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viernes, 19 abril, 2024
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“No hay día en que no pensemos cuándo va a terminar esto”: enfermera

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Por: ALEJANDRO ORTEGA NERI •

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■ Trabaja en el Hospital General de Zona número 1 del IMSS, en el área destinada a Covid

■ “Emocionalmente, estamos muy cansados en general. Ver morir a tanta gente, nadie se va a acostumbrar a la muerte, siempre te va a causar algo”: Nancy Moreno Dimas

■ Cuando ve las noticias y cuando observa que la gente no cree en la enfermedad, que la niega o realiza reuniones, asegura que se siente decepcionada

■ “Cuando esto termine, me voy a quedar con un buen sabor de boca porque di lo mejor de mí”

 

Es agosto, son cinco meses ya de que la pandemia del Coronavirus que provoca el Covid-19 llegó a México y la salud física y emocional de los que lo combaten en la primera línea con el paso de los días se agota y el tan ansiado aplanamiento de la curva parece ya ahora una utopía. Las áreas destinadas para los pacientes contagiados en el Hospital General de Zona número 1 del IMSS están llenas; los pacientes de otras patologías han sido enviados a otra ala y en algunos turnos, la escasez de médicos está complicando las acciones, pero no faltará quizá el personal de mayor contención, enfermería.

“Emocionalmente, estamos muy cansados en general. Ver morir a tanta gente, nadie se va a acostumbrar a la muerte, siempre te va a causar algo. Entonces ver a la gente morir uno tras otro, gente joven, gente adulta, mujeres que acaban de tener bebés, nuestros familiares, nuestros compañeros, muchísima gente, emocionalmente nos ha pegado mucho, pero pues tenemos que seguir”.

Quien habla es Nancy Moreno Dimas, enfermera general en el IMSS, quien desde hace cinco meses fue designada al área Covid del nosocomio ubicado en la Alameda de la capital zacatecana, donde todos los días es testigo del constante forcejeo entre la vida y la muerte que inunda el ambiente del piso 4, el ala destinada a los pacientes contagiados por este virus desconocido que ha puesto en jaque al mundo.

Nancy, frotándose las manos con algo de nervio y con sus ojos cansados asomándose apenas por encima de la mascarilla médica, reconoce que la situación que ha generado la pandemia del Covid-19 ha sido muy difícil. Todos los días, antes de que se ponga el sol, se dirige hacia la clínica 1 del IMSS en una rutina que en los últimos meses se ha vuelto más pesada, pues si de por sí el trabajo de enfermera es cansado siempre, dice, ahora enfrentándose a un enemigo desconocido lo es aún más.

“Es un reto, porque es una enfermedad que no conocíamos. Se desconocía todo en cuanto a las medidas para protegernos; el personal teníamos miedo. Cuando me invitan a esta área sí teníamos un poco de miedo, pero estuvimos aceptándolo como un reto, como apoyando a la institución que siempre nos ha apoyado a nosotros. Nos fuimos ahí y desde el inicio fue un poco difícil, nos daba miedo entrar, atender a los pacientes. En cuanto a la gente, como era algo nuevo, la gente nos discriminaba, nos tenía como miedo. Hubo un tiempo donde ya no pudimos ir con nuestro uniforme a trabajar porque en otros estados se agredía a las enfermeras y los médicos por portar el uniforme; nunca lo viví, pero se tomó esa decisión. Fue algo difícil al principio, ahora ya sabemos las formas de entrar, las formas de salir, todo lo del área de Covid nos resulta más fácil”.

Son cinco meses ya que Nancy se ha dedicado cuidar de los pacientes de dicha área, y sí el trabajo ya era cansado, trabajar con todo el equipo de protección ha puesto aún más a prueba la resistencia del personal de enfermería como ella, pues les dificulta más realizar su labor porque prácticamente están cubiertos por completo, con poca movilidad y escasa visibilidad. “Nuestro paciente sólo puede ver nuestros ojos y nuestra voz”, dice, porque la cubren overoles, batas, gogles y careta, con lo que además de protegerse del virus, combate también con el sudor que empaña los lentes y ha tenido que aprender así a bañar a los pacientes. Físicamente, dice, nos parece más cansado que la rutina habitual.

Pero más allá del cansancio físico, el otro factor que preocupa también es el agotamiento emocional, pues ser testigo y partícipe de la curación de algunos genera alegría y llanto de lágrimas dulces, pero cuando la muerte se hace presente, la desazón golpea también duro y convierte las lágrimas en sal. “El domingo pasado lloré mucho y le hablé a mi esposo para decirle que ya no podía. Ese día murieron seis pacientes” y como en el IMSS no tienen psicólogos para el personal, “ahora sí que cada quien le hace como puede”, dice.

Una enfermera antes y después
En ese vaivén emocional que ha significado la vida cotidiana de Nancy Moreno Dimas desde que el Covid llegó a Zacatecas, recuerda algunos momentos de satisfacción, aunque diario trata de salir y dar lo mejor de ella para alcanzarlos.

“Tengo uno muy marcado, un doctor que estuvo internado, de los primeros casos. Fue un médico de Villanueva, estuvo muy grave; lo hemodializamos, se le hizo falla renal, estuvo intubado cerca de 20 a 25 días más o menos. Como que nos quedamos mucho con él, porque era un compañero. Él se contagió trabajando, haciendo su labor. Quienes lo conocían, decían que ayudaba a mucha gente, nos conmovió que se contagió por ayudar a gente, esa situación la viví muy de cerca. Fue de los primeros casos, no se sabía mucho aún de cómo se manejaba un paciente con Covid. Le dábamos lo mejor; lo llevábamos día a día; le modificábamos cosas; le hacíamos videollamada con sus familiares; invertíamos mucho tiempo en él, en ese tiempo no había muchos como ahora, pero el caso de él me marcó mucho porque un día dije: él va a morir, y no”.

