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miércoles, 24 abril, 2024
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De la condición del desinformado

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En ocasiones las condiciones de trabajo del personal de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) no son las adecuadas, y los líderes sindicales se esfuerzan por olvidarlas. Basta leer el artículo 76 del Contrato colectivo de trabajo UAZ-SPAUAZ (CCT) para verificarlo. Ahí se “obliga” la UAZ a poner a disposición de todo su personal de carrera cubículos equipados con computadoras conectadas a la red global. ¿Por qué es importante esto? Simple: las bibliotecas universitarias son pobres, pero con acceso a la red se puede mitigar esa carencia. Si uno teclea en algún motor de búsqueda las palabras adecuadas aparecen cientos de artículos relativos al tema buscado. Por ejemplo, se habla mucho de la utilidad de las mascaras faciales, barbijos o cubrebocas como medida preventiva contra el contagio, pero pocas veces se aduce evidencia científica. Los encargados del manejo de la pandemia en México han reiterado que no existe esa evidencia, pero esta afirmación es falsa. Vamos a demostrar con dos ejemplos que sí existe esa información, que es muy vieja y de fácil acceso si se tiene una conexión a la red. Hacia 1912 el John McCormick Institute for Infectious Diseases, de Chicago, abrió el hospital Durand para el tratamiento clínico de varios tipos de enfermedades transmisibles como difteria, tuberculosis, fiebre escarlatina y algunas más. De acuerdo a los patrones sanitarios de la época se instruyó a las enfermeras en varias medidas para evitar el contagio. Del 12 de marzo de 1913 al 1 de noviembre de 1914, nueve de 69 enfermeras adquirieron difteria, un 13 %. A partir de ahí se les aplicó la prueba típica de esa época: la de Schick, y a las que daban positivo se les aislaba e inmunizaba. Sin embargo, del 1 de noviembre de 1914 al 1 de junio de 1916 se descubrió que de 43 enfermeras 10 portaban el bacilo de la difteria y seis de la fiebre escarlatina. No podían explicarse esta incidencia hasta que surgió una hipótesis audaz: el contagio se dio por gotas de saliva. Se sugirió el uso de mascarillas de gaza, y el resultado fue que para el 1 de octubre de 1918 la incidencia de difteria bajó y no se presentó caso alguno de fiebre escarlatina. A partir de estas observaciones se condujeron varios experimentos, detallados en George H. Weaver “Droplet Infection and its Prevention by the Face Mask” Journal of Infectious Diseases (1919), v. 24, #3, pp. 218-230, cuyo resultado fue el siguiente: “Estos resultados demuestran que la gaza removerá las bacterias del aire cuando sean transportadas en una nube de saliva. La eficiencia de la gaza es proporcional a la finura del tejido y al número de capas utilizadas”. Desde 1919 estaba demostrada la eficacia del barbijo contra las enfermedades cuyo vehículo es la saliva dispersada en el ambiente por estornudos, escupitajos, gritos o hablar. Es más se sabía cómo diseñarlo para incrementar su eficacia. Una objeción del necio, de ese reacio a contradecir a los merolicos de la televisión, es: “eso aplica para la difteria o la tuberculosis, no para el impredecible, nuevo, inédito coronavirus diseñado en un laboratorio de China”. Bien, la red nos ofrece la respuesta en el artículo: Steffen E. Eikenberry et. al. “To mask or not to mask: Modeling the potential for face mask use by the general public to curtail the COVID-19 pandemic” Infectious Disease Modelling #5 (2020) pp. 293-308. Citemos la conclusión contenida en el resumen: “De manera notable se encuentra que las mascaras son útiles tanto para prevenir la enfermedad en personas sanas como la transmisión por personas asintomáticas. Escenarios hipotéticos de la adopción de mascaras para Washington y el estado de Nueva York, sugieren que si un 80 % de las personas usan mascarillas de regular calidad (50 % efectivas) se podrían prevenir del orden del 17 al 45 % de las muertes proyectadas para dos meses en Nueva York, a la vez que se decrece el pico diario de muertes en un rango de 34-58 %”. Utilizan para demostrar sus afirmaciones una modificación del modelo SIR de Kermack-McKendrick a tasas de infección constante, de la que surgen entonces 14 ecuaciones diferenciales no lineales acopladas que resuelven por métodos numéricos. Tanto los métodos como los datos son accesibles a cualquiera con conexión a la red global. Falta, sin embargo, la capacidad crítica y técnica para hacer uso de ellos y modelar la situación nacional desde los cuarteles de la Secretaria de Salud. Queda claro que no recomendar el uso de barbijo es una omisión criminal, que aumentará el número de muertes y extenderá la duración de la pandemia. También es obvio que la evidencia científica es abundante, contundente, y viene de muy atrás. Por ende es insostenible, y lo ha sido por 100 años, decir que no existe evidencia científica demostrativa de los beneficios del uso del barbijo. No es medida única por supuesto, chato y obtuso es el horizonte intelectual del que cree en panaceas, científicas o políticas, debe formar parte de una estrategia bien diseñada para controlar, mitigar y reducir los efectos de la pandemia. Tener docentes con cubículo, computadora y conexión a la red es caro, pero más cara es la ignorancia. ■

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