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viernes, 19 abril, 2024
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■ Nueva República Érase una vez un estado roto

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Por: Óscar Novella Macías •

El aire deja secretos
a los caracoles,
se cristaliza en sus cuerpos
y sumerge
el aleteo del mar en sus huecos:
Hubert Matiúwàa

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Hemos visto directamente y desde la infancia los derroteros de maldad que anidaban en el gobierno. A cada cambio de administración notamos, con horror y entendimiento creciente, cómo los tres poderes eran parte de un mismo apéndice. El 27 de septiembre del 2014 toda teoría conspiranóica sobre la cooperación de crimen organizado y gobierno se quedó corta, pues ese día constatamos que al grupo de psicópatas del tradicional (el del libre mercado y el despojo) se había añadido otra calamidad: el grupo de los psicópatas torpes, esos que estuvieron dispuestos a torturar y matar. Dignos, muy dignos herederos del 68, 71 y otras tantas barbaridades. Ese día el estado de derecho y el contrato social dejó de significar algo en México, si es que aún mantenía vigencia para alguien; a la fecha cualquier veinteañero sabe y entiende que en 2014 la derecha cometió crímenes de estado y que los poderes más altos se negaron a investigarlos.

Salimos inmediatamente, era poco lo que podíamos hacer, pero no había más opción por el momento, queríamos señalar eso que no debía suceder en ningún país del mundo, pero estaba pasando aquí, a unos kilómetros. Las autoridades en turno declaraban con cinismo criminal “ya me cansé”, unos días después de los horrores; los compañeros de Ayotzi, más jóvenes que muchos de los que integrábamos los contingentes de protesta, habían sido torturados y asesinados, y ese sujeto, Murillo Karam, tenía el descaro de cansarse, de decírnoslo en televisión nacional.

Cada marcha, recuerdo bien, estaba impregnada de sentimientos muy diferentes a los que teníamos cuando denunciábamos los obvios atropellos en cuestiones de políticas públicas. Esos días conocimos (como generación) la verdadera rabia y la más profunda tristeza, sólo hacía falta ver los rostros de quienes acompañaban la marcha, los veía gritar con profunda sinceridad, me conmovía ver a las personas que menos imaginé acompañándonos, gritábamos: vivos se los llevaron, vivos los queremos. En el fondo, el profundo desasosiego se crispaba cuando escuchaba la voz de los más jóvenes, eran chavos como ellos, preocupados por las causas sociales, justo como ellos.

El tiempo, como suele suceder en situaciones adversas, no transcurrió rápido, y la consigna “fue el estado” destruía de tajo lo que nos ofrecían como verdad histórica, la lógica cotidiana contradecía cada nuevo agregado a las falacias. Al grito de esa consigna parecía ir operándose una revelación nada agradable en la gran franja que participó en las movilizaciones: el estado no va a operar en contra de sus intereses, el estado protege al narco, y ese es el sistema en el que vivimos. En resumidas cuentas, un 80% del pueblo, de donde se supone dimanaba el poder soberano, estaba en contra de la mafia que dominaba nuestras vidas, y, aun así, no teníamos opción.

Para la gente más joven fue ese el momento en el que la política pasó de ser un asunto externo a ser una imperiosa necesidad interna, lo que los compañeros de Ayotzinapa fraguaron durante su vida: un entendimiento crítico de la realidad política, siguió fraguándose con creciente fuerza después de que el estado los despareció, “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla”. La sociedad, con este y con otros muchos hechos de escala nacional, fue agregando importancia a la necesidad de ser un partícipe vocal de la realidad política, incluso por sobrevivencia, pues nos había quedado claro a todos que ese gran mal fascista del siglo pasado solo requería la fértil tierra de la indiferencia para comenzar el exterminio.

Haciendo honor a los apéndices no extintos de la herencia de sangre, el poder judicial mexicano se distingue por el poder que otorga a la discrecionalidad de jueces, que bien pueden representar los grandes intereses y deudas con la ley de varios peces gordos de pasadas y presentes administraciones. Hay jueces que usan tecnicismos para liberar a huachicoleros, hay jueces que directamente obstruyen el trabajo de la FGR, en fin, varios funcionan como remanente de esa cosa sin nombre que vimos en 2014, vale la pena que ahora que el campo es más propicio para todas las luchas sociales, se revise de cabo a rabo el funcionamiento de todo el aparato judicial, no tengo dudas de que será la misma sociedad la que pondrá bajo la lupa esta cuestión.

Que los procesos sociales no se pueden detener se sigue confirmando, pues pronto Lozoya y Zerón estarán declarando, haciendo que esa lista de 46 funcionarios se amplíe, destapando la cloaca histórica que hemos arrastrado por muchos años, no solo en el caso terrible de los 43, causa que la sociedad mexicana asumió por cuestiones éticas. Hoy, el tránsito natural de los hechos nos obliga a repensar varios pilares del sistema judicial mexicano, pues es esta confianza renovada de la gente la que ha permitido que México poco a poco retome el contrato social y el estado de derecho. ■

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