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jueves, 25 abril, 2024
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■ Nueva República El trono y la telaraña

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Por: Óscar Novella Macías •

Si el vaso no está limpio,
lo que en él derrames se corromperá:
Horacio

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La compra de una planta de fertilizantes con equipo incompleto, en mal estado y no utilizable, con 30 años de antigüedad y 18 años fuera de operación es una sinécdoque precisa del funcionamiento del estado mexicano hasta el final del sexenio de Enrique Peña. Esos 30 años de antigüedad hacen altamente certero este tropo, pues el sistema había permitido la corrupción al punto de integrarla en la vida institucional sin el mayor reparo. La única diferencia de ese equipo inútil y comprado a sobreprecio es que ni se paseaba por los restaurantes del CDMX ni recibía sobornos para aprobar reformas, en el lado de las similitudes, el congreso de la unión era, sin lugar a dudas, muy próximo a la planta adquirida por PEMEX, por Lozoya, mejor dicho.
Pero vayamos por partes, pues la detención de Lozoya ha abierto grandes oportunidades para visibilizar a nivel de calle el grado de descomposición y de pillaje que sufrían las finanzas y el erario público mexicano. En esta situación, sorprende que aún haya flancos mediáticos que se resistan a ver escenarios obvios que ya son de conocimiento público: las autoridades de ese momento jamás pensaron en la posibilidad de rehabilitación de la planta, y tampoco pusieron mucha atención a la posibilidad de un viraje que pudiera desenmascarar la inmensa tranza, los implicados pudieron pensar que se mantendrían en el poder o (aún más cínicamente) que ningún gobierno se daría a la tarea de reinstaurar el maltrecho estado de derecho.

La sorpresa llega y toma mal parados incluso a varios que antes se denominaban periodistas. Sus intereses se ven también afectados por la caída de los monumentos a la corrupción, tan lejos llega el gancho que el ex presidente de dos sexenios anteriores y dos candidatos de la pasada elección se encuentran en la mira. Tratar de dilucidar cómo un sistema de gobierno nacional cayó en semejantes extremos es trabajo de varias tesis, pues cada año se sumaban rayas al tigre, movimientos dudosos, clandestinos, o francamente ilegales que se perdían en un mar de usos y costumbres. No es un secreto en la cámara que más de un legislador no tocó un centavo de su dieta durante todo su periodo, pues el flujo constante de ingresos de fuentes opacas era una realidad que se podía tocar.

Aquellos que muestran su evidente molestia con lo que a toda la población le parece un avance: el proceso penal de los corruptos, en realidad están respondiendo la pregunta que todos los mexicanos nos estábamos haciendo ¿A quiénes y de a cómo fue el sablazo? Un periodista se exhibe en sus redes y luego la población revira con un flujo ininterrumpido de fotos y entrevistas cómodas que van dibujando los bordes de un escuadrón de operadores de la mafia mexicana, el eslabón Lozoya es abandonado y, de nuevo, los legisladores nos confirman, pidiendo licencias y huyendo al extranjero, que nada de lo que el informante declare son habladurías. Ellos mismos lo dejaron claro desde el día que Lozoya tocó territorio nacional.

A varios implicados no les importa ya conservar nada de su difícilmente ganado poder político, tampoco desean ser la tapadera de los que, más arriba de ellos, recibieron sumas más jugosas. El mejor sueño de unos cuantos es vaciar sus cuentas y retirarse a sus lujosas casas de campo, pero con tanto alboroto parece que están bloqueándose la salida sin querer. ¿Cómo cambia esto el panorama de cara a próximas elecciones? Las cartas fuertes del viejo esquema de gobierno están ya sea en prisión, en proceso o prófugos.

El hecho es que los legisladores sobornados para aprobar la reforma energética no son uno ni dos, los implicados, abajo y arriba, también engrosan los números, luego están los que de alguna manera solaparon y recibieron, muy al final están los que no cometieron ningún delito directamente, sólo actos inmorales al conocer el entramado de corrupción y no denunciarlo, todo ese conjunto constituía una muy organizada flota pirata, operando con toda soltura y permiso de la corona.

El día de hoy, ese jerarquizado ejército de robo se encuentra acéfalo, el rey está prófugo, la disciplina que les había caracterizado ya no asoma la engominada cabeza por ninguna parte, y entre ellos, los intereses y la forma de vida a la que se habían acostumbrado se encuentran casi condenados. No especulamos si decimos que varios hacían su vida a partir del chiquero que se leía debajo del extinto ramo 23, la desaparición del mismo fue el primer berrinche de los que luego serían señalados como operadores de las grandes estafas del pasado sexenio. ¿Pruebas? Lozoya tiene apenas unos días en territorio nacional, y mientras las pruebas se revisan, algunos ya han huido de territorio nacional para ser “consultores” en otro sitio.

La corona ya no existe, ¿qué será de esa flota que sólo respondía a los intereses económicos? Esperemos que las bolsas de trabajo para consultores investigados por la UIF no colapsen pronto. ■

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