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jueves, 28 marzo, 2024
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■ Alba de Papel La promesa del cactus del desierto (segunda parte)

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

El respaldo al campo y a sus productores en el sistema alimentario mexicano, debería de ser una prioridad compartida no sólo por las instituciones responsables de promoverlo, sino por todas las instancias gubernamentales y grupos organizados de la sociedad civil, que bajo la consigna de consumir lo que el país produce, logren mejorar los hábitos alimenticios, así como fortalecer la cadena de valor, de donde pende en gran medida, el gremio restaurantero, hoy duramente golpeado por la crisis sanitaria.

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Una crisis de la que se desprende la situación pavorosa del sector turístico que a decir de los especialistas, su recuperación será lenta y a largo plazo, y que requerirá de una re-significación acorde con la nueva realidad, donde la proximidad de lo local será el mayor garante de su consumación exitosa.

La idea de que 2020 es un año nefasto para la Humanidad y constituye un duro golpe al capitalismo, podría ser también una oportunidad para propiciar una nueva relación con el medio ambiente, parte esencial de la cultura de los pueblos, que a su vez incidirá en la planificación del turismo local, al parecer, única vía para la recuperación turística y económica de México.

Esta es una lectura más de la IX Reunión Nacional de Información sobre la Cocina Tradicional Mexicana como Patrimonio de la Humanidad, celebrada en forma virtual en julio próximo pasado, presidida por la especialista Gloria López Morales, presidenta del Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana, quien en su mensaje final advirtió de la urgencia de trabajar la memoria y la identidad de lo propio.

En este sentido, el turismo cultural tiene y tendrá un nuevo comportamiento dentro de la pandemia, ya que el turista buscará el regreso a lo local, al origen, al consumo de alimentos regionales, al kilómetro cero, lo que se asemejará y más vale que sea así, al turismo creativo y de experiencia, donde las comunidades podrán asumir el liderazgo de su fuente de riqueza, que es su propia cultura.

Una válida razón para trabajar unidos contra el empobrecimiento paulatino de la producción interna del país, ligado a la pauperización de fiestas, tradiciones y costumbres, por lo que los desafíos son enormes e implican nuevos consensos de una labor en equipo, con carácter multidisciplinario, solidario y consciente para fortalecer el patrimonio cultural intangible de las comunidades en su gran diversidad y caudal.

Urge por tanto, la conjunción de esfuerzos de todos los sectores en una cruzada por mejores los niveles de bienestar para la población mexicana, que hoy sufre los estragos de años y años de simulación. No hay progreso social, político y económico, si desdeña el germen de la cultura, como factor de transformación y consistencia ciudadana.

En alcance del párrafo anterior, cito una evidencia del clamor popular porque se dé justo reconocimiento a lo propio, se legitime y apoye la producción interna, asimismo, en interacción con las comunidades de origen se redimensione la interpretación del turismo cultural, que incluya la investigación y los inventarios culturales para diagnósticos previos a la instrumentación de planes y programas de desarrollo cultural y turístico de las regiones.

En 1995 como parte de mi trabajo comunitario dentro del Instituto Zacatecano de Cultura, visité la cabecera municipal de Mazapil, para conocer su infraestructura y la posible creación de un museo comunitario en lo que fue la Casa del Marqués de Aguay; pude observar un imponente señorío de este bastión geográfico del semidesierto, extraordinariamente rico en ónix (mineral pétreo no metálico), en fibra de ixtle, dátiles, cactus y plantas exóticas, pero brutalmente pobre para su comunidad, sin trabajo, sin conectividad, sin esperanza, muerto y carente de un proyecto creativo de autogestión y desarrollo.

Sobre una arquitectura extraordinaria, Mazapil se vislumbraba añoso y enigmático, resguardado por el silencio y el abandono; no obstante, su pueblo mereció mi reconocimiento por su afán ejemplar de conservación y defensa de su identidad, su memoria y su gastronomía. Fui invitada a una muestra de comida tradicional: más de 20 platillos elaborados con los productos que su tierra les da, teniendo como protagonista el cabuche, una flor de la biznaga de esa región que florece en marzo y abril, cuyo sabor es exquisito (parecido al palmito), a la altura de cualquier platillo gourmet.

Sazonada en caldillo de jitomate, capeada, en ensalada, en salmuera, al natural, las mujeres de Mazapil hablaron de su lucha por conservar su cocina y la singularidad de su comunidad. Hablamos de un proyecto gastronómico que nunca se realizó y de una expoventa de plantas tradicionales que si llevó a cabo en el Museo Rafael Coronel.

Muchas veces más regresé, sin que los proyectos para darle valor agregado al ónix y al ixtle, funcionaran, así como la viabilidad de un proyecto de turismo cultural para Mazapil que podría convertirse en un destino cultural y gastronómico, semejante al de Real de Catorce de San Luis Potosí. En 2009, tuve un último acercamiento con la Minera “Peñasquito” para que financiara con responsabilidad social los proyectos, pero no los apoyó.

Con este anécdota, quiero subrayar la riqueza de nuestros pueblos y las posibilidades que histórica y culturalmente ha estado ahí y no se han aprovechado y que nos convocan a una cruzada que invierta en calidad a favor de las comunidades de origen, de sus productores, de políticas públicas aplicadas con responsabilidad en una circularidad holística que aliente también a los restauranteros mexicanos y a todos aquellos que forman parte de esta cadena productiva de la nación. Es compromiso de todos. ■

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