“Transcurrían los días y lo extubaron. Comenzó a hablar y el día que lo extubaron, lo movilizamos y recuerdo que lo bañé y cuando habló, lo que primero que me dijo fue “gracias”. Me conmovió mucho. ¿Cómo puede ser que él, en lugar de preguntar por su esposa y por sus hijos, lo primero que dijo fue gracias? Fue una situación que se me quedó muy marcada. Él fue mi parteaguas. Ahora lo mensajeo y le digo: Don Salvador, ahora hay una enfermera antes de usted y después de usted”, dice Nancy con brillo en los ojos.

Infortunadamente las satisfacciones que puede generar ver la recuperación de alguien, también tienen su contraparte, esa es la menos deseada pero también, en muchos casos, inevitable. Y para Nancy lo más triste ha sido ver morir a sus compañeros: “yo afortunadamente no he tenido un familiar dentro del área, pero mis compañeros…hemos tenido ya muchos compañeros. Han pasado unos días muy críticos, unos han muerto. Esa situación me resulta muy difícil porque me duele, veo a mi esposo y pienso en él y pienso que mañana pueda ser yo, y otra persona de mis compañeros”.

El 14 de mayo, Nancy tuvo que realizarse una prueba de detección de Covid-19 porque tuvo contacto con un caso positivo. Fue aislada. Llegó el miedo y la incertidumbre. “Yo tengo a mi familia; tengo tres niñas chiquitas; mis papás son dos adultos mayores; el miedo de que te digan que sí eres, es muy difícil de estar esperando. Yo creo que ya muchas personas hoy día ya lo han vivido, el tener esos días de espera ni duermes. Mi mayor temor era contagiar a mis hijas y a mis papás”. El resultado fue negativo.

“Cuando esto termine, me voy a quedar con un buen sabor de boca porque di lo mejor de mí”.

Nancy desarrolla actividades de enfermería intensiva y en su área hay 46 camas, que es donde están los pacientes más críticos, de los cuales, ella atiende directamente a seis. “Entramos a las 7 de la mañana, nos tardamos un ratito en lo que te acomodas los gogles, porque debes de entrar cómodo porque son ocho horas, porque ya entrando no te puedes tocar nada: ni los ojos, la nariz, nada, así te tienes que aguantar. Si te anda de la pipi, tratar de no hacer del baño, porque cuando te retiras el equipo de protección es el mayor riesgo para contagiarnos. Y comienza la rutina”.

A su llegada al piso Covid, Nancy checa el pulso de sus pacientes, luego los baña y les da de comer; muchos son adultos mayores y los asiste en su alimentación. Cuando tienen un poco de tiempo libre, lo dedica para comunicar a los pacientes con sus familiares mediante una videollamada, pero esta semana que pasó, dice, implementaron pedir a las familias que les escriban cartas, porque muchos necesitan saber algo de sus hijos, de sus nietos.

Los dos últimos meses la cifra de contagios en Zacatecas ha crecido siete veces más, las salas se están llenando y el personal médico y de enfermería cada vez se encuentra más agotado. “No vemos el fin de esto, diario decimos: cuándo, y cuándo, y vemos las noticias y más casos, más casos y más casos, pero pues no vemos salida. Anhelamos que ya esto termine porque ya la rutina nos hace que el equipo ya no sea tan pesado soportarlo 8 horas, sin embargo, no te vas acostumbrar. Para nosotros no hay día en que no pensemos cuándo va terminar esto”.

Cuando Nancy ve las noticias, cuando observa que la gente no cree en la enfermedad, que la niega o realiza reuniones, asegura que se siente decepcionada: “Siento que la gente no valora la vida. Nosotros, estando dentro, pensamos que cómo puede ser posible que haya gente que se contagió sin exponerse, sin ir a fiestas, sin salir al mercado. Y la gente anda en la calle, en fiestas, no usa el cubrebocas, no se lava las manos, gente que no sigue las reglas que hasta hoy nos han marcado. Me causa mucha impotencia, porque quisiera que todo el mundo lo hiciera, que todo el mundo trajera el cubrebocas. Me causa enojo que a la gente no le cause tristeza o miedo”.

El trabajo de las enfermeras y enfermeros en esta etapa de la contingencia en Zacatecas es vital, pero más allá de lo operativo debe ser plausible también por su humanidad. Sus pacientes apenas les ven los ojos y escuchan la voz, pero detrás de ese equipo médico incómodo y caluroso se esconden personas cuya convicción es cuidar del convaleciente, aunque no lo conozcan, aunque jamás lo hayan visto o le vuelvan a ver.

“Yo siempre trato de dar lo mejor, todo lo que yo pueda hacer por la sociedad o por una persona. Si tengo seis pacientes, en mis ocho horas trato de dar lo mejor de mí para ellos, de dejarlos bien, dejarlos limpios, de platicar un ratito con ellos, de escucharlos, de contactarlos con su familia. Mi labor ahí, poco o mucha, es buena, porque doy lo mejor de mí. Entonces, cuando esto termine, me voy a quedar con un buen sabor de boca porque di lo mejor de mí”, concluye Nancy.

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