sí diferente y que puede llegar a ser traumática. Por otro, sabemos que las emergencias acrecientan las condiciones de desigualdad preexistentes, ya que éstas terminan afectando más –y de forma negativa – a aquellos grupos más vulnerables. La pandemia del coronavirus no ha hecho más que volver a resaltar las desigualdades existentes en nuestro país. Es sobre los grupos más pobres donde ha caído la nueva crisis del COVID19, que también está afectando de manera muy notable a la educación y, sobre todo, a la educación de los niños, niñas y adolescentes de las familias más vulnerables.
El confinamiento ha mostrado también que la posibilidad real de continuar las clases a distancia que tienen en muchas familias es muy poca o ninguna. Solo el 56% de los hogares tiene acceso a Internet, según estadísticas del gobierno, pero la situación es muy diferente en comunidades rurales porque la proporción disminuye hasta el 23.4% que cuenta con internet.
Es necesario hacer esfuerzos para asegurar que la infancia y la adolescencia en riesgo no se queda atrás en los procesos educativos una vez que las condiciones de emergencia cesen y se restablezca el ritmo normal de aprendizaje. La educación tiene también el valor de contribuir a la lucha de la sociedad para lograr la recuperación tras la emergencia.
En el combate a esta pandemia, la educación convierte a toda la comunidad educativa en actores de cambio, en vez de víctimas, a través de la difusión de medidas de protección y prevención entre el alumnado, la promoción de valores como la empatía y la solidaridad, y la constatación de que la educación es una de las mejores herramientas para que las sociedades puedan emprender la recuperación socioeconómica.
Y es que la educación y la pobreza están vinculadas. La ausencia de la primera es a la vez causa y efecto de la segunda: sin educación tienes más posibilidades de ser pobre, pero siendo pobre tienes menos oportunidades de acceder a la educación.
México se encuentra ante la necesidad de implementar modelos de enseñanza remota de emergencia para proporcionar soluciones de corto plazo y mantener cierta continuidad en los procesos de enseñanza aprendizaje.
Tenemos que reforzar los sistemas educativos durante el Covid a fin de dirigir construir las herramientas para continuar con una educación de calidad al tiempo que se fomenta la salud y la vida de las vidas de niños y de sus familiares.
Seguiremos trabajando a educar niños y niñas que refuercen una cultura de la paz. Tenemos que construir un México que les brinde seguridad física y psicológica. Al mismo tiempo, el Covid tiene que ser el punto de quiebre para investir en la educación de herramientas para que nuestros hijos e hijas enfrenten situaciones de crisis que refuercen su capacidad de resiliencia y fortalezca la cohesión social entre las diferentes comunidades, y desempeña un papel crucial en la reconstrucción sostenible.
*Presidente de la Comisión de Agricultura, Ganadería,
Pesca y Desarrollo Rural del Senado de la República